Imaginemos un escenario en el que se aprueba la convocatoria a un referéndum sobre cambio constitucional. El resultado más probable sería una derrota de la propuesta de cambio, y el mantenimiento del statu quo. Cualquier propuesta de cambio constitucional tendría que enfrentar la ausencia de claridad sobre qué se busca lograr y cómo se lo lograría; al frente habría unanimidad desde el campo del statu quo.
La derecha, en sus muchas manifestaciones, presentaría la propuesta de nueva constitución como un retroceso, como una amenaza a la prosperidad alcanzada, y minimizaría las demandas como asuntos de manejo estatal, no como urgencia de un nuevo pacto social. Los radicales que sin duda aparecerán en la escena, se usarían como ejemplo de la disrupción del orden social y económico, un peligro para los peruanos que solo quieren trabajar.
Las ideas de igualdad de género o cultura serían vistas como importaciones dañinas al espíritu nacional o como simples caprichos de activismo, que no reflejan las verdaderas preocupaciones y las sinceras convicciones de los peruanos. Al frente, los que buscan un nuevo pacto social tendrían que responder con argumentos claros y coherentes sobre qué se buscaría lograr con una nueva constitución.
El problema central sería la ausencia de un discurso claro, que es a su vez ausencia de liderazgos. Si bien parte del discurso que promueve el cambio constitucional reclama “darle voz al pueblo” como antídoto a la mirada derechista/limeña, lo cierto es que el pueblo no tiene claro qué quiere, y lo que existe son colecciones dispersas de reivindicaciones que en muchos casos se contradicen entre sí. Mejorar el empleo de los docentes, pero acabar con las reguladoras y bajar los impuestos, pero industrializar el país, y así muchas más.
Lo que podría ser un campo progresista no existe porque en vez de pensar en qué debemos hacer para resolver los problemas del país, nos empeñamos en qué reivindicación queremos satisfacer. Basta revisar los grandes hitos de la campaña de Castillo: botar venezolanos o acabar con reguladoras no resuelve nada, pero logra aplausos. Así ganó una elección para luego tirar el poder por la ventana y servirle la comida a la derecha más reaccionaria. Pero aún hay quienes convocan marchas pidiendo su reposición.
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Esto nos lleva al problema central que hemos vivido desde hace por lo menos quince años. Hay coincidencias concretas, puntuales, que ante condiciones similarmente concretas permiten que muchos peruanos se pongan de acuerdo para actuar, sobre todo en la calle. Para detener tres veces seguidas al fujimorismo, o traerse abajo a un golpista palaciego en 2020, se puede estar de acuerdo. Pero acordar cómo cambiar el país para mejor, es tarea pendiente; sin ello, no habrá cambios reales, solo más protestas.