Un asunto sorprendente es el contraste entre el elevado rechazo al Gobierno y al Congreso y la baja asistencia a las marchas convocadas contra estos poderes. Según la última encuesta del IEP, la desaprobación de Boluarte supera el 80% y la del Congreso es exactamente 90% Pero la marcha del sábado pasado cuanto mucho reunió cinco mil personas, en una ciudad de diez millones de habitantes.
¿A qué se debe esta contradicción? Una primera explicación guarda relación con la desconfianza en los convocantes a estas marchas. En efecto, la gente común y corriente piensa que son más de lo mismo y no está dispuesta a apoyar a un grupo que, supone, hará lo mismo que critica. Encima, parte de los convocantes pide la reposición de Castillo, alejándose cada vez más del sentido común.
Pero hay otras razones. Entre ellas, el estado de ánimo de las grandes masas de peruanas y peruanos. Antes que la desconfianza en la convocatoria, se hallan las aspiraciones cotidianas de la gente. En relación con la política, la actitud predominante es la apatía y es fruto de la desilusión. Ha depositado su confianza en diversos políticos y todos han decepcionado. Por ello, solo interesa uno mismo.
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Todo ha fracasado y nada tiene consenso. Se dice que la dictadura de Fujimori violó masivamente los DDHH, aunque otro grupo lo pinta como el paraíso. También se dice que Velasco y la reforma agraria generaron una gran crisis económica, aunque otros sustentan que sembraron democracia social. Nadie se pone de acuerdo.
Además, lo único evidente es que ninguno de los modelos nos ha sacado de la mediocridad. No somos un estado fallido, pero tampoco uno exitoso, siempre estamos a media tabla y se nota, la gente lo sabe, no puede esperar mucho de la política.
Por su lado, la fragmentación de la sociedad es tan profunda que propende a la inmovilidad. Mientras en el norte esperan las próximas lluvias sin confiar en el Gobierno, al lado, los campesinos de medio país se han quedado sin productos agrícolas e, incluso, carecen de semillas para la siguiente campaña. Cada uno vive su desgracia particular sin conexión con el otro. No hay vínculos que conecten a la ciudadanía.
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Pero si esto fuera todo, la respuesta de la encuesta sería un contundente, no sabe/no opina. Pero no es así. Por el contrario, la única contundencia es el rechazo al Gobierno y al Congreso. La gente no sabe bien por qué ni sigue las noticias. ¿Quién es tan masoquista para seguir al detalle la política peruana? Pero existe un instinto político bien implantado. La ciudadanía repudia la corrupción, el abuso y la mentira, aunque desconfía de la democracia y estaría dispuesta a abandonarla por una dictadura que solucione problemas.
Sea cuando fuere la próxima contienda electoral, es probable que surja alguien nuevo que clausure este ciclo político. Su promesa será terminar con toda esta podredumbre y su mensaje será integrador. Al comienzo el sonido tiene que estar afinado con las mayorías para tener la fuerza de cancelar el sistema actual que se está muriendo.
Pero no sabemos su orientación. Podría ser un líder populista de extrema derecha. Un sátrapa de mano dura que promueva una nueva plutocracia de amigos del presidente. Sin embargo, no es seguro. La ausencia de partidos hace que toda elección peruana sea bastante fortuita, porque muchos ciudadanos se deciden al final y su ánimo es volátil.
Por ello, en este ciclo de democracia sin partidos siempre ha habido opciones. En toda oportunidad la fórmula ha sido trabajar con tiempo disputando el sentido común. El punto de partida es óptimo, porque el instinto político de hoy muestra que la oposición tiene bastante ventaja.