En Financial Times Kurt Burneo, del MEF, acaba de reconocer que una turbulenta disfunción política está afectando el clima económico del Perú. No es la primera vez que lo dice. Lo ha venido diciendo suavemente desde que llegó al cargo. Sus opiniones para el FT son su queja más fuerte sobre los peligros de su gestión.
Como la turbulenta disfunción política ha venido fortaleciéndose con el tiempo, a Burneo le está tocando la peor parte del asunto. Pero si el redactor del FT ve turbulencia, el ministro ve una inestabilidad que afecta la confianza de los inversionistas. Lo dice cuando acaba de reducir la cifra del crecimiento peruano en este año.
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La queja de Burneo quizás cierra un año y medio de complacencia del público frente a la gestión económica del gobierno. Inicialmente se esperaba una catástrofe y la llegada de Pedro Francke tranquilizó el ambiente. De allí en adelante el mantra de rigor ha sido que la política va muy mal, pero la economía no tanto.
La diferencia entre Burneo, Francke y Oscar Graham es que Burneo es el primero en plantear que ese complaciente mantra es imposible: la mala política afecta la economía, y de hecho ya lo está haciendo en el Perú. Viene implícito que las medidas económicas para aliviar los problemas en curso no bastan. Como que las causas de los males están en otra parte.
En el lapso de un par de días descubrimos que en Lima han desaparecido 400,000 puestos de trabajo en cuatro meses, y que en la mina Las Bambas han reaparecido los eternos reclamos económicos que afectan 75,000 empleos. El ruido político está sirviendo para disfrazar este tipo de situaciones económicas.
Miremos a los desempleados, a los que se ajustan el cinturón mes tras mes, a los que están siendo cebados con una dieta de noticias falsas desde el gobierno, a las víctimas de las malas políticas públicas de alto impacto (salud, seguridad, educación), a los que miran cómo se enriquecen los empleados públicos de esta hora.
Quizás nos equivocamos al ver la entrevista de Burneo con el FT como una queja. Más bien habría que verla como un discreto pronóstico, en el sentido de que las cosas en su ministerio no pueden seguir saboteadas por la política.