Por: Eloy Jáuregui
Cuatro sucesos empobrecieron el universo del periodismo en el Perú. La expropiación de los medios a cargo del general Velasco en 1975. La venta de las líneas editoriales con Fujimori y Montesinos en 1998. La concentración de la propiedad, el monopolio u oligopolios de las actividades económicas de la empresa El Comercio desde 1912 y la tragedia de Uchuraccay del 26 de enero de 1983, donde fueron asesinados ocho periodistas y un guía y un comunero mientras investigaban las matanzas cometidas por Sendero Luminoso.
Enrique Huaicochea nos narra el último domingo donde estuvimos juntos: “Cuarto domingo de enero, día 23, en pleno verano, en las instalaciones del Colegio Teresa Gonzales de Fanning, Jesús María, se reunieron los trabajadores de El Diario Marka, para participar en un campeonato relámpago de fulbito, intersecciones, organizado por el sindicato de trabajadores.
Aquel día fue una reunión de camaradería al aire libre, donde degustaron ceviche, cervezas, gaseosas”. Y de esa reunión existe una foto donde aparecen, Eduardo de la Piniella, Ricardo Uceda y Daniel Cumpa con el polo sobre su brazo derecho. Es que hacía un calor insoportable. Los tres jugaban para el equipo de Redacción. Eran muy amigos. Sobre todo Eduardo de la Piniella y Daniel Cumpa, que militaban en la misma agrupación política.
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Prosigue Huaicochea: “Ese domingo, era pues como una despedida para Eduardo de la Piniella, pues al día siguiente junto a Pedro Sánchez, reportero gráfico, viajaban para Ayacucho, para continuar la cobertura de las acciones terroristas de Sendero Luminoso en esa zona declarada en emergencia y que tenía como jefe del Comando Político Militar al general Clemente Noel Moral”.
Luego vendría lo peor. Los periodista enrumbaron hacía Huaychao y cuando estaban por las alturas de Uchuraccay, Huanta, fueron sorprendidos, masacrados y asesinados de la forma más vil. El Comando Político Militar informó que los campesinos del lugar los habían confundido como terroristas y por eso los ajusticiaron, decía el informe.
A la semana siguiente la revista Caretas en su portada publicó una foto donde se veían los cuerpos destrozados de los periodistas rodeados por los comuneros con ponchos y sombreros. Pero los comuneros aparecían con botas militares y con relojes. Estas fotografías fueron utilizadas por la justicia como elemento probatorio y sirvieron, en su momento, para dictar sentencia a los campesinos acusados del crimen.