Cargando...
Opinión

Gobierno “Chi Cheñó”, por Maritza Espinoza

“Es obvio que el desaguisado que echó al traste la carrera de Ana Cecilia Gervasi nació porque la excanciller no pudo —o no quiso— decirle a Boluarte que no debía salir del país...”.

larepublica.pe
ESPINOZA

En una de las tradiciones de Ricardo Palma, se habla de un tonto de capirote que a todo respondía diciendo “Chi Cheñó”, ya que era incapaz de articular otra frase. A juzgar por los traspiés internacionales de Dina Boluarte, parecería que ese personaje ha reencarnado en más de un miembro del entorno presidencial: ninguno es capaz de decirle “no”.

Es obvio que el desaguisado que echó al traste la carrera de Ana Cecilia Gervasi nació porque la excanciller no pudo —o no quiso— decirle a Boluarte que no debía salir del país (porque es inconstitucional, diga lo que diga la ley trucha que le han fabricado); que no debía autoinvitarse al Vaticano ni poner al papa en la penosa posición de recibirla al paso; que no debía ir a exponerse a la cumbre de la APEP ni publicitar las fotos de un pull aside con Joe Biden; y un largo etcétera de desatinos que a estas alturas dan vergüenza ajena.

Gervasi perdió de vista —tal vez en su afán de mantener el favor presidencial y, con él, el cargo— que el deber de un funcionario público no es con el jerarca de turno, sino con el país, y que, en la diplomacia, la prioridad es reforzar la imagen y dignidad del Estado peruano en la escena internacional, aunque para ello haya que ir contra los caprichos del mandamás del momento.

Pero ella no es la excepción. En nuestra historia, renunciar a un cargo aceptando responsabilidades es más raro que avistar unicornios. Lo hizo, en 1981, José María de la Jara, ministro del Interior, porque hubo un fallecido en una protesta en el Cusco y lo ha hecho ahora Gustavo Meza Cuadra, embajador peruano en Estados Unidos, marcando así una gran diferencia con su exjefa.   

Ojalá que el nuevo canciller, el ya controvertido Javier Gonzales-Olaechea, sea al menos consciente de que, en materia diplomática, la habilidad capital es saber decir, aunque en eso se le vaya el puesto, una sola frase: “No me parece, señora presidente”.