La extrema derecha tiene una organización que se vincula de manera internacional. Quienes han escrito e investigado el mundo de los radicales de la ultraderecha señalan que hay que tener cuidado con minimizar o malinterpretar esta dinámica política como si se tratara de grupos nacionalistas que funcionan en compartimentos estancos —por países y regiones— y que de allí no se mueven. Es un error creerlo.
La extrema derecha contemporánea tiene vasos comunicantes con diversas organizaciones ubicadas transnacionalmente y que son muy afines. Se identifican en lo ideológico, en el relato al que se aferran para sostener su identidad común, en las metas políticas y en la metodología que emplean.
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¿Qué los une? ¿A qué se oponen? ¿Qué los enfurece? Básicamente, la idea de igualdad.
Odian la igualdad en el género, por eso desprecian a la mayoría de mujeres. Aborrecen igualar su origen con el de otras etnias y culturas. No aceptan que entre clases sociales o, si se quiere, entre niveles socioeconómicos haya cercanía. Se sienten cómodos con las brechas sociales imperantes y, además, necesitan ordenar su mundo en función de jerarquías. Pero lo más terrible es que son violentos en la forma y en el fondo. Nunca tienen miedo a validar la violencia como método. Por eso nunca debe dejarse de vigilar —en términos de seguridad— a estos grupos. Allí, donde políticamente crecen, y en tiempos polarizados como estos, puede abrirse un espacio al terrorismo de extrema derecha que ya experimentó Europa en este siglo y en varias oportunidades.
No es, pues, inexacto decir que la derecha radical, racista y clasista, es una amenaza para la democracia. Es, en medio de todo esto, un movimiento muy dado a hacer suyas las teorías de conspiración, lo cual durante la pandemia pudimos ver con claridad. Ubicarse siempre al frente de alguien o de algo al que necesitan tener como enemigo les es útil para la construcción de su proyecto: inmigrantes, mujeres, comunidad LGTB, indígenas, serranos, comunistas, pobres, no importa. Se nutren del odio y allí anidan.
Por todo lo anterior, ha sido una irresponsabilidad mayúscula, de la boba y elitista derecha peruana, haberle puesto una alfombra roja a los fascistas españoles reunidos en VOX y que vinieron a encontrarse en lo que han denominado el Foro de Madrid. Allí, estos “fachos” europeos felicitaron a los políticos peruanos de la derecha ultramontana por “haber frenado la amenaza comunista en el Perú”, en referencia a la forma antidemocrática como, primero, no quisieron reconocer el triunfo de Pedro Castillo y, luego, la guerra que le desataron durante toda su gestión porque era demasiado profesor, demasiado serrano, demasiado sindicalista, demasiado de izquierdista para soportarlo. Esa derecha peruana que se portó de manera genuflexa con estos impresentables parece ignorar que para los de Abascal y los suyos cada peruano en España es un “panchito”, un “sudaca” o un “Machu Picchu”.
Mil veces torpes.