Pogrom es una agresión masiva, intencional o no, con el propósito de matar a los miembros de un grupo étnico, acompañado por la destrucción de su presencia física, material. Su historia está asociada con las comunidades judías de Europa, aunque casos como la masacre de la comunidad negra en Tulsa, Oklahoma, son cercanos. El componente étnico es importante, así como el carácter masivo, no exclusivamente por parte de agentes estatales.
Por eso, lo que hizo Hamás en el territorio del Estado de Israel fue un pogrom. El asesinato por ser miembro de una etnia es un crimen horrendo que no puede aceptarse de ninguna manera. Ni la historia de agresión y sujeción ejercida por el Estado de Israel contra las poblaciones ocupadas, ni la dimensión religiosa usada por los agresores pueden blandirse como justificación.
La respuesta del Estado de Israel, que nunca ha reconocido su responsabilidad por las condiciones brutales en los territorios ocupados de Palestina, parece encaminarse a crímenes que solo pueden ser calificados como genocidas. Los actos terroristas de Hamás no pueden justificar la decisión del Estado de Israel de matar indiscriminadamente a civiles y desplazar y destruir los medios de vida de más de un millón de palestinos que están atrapados en la Franja de Gaza por decisión suya.
Israel ha vivido un periodo muy duro de protestas por las reformas que su primer ministro, acusado de corrupción, ha provocado para que sus aliados ultrarreligiosos estén contentos. Confiado en la aparente sumisión de Hamás a los dictados del Estado de Israel, ahora enfrenta la inimaginable realidad de un pogrom en su propio territorio. Sin duda, pagará ante la historia, y quizá ante la política de Israel, por descuidar la responsabilidad elemental de defender a sus compatriotas.
Pero la mutua deshumanización continúa. Que Hamás haya optado por un pogrom para evitar que Arabia Saudita llegue a la normalización de relaciones con el Estado de Israel habla de prioridades geopolíticas, pero sobre todo del inmenso desprecio por la vida de aquellos que sufren y mueren, sean judíos, musulmanes o cristianos.
En días así, cuando los palurdos del Congreso hacen la ridícula comedia de sacarnos de la Convención Interamericana de Derechos Humanos “para combatir la delincuencia”, queda claro que hay una línea que une a nuestra coalición oportunista con los asesinos fanáticos de ultramar: cualquier cosa vale para el triunfo de mis intereses, escondidos como virtudes.
Es simple: defender los derechos humanos, aquí o en los territorios ocupados, es defender todos los derechos de todos los seres humanos. Por eso, condenar un pogrom es tan importante como condenar un intento de genocidio.
Profesor principal del departamento de Comunicaciones de la PUCP. Investiga sobre política y desigualdades digitales, y el contacto de estas con prácticas de la cultura digital, desde memes hasta TikTok.