Fútbol, vacancias, flagrancias, guerras, drones, destituciones, elecciones. En el Perú y en buena parte del planeta todo parece estar hecho para que o nos distraigamos o nos sigamos hundiendo. O para que alejemos, como si fuera una nueva peste, la capacidad de pensar, prever y organizarse. Incluso si se trata de algo tan crucial como el agua.
La reciente declaratoria de emergencia, por falta de agua, en 11 distritos en el departamento de Arequipa, y 100 en Puno, no es un accidente, una mera casualidad de fin de año. Responde a la prolongación del fenómeno La Niña (enfriamiento anormal del mar en parte del océano Pacífico), lo que está causando estragos en el planeta.
En Bolivia, hay literales rezos en la zona del Altiplano para que llueva, en Argentina hay 140 millones de hectáreas afectadas por la sequía, en el Cuerno de África (Yibuti, Somalia, Eritrea y Etiopía) cerca de 20 millones de personas están en riesgo de “grave inseguridad alimentaria”, según la ONU. La crisis hídrica se agrava.
Hasta podría afectar a Lima en el próximo verano. Y aun cuando se están tomando las previsiones del caso, de acuerdo a Sedapal, el riesgo se mantiene porque se estima que La Niña durará hasta marzo de 2023. Ocurre que es la primera vez, desde 1950, que se presentan tres ‘Niñas’ seguidas sin parar.
Sobre eso caen los efectos del cambio climático, alimentados por el calentamiento anormal de la Tierra debido al exceso de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). La Organización Meteorológica Mundial (OMM) es cauta al asociar los dos fenómenos estrechamente, aunque hace una precisión preocupante.
“Es probable que el cambio climático afecte los impactos relacionados con El Niño y La Niña, en términos de eventos climáticos extremos”. En otras palabras: las sequías podrían agravarse y otros fenómenos también. Porque en el sudeste asiático y en Australia La Niña puede producir más precipitaciones.
PUEDES VER: Chiroque Flores: “Cada 2 o 3 años enfrentamos sequía: autoridades deben tomar medidas preventivas”
Hay algo que ante este panorama se torna indispensable como el agua: cambiar el chip de lo que entendemos por desarrollo, por planificación urbana, por crecimiento de la población, por calidad de vida. Hacer de la dimensión ambiental no una variable adicional sino un ingrediente que vertebre todas las políticas públicas.
La catástrofe está ante nosotros y no nos damos cuenta. Estamos poniendo, en este modesto país y en casi todo el mundo, la geopolítica guerrera o petrolera como la prioridad en la agenda. António Guterres, el secretario general de la ONU, se cansa de repetir que el tiempo se agota frente al cambio climático y no lo escuchan.
Pero el asunto de fondo, el nudo del laberinto, es que reaccionar frente a esta amenaza implica un cambio personal y social, no solo con un discurso. Implicaría, en términos más concretos, que autoridades y ciudadanos disfruten de la vida, del fútbol, o hasta de las peleas de poder, sin abandonar la literal lucha por la supervivencia.
Lic. en Comunicación y Mag. en Estudios Culturales. Cobertura periodística: golpe contra Hugo Chávez (2002), acuerdo de paz con las FARC (2015), funeral de Fidel Castro (2016), investidura de D. Trump (2017), entrevista al expresidente José Mujica. Prof. de Relaciones Internac. en la U. Antonio Ruiz de Montoya y Fundación Academia Diplomática. Profesor de Relaciones Internacionales en la Pontificia Universidad Católica del Perú y Fundación Academia Diplomática.