Las últimas semanas han traído noticias de manifestaciones de protesta en numerosas ciudades chinas. El descontento ha sido consecuencia del hartazgo frente a la política del covid cero. Esta política funcionó de forma eficiente durante los dos primeros años de la pandemia. Pero la variante ómicron la puso en cuestión, porque la velocidad de los contagios hizo saltar por los aires las medidas sanitarias.
La estrategia del Gobierno ha sido mantener el virus fuera de China, confinando ciudades enteras donde aparecen contagios, aislando a los infectados y realizando constantes y masivas pruebas PCR. Cuando ómicron se volvió la variante principal, el Partido Comunista, PCCH, se mantuvo terco en su misma política. Recién ha cambiado hace dos días, después de los más graves desórdenes sociales de las últimas décadas.
Por un lado, la vacunación no ha sido universal, sino que alrededor del 10% no ha recibido ninguna dosis. En China ese porcentaje significa 140 millones de personas, quienes mayoritariamente son la población mayor de sesenta años, en teoría los más vulnerables. Por qué? En principio porque no han sido obligados.
El Gobierno chino ha vacunado obligatoriamente a jóvenes y niños, pero ha dejado a los viejos a su voluntad. Entre ellos hay gran apego a la medicina tradicional y una fuerte desconfianza en métodos occidentales. Por ello, el Estado no ha puesto la vacunación como eje de su política sanitaria y ha persistido en evitar el ingreso del virus.
La gota que derramó el vaso fue un par de accidentes mortales provocados por covid cero. Se volcó un camión que transportaba gente a realizar pruebas y un incendio terminó en tragedia porque sus residentes no pudieron salir de su edificio que estaba confinado. Esta última desgracia ocurrió en Xinjiang, una provincia complicada, cuya población de origen musulmán tiene relaciones conflictivas con las autoridades de Beijing.
Lo peor fue la explicación oficial. Las autoridades sostuvieron que no se habían guardado las normas de seguridad contra incendios. Esa declaración causó indignación y fue la mecha que provocó los desórdenes.
La protesta se extendió a 17 ciudades, incluyendo las cuatro grandes metrópolis: Beijing, Shanghái, Cantón y Chongqing. La represión ha sido fuerte y ha fallecido una veintena de personas en los enfrentamientos.
Las protestas han sido espontáneas. No han sido programadas de antemano, sino que han aparecido de pronto. El método ha sido una persona que porta un papel en blanco, que circula entre la gente y lo muestra sin decir nada. Los demás hacen ronda y estalla la protesta. Basta que alguien se atreva. Pero es riesgoso.
La policía cuenta con identificador facial y realiza chequeos masivos de celulares para identificar el uso de aplicativos que permiten burlar la censura. Por su lado, las universidades han sido el foco de la protesta y en forma sorprendente el himno del descontento ha sido la Internacional. ¡Arriba los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan! Es un símbolo singular, porque busca enfrentar al PCCH con su propia historia, a partir de un reclamo popular.
El elevado grado de espontaneidad es síntoma del desgaste de la legitimidad del PCCH. Desde la reforma y apertura, la base de su fortaleza ha sido la prosperidad y el desarrollo material. A la vez, la aplicación de políticas redistributivas para extender el bienestar. Pues bien, ese doble fundamento se complicó por la política covid cero.
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El 2022 ha sido muy duro en China y no están acostumbrados. Hace cuarenta años que la economía crece en forma regular y han olvidado las penurias. Pero este último año los estudiantes han pasado meses encerrados en el campus, casi sin salir de sus cuadras. Los sueldos de los funcionarios del Estado se han retrasado, muchas partidas no han llegado y las actividades han tenido un bajón.
Por su lado, los pequeños empresarios la vienen pasando mal, han quebrado o están con la soga al cuello, sus trabajadores peor. Por su parte, las fábricas han obligado a los obreros a vivir dentro de la planta. Por ello, algunas grandes ciudades industriales también han protestado.
Pero no hay liderazgo alternativo al PCCH. No es como Hong Kong, donde los sectores democráticos y liberales tienen arraigo. Por el contrario, la protesta actual en China busca cambios dentro del sistema. Ese ánimo reformista se evidencia en dos banderolas que aparecieron en una concurrida autopista de Beijing. La primera eran tres juegos de oposiciones: reforma sí, revolución cultural no; voto sí, dictadura no; y ciudadano sí, esclavo no. La clave se halla en la primera frase, que postula profundizar la reforma, que empezó por la economía y se ha estancado en la política.
Está clara también la demanda: ciudadanía y Estado de derecho. El segundo cartel era directamente contra el presidente Xi Jinping. Sostenía que pretendía imitar a Mao, pero sin su carisma ni trayectoria heroica.
Sin exagerar el mensaje de estas banderolas, ellas buscarían cambios dentro del PCCH y no su derrocamiento.
El partido, por su parte, acaba de rectificar, relajando las medidas de confinamiento y anunciando la revisión de la política covid cero; ha estado a punto de arriesgar otro Tiananmén y se ha detenido en el borde.