La letalidad de Sendero Luminoso llegó a su punto más alto con crímenes cometidos en Lima, cuando colocó dos coches cargados con 250 kilos de dinamita y los hizo estallar en la calle Tarata, un 16 de julio de 1992, hace 31 años. Murieron 25 personas, damnificadas 1.500 y 300 quedaron heridas. Más de 160 inmuebles y decenas de automóviles fueron dañados por la enorme onda expansiva que se produjo tras el estallido.
Se trató de un crimen sin precedentes y supuso una nueva etapa del movimiento terrorista que quiso tomar Lima, después de haber sembrado el país de atentados, voladuras de torres, crímenes sin nombre contra la población campesina y también en ciudades del interior del país.
El grupo terrorista pretendía someter a la ciudad bajo el clima de terror. Eligió un barrio de clase alta y provocó el feroz atentado. Pero fue el principio del fin para SL porque significó la captura de los cabecillas y desmantelamiento del movimiento más letal en la historia. Hermanados, se movilizaron Miraflores, Villa El Salvador y otros distritos.
No es la única acción terrorista que lamentar, un 16 de julio. En 1984 ocurrió una de las peores matanzas de SL contra la población: la masacre de Soras, conocida como “Caravana de la muerte”. Unos 40 terroristas abordaron un bus en la provincia de Sucre, Ayacucho, y asesinaron a su paso, en las paradas habituales del transporte público, a más de 100 personas, entre ellas varias autoridades. Víctor Quispe Palomino, alias camarada José, comandó la masacre.
Los expertos explican que hay que conocer bien la historia porque si no se corre el riesgo de repetirla. Es importante recordar fechas como esta, en la que peruanos de Ayacucho y Lima padecieron la violencia extremista de Sendero Luminoso. Hoy que ya existen bolsones de remanentes en algunas zonas cocaleras como el Vraem, dedicados a proteger el narcotráfico en la zona, es necesario exigir al Gobierno la captura de quienes fueron responsables de tanta insania.
También recordar que la caída del grupo terrorista se produjo cuando las más amplias capas de la sociedad peruana internalizaron la necesidad de acabar con su accionar y aportaron decididamente a la captura de sus principales líderes. La movilización por la paz, que fue multitudinaria y marcó un antes y un después en la historia del país, mostró esa unidad.