El reciente fallecimiento de Hugo Blanco invita a revisar su trayectoria política. Durante la primera etapa de su vida fue trotskista y militante de la IV Internacional. Pero luego del hundimiento de la Unión Soviética juzgó que el estalinismo había sido derrotado y que el trotskismo había perdido razón de ser. En este segundo momento asumió con orgullo las demandas étnicas del movimiento indígena y se volvió el más indio de todos.
Cabe destacar que su trotskismo fue muy singular. Esta corriente postulaba la revolución permanente hasta alcanzar el socialismo y no aceptaba etapas intermedias que realicen propuestas de sectores interesados en la propiedad privada, como el campesinado y su parcela familiar. Por ello, resulta curioso que, siendo un disciplinado militante trotskista, Blanco haya acabado dirigiendo el movimiento campesino de mayor envergadura de la historia peruana.
Al terminar la secundaria, Blanco viajó a Argentina para estudiar agronomía en la universidad. Pero fue captado por el grupo Palabra Obrera dirigido por Nahuel Moreno. A continuación, vino el golpe militar contra Perón y la persecución contra la izquierda argentina. En esas condiciones, el partido les recomendó volver y contribuir con la reorganización del pequeño núcleo trotskista peruano.
De retorno al Cusco, se produjo su encuentro casual con los líderes campesinos de La Convención. Se sumó a su lucha y se apoyó en el campesinado más acomodado, llamado “arrendiere”, que buscaba consolidar su propiedad privada enfrentando la servidumbre terrateniente.
Esta experiencia se halla en el libro Tierra o muerte publicado en 1972. Ahí aparece la correspondencia con José María Arguedas, donde Blanco propone incorporar la dimensión étnica al socialismo, porque la lengua y las costumbres indígenas eran un bastión de resistencia al capitalismo. Él mismo se sentía parte de dos tradiciones: la dimensión internacional del trotskismo y la matriz indígena que lo ataba a la tierra.
Luego de varios años de prisión vino la amnistía de Velasco. Sin embargo, fue deportado y pasó fuera del país casi toda la década de 1970. Al terminar el reformismo militar, participó en varias contiendas electorales, siempre tuvo altas votaciones, aunque era evidente que no disfrutaba del trabajo parlamentario. Por ello, fue mucho más feliz cuando pudo regresar como dirigente de la Confederación Campesina del Perú, CCP. Era una personalidad reconocida y su participación proyectaba a nivel nacional las luchas sociales, generando procesos de solidaridad colectivos bastante extensos.
Blanco fue un escritor bastante prolífico. En 2010 publicó un segundo libro fundamental, Nosotros los indios, que sintetiza la renovación de su pensamiento. En forma muy significativa, este segundo libro reproduce las cartas con Arguedas evidenciando la continuidad de ideas y sentimientos que conectan toda su vida. Pero una ruptura clave era con el leninismo y la concepción misma de partido. Sustenta que todo partido acaba generando una oligarquía que impide concretar la voluntad de las masas.
Un tema clave es la relación entre campesinado y revolución. Utiliza como ejemplo a la comunidad de Limatambo en Cusco y el concepto que desarrolla es democracia de base. Según su parecer, cuanto más campesino, más democrático, porque el mundo rural posee virtudes sociales que se hallan ausentes en la ciudad.
En este sentido, los campesinos son imprescindibles y constituyen el sujeto del nuevo mundo. Se pueden sumar todas las personas de buena voluntad, pero los verdaderos revolucionarios son indígenas y/o campesinos de todo el planeta. El punto es que solo ellos se sienten parte y se asumen como sirvientes de la madre naturaleza, a diferencia de la concepción occidental que busca conquistarla.
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A continuación, su última reflexión fue sobre la codicia como antivalor y fuente del desastre moral del capitalismo contemporáneo, especialmente grave porque ha generado la crisis ambiental que amenaza a la humanidad.