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Opinión

Operación desprestigio, por Rosa María Palacios

“Cuando nos aproximamos a un proceso electoral, siempre se cocinan campañas de desacreditación. Funciona en el Perú y funciona en todo el mundo”.

larepublica.pe
Rosa María Palacios

Abrí una cuenta de Twitter el año 2010. Muchas cosas han cambiado en la más tóxica, violenta y política de las redes sociales, salvo una. El número de mis seguidores siempre crece. No importa cuántos tenga bloqueados. A esta hora, tal vez no lo sepan los habituales lectores de esta columna, tengo más de 3.720.000. Manejar una masa que se aproxima rápidamente a los 4 millones de cuentas (que no son, necesariamente, personas) me permite detectar en pocos días, y a veces en horas, cuáles son las campañas de desprestigio político en marcha.

Cuando nos aproximamos a un proceso electoral, siempre se cocinan campañas de desacreditación. Funciona en el Perú y funciona en todo el mundo. Algunas se dosifican para montarse a días de la elección. Otras arrancan meses o años antes. Famosas por su letalidad fueron las de Alan García con “la candidata de los ricos” contra Lourdes Flores o “la reelección conyugal” contra Nadine Heredia. La diferencia es que, aunque usaban terceros, las redes no tenían el papel hiperprotagónico que tienen hoy.

En el documental sobre la vida del príncipe Harry y su esposa, la actriz Meghan Markle, se revela, en un estudio encargado por ellos, que apenas 80 personas controlaron un conglomerado de miles de cuentas y millones de mensajes de Twitter destinados a desprestigiar a la pareja y, en especial, a la señora. Personas que incluyen a una media hermana de la víctima. Es muy fácil, económico y letal. Puede enloquecer al más firme y traerse abajo vidas, familias, matrimonios. Da lo mismo con tal de obtener el objetivo: dañar una carrera pública sobre la base de medias verdades, mentiras e insultos.

Se puede desprestigiar lo que quieras y se puede exaltar del mismo modo. Por ejemplo, el uso de palabras como “terrorismo”, “comunismo” y “guerra” se banalizan hoy en redes sociales, en especial en Twitter. Esto no es casual. Esta es una campaña. Así, hoy hay varios políticos e ideas en la mira.

La estigmatización de lo “caviar” pretende arruinar políticamente toda opción de centroizquierda o de centro. Sea Flor Pablo, por ejemplo, potencial candidata (tal vez el 2026; ha dicho que no ahora), Vizcarra (quien está legalmente impedido) o Sagasti. También Nieto, Forsyth o Lescano.

La palabra “caviar”, en su acepción estigmatizante, es un ocioso que trabaja para el Gobierno, no es radical, pero se hace el revolucionario y vive muy bien de las riquezas que obtiene del Estado. Ninguno de los políticos mencionados se ajusta a ese perfil ni remotamente, pero el mote, una vez puesto encima, hace la maravilla: si ser caviar es malo y tú eres caviar, entonces eres malo. Pensamiento primitivo.

Si a eso se le une la palabra “consultoría” como estigma y no como actividad lícita, tienes la prueba de que el ocioso vive del Estado. Parece muy idiota como línea de ataque político y lo es, pero si no se diagnostica a tiempo, como toda enfermedad, el virus se expande. La granja puede tener robots o trolls (una persona maneja cientos o miles de cuentas, muchas con gran cantidad de pornografía para darles movimiento) pero necesita, para hacer tendencia, usuarios reales que puedan repetir los mensajes.

No es el único caso. Pedro Cateriano ya comenzó a ser atacado por un satélite que ha dado más vueltas a la Fiscalía que a la Tierra. Una compra limpia, útil, que ha ahorrado millones al Perú. Lo han hecho decenas de veces. Y vuelven al ataque desde las trincheras apristas y anexos. O Fernando Tuesta, víctima perpetua porque el destinatario es Salas Arenas. Millones de mensajes de desprestigio después, rebotes en medios marginales pero “amigos” y la campaña está lista.

Los gobiernos autoritarios usan las mismas estrategias. Lamentablemente, el de Dina Boluarte no es la excepción. Este jueves, en el centro de Lima, un grupo de mujeres caminaban hacia la policía. No rompían nada. Lo hacían en paz. Una de ellas corre, con los brazos abiertos hacia ellos. Lleva a su hijo en la espalda, a la usanza de millones de mujeres peruanas. La policía, violando su propia ley, le dispara una bomba lacrimógena. La imagen es atroz para la policía. ¿Qué sucede? Miles, literalmente miles, de cuentas convierten a la mujer en una mala madre. El policía desaparece de escena.

No les cuento todo lo que nos hacen a los periodistas, porque ya lo saben. Pero algo se puede concluir: que el 88% del país quiera adelanto de elecciones y que más de la mitad se identifique con las protestas, a pesar de millones de mensajes de apoyo al Gobierno, significa que hay una verdad de a puño: la gente no es idiota.

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