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Opinión

Sin empatía ni responsabilidad, por Jorge Bruce

“Hay pues una responsabilidad de quienes pretenden cambiar esta situación político-patológica, pues no consiguen encarrilar esa angustia e impotencia...”.

larepublica.pe
BRUCE

Tanto el Congreso como el Gobierno se han habituado a funcionar –es un decir– con cifras abrumadoramente negativas de aprobación popular. La presidenta Boluarte empaca nuevamente maletas para un enésimo viaje inservible a las necesidades del país. El Congreso fingirá el lunes a las 4 p.m. que debate la pertinencia de dicho periplo. Simulacro tras simulacro. Mientras tanto la economía está oficialmente en recesión y la gente tiene cada día más dificultades para sobrevivir.

Todo este escenario catastrófico transcurre en un ambiente de aumento exponencial de la delincuencia, cuyas extorsiones, estafas, asaltos o asesinatos, nos atenazan cada día más. Los que pueden huyen de esta cárcel, mientras los representantes políticos viven en un mundo de falsedad, cuyo único propósito parece ser el de terminar con lo poco que nos resta de democracia. La Junta Nacional de Justicia es el objetivo siguiente y todo indica que, de un modo u otro, se la van a tumbar. Es penoso que el presidente de la Confiep repita el discurso de que “ningún funcionario debe estar al margen de las investigaciones”, como si no se diera cuenta que aquí no se trata de investigar sino de derribar. ¿Cómo va a investigar un Congreso que no cesa de encubrir los delitos más evidentes de sus integrantes?

Todo esto causa una masiva desaprobación popular, como queda dicho. El problema es que esa desaprobación no cuaja en movilizaciones de protesta contundentes. Las balas de diciembre, enero y febrero son parte de la explicación. Pero es improbable que sea lo único que impide que ese malestar se traduzca en manifestaciones masivas, como ocurrió con la efímera semana de Merino de Lama.

La frustración, ante la falta de empatía de los políticos y su grotesca irresponsabilidad, se convierte en rabia. Pero esta rabia, al no ser canalizada por dirigencias organizadas, implosiona, enferma, deprime, pero no logra expresarse políticamente. Hay pues una responsabilidad de quienes pretenden cambiar esta situación político-patológica, pues no consiguen encarrilar esa angustia e impotencia.

Acaso la llegada del fenómeno de El Niño sea el desencadenante de una nueva situación, al saturar la capacidad de tolerancia de las mayorías. El problema es que, al no haber efectuado las indispensables reformas políticas, el sistema de partidos no permite constituir correas de transmisión, vasos comunicantes. Somos una maquinaria estragada, un organismo anquilosado.

La frivolidad de personas tales como Dina Boluarte, quienes se dedican a viajar y hacer compras de lujo mientras cada vez más peruanos pasan hambre o se transportan como ganado, no es nueva. Su desenlace funesto, tampoco. Esto lo hemos vivido y sabemos que termina mal.