Aunque el país se encuentra agitado, la economía afectada y el Gobierno totalmente desprestigiado, Dina Boluarte y su equipo decidieron que estas Fiestas Patrias eran dignas de celebración. Desde las redes sociales oficiales de la Presidencia se lanzaron mensajes acerca del “orgullo de ser peruano”, los “motivos para celebrar” y de la sonriente preparación de la presidenta para las actividades oficiales, muy lejos del fingido tono de “profunda y dolorosa consternación” que empleó durante el mensaje ante el Congreso, al referirse a las víctimas de la represión con la que firmó la partida de nacimiento de su mandato.
Y es que si bien hay ya una rutina oficial para conmemorar la Independencia, dice mucho el tono con que cada mandatario participa en ella. En el caso de Boluarte, salta a la vista el uso de los rituales oficiales en un patético intento de legitimar su imagen de mandataria. Así, mientras entre Palacio y el Congreso se desplazan tropas de gala y vehículos descubiertos, en las calles aledañas y en las plazas San Martín y Dos de Mayo, policías en ropa de faena gasean a las delegaciones de manifestantes: grupos de estudiantes, mujeres aimaras y las familias de los heridos y fallecidos, en particular la Asociación de Mártires y Víctimas del 9 enero en Juliaca.
Así, las disculpas de Boluarte “en nombre del Estado” son menos que palabras, son apenas un sonido de desprecio mientras continúa la represión violenta y las detenciones ilegales. Más vacío aún resulta su relanzamiento del Acuerdo Nacional, si se tiene en cuenta que la última vez que esa entidad se reunió en enero, la sesión debió ser suspendida al conocerse las primeras muertes y la emergencia de los servicios de salud en Puno, por la gran cantidad de personas heridas en esa trágica jornada.
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Ya no sorprende ese nivel de cinismo de quien hace apenas seis meses, en medio de la ola de protestas, envió al Congreso un proyecto de ley de adelanto electoral y pidió a las bancadas que “voten por el Perú, a favor del país, adelantando las elecciones al 2023 y digamos al Perú entero que nos vamos todos”. Esa palabrería solo sirvió para tranquilizar a un sector político que creía ilusamente que se podía ir a una transición con este Congreso. Boluarte ahora se refiere a su toma de mando en diciembre como una “gesta democrática que impidió que el país sucumbiera en una crisis sin precedentes”.
Lo que verdaderamente no tiene precedente en nuestra democracia recuperada hace veintitrés años es que un Gobierno que carga con la muerte de sesenta personas se mantenga en pie. Esto solo es posible gracias a la complicidad del Congreso, de los mandos militares y policiales, del empresariado que ahora se toma fotos con Boluarte y de alcaldes desubicados que se sientan a su mesa y que luego deben arrodillarse ante su pueblo aceptando su error. Una complicidad a la que se acaba de sumar una alianza entre “la verdadera izquierda” de Cerrón y el fujimorismo, unidos en una nueva Mesa Directiva del Congreso so pretexto de “poner por delante al país”.
La verdadera gesta democrática, señora Boluarte, es la que hoy continúa en las calles y plazas de Lima y de las regiones, la que pide su renuncia como una forma mínima de justicia para las víctimas. Mientras escribo estas líneas, la policía acorrala y gasea a la gente en la plaza Dos de Mayo, donde las familias de las víctimas sostenían cruces y carteles con los retratos de sus seres queridos. El dolor crudo de estos peruanos y peruanas no deja dudas de la hipocresía de Boluarte. Ese duelo es la imagen viva de que en estas Fiestas Patrias no hay nada que celebrar.
El pedido de justicia del pueblo peruano. Foto: Difusión.