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Escribe: Eduardo González Viaña
“Muchachas como los árboles innobles del otoño.
Pálidas como espigas. Delgadas como llaves”.
Francisco Bendezú (1928-2004) es uno de nuestros mayores poetas del siglo XX. Según Marco Martos, “su poesía era un canto a la mujer, pero su otra gran pasión era el mismo lenguaje”. Sea lo uno o lo otro, es uno de los artistas en el mundo que mejor describe la belleza femenina.
Ni su propio maestro, Giuseppe Ungaretti, ha logrado una sucesión de imágenes femeninas tan asombrosas como él. A la que mencionamos en nuestro primer párrafo, pueden añadirse otras hasta la infinidad.
“…el latido de tus pasos por el polvo de Santiago,
y tu densa fragancia de magnolia,
y tu lenta cabellera
con perfil de éxtasis o algas,
y el ardor fulmíneo de tus ojos, que de noche,
como naves sobre el mar,
la bruma iluminaban”.
Y ni siquiera allí se termina el poema. Por eso, sus lectores y los amigos que lo conocimos andábamos interesados en saber quién y cómo era la dama que inspiraba estos versos.
Por mi parte, la pensaba como un personaje de Modigliani paseando por en medio de un parque imaginado por Giorgio de Chirico. En mi libro Batalla de Felipe en la casa de palomas, un guerrillero escribe a su novia: “Me olvido de tus ojos, pero recordaré tus ojeras”. Quizás ello mostraba mi gusto por una exangüe mujer, quien era tan delgada y tan ingrávida que hasta su fotografía parecía volarse.

Francisco Bendezú. Imagen: Difusión.
Nos conocimos con Bendezú en Trujillo cuando los amigos del grupo Trilce éramos alumnos de la universidad de esa ciudad, en tanto que Paco era ya un casi cuarentón profesor de San Marcos que iba a dictarnos una charla sobre la poesía de André Breton.
Después de su presentación, las preguntas estuvieron dirigidas a saber cómo era la mujer de sus sueños, pero Bendezú férreamente guardó el secreto y declaró que todavía era un solterón empedernido.
Entonces, los lectores que tenían novia evitaban que aquella se interpusiera en el camino de Bendezú a quien suponían un seductor incorregible. Concretamente, los admiradores de Mercedes Ibáñez Rosazza me hicieron ver su seria preocupación al respecto.
Nuestra amiga había publicado su primer libro y yo era su prologuista. Para ilustrar lo que entonces se pensaba de la mujer intelectual, puedo contar que el diario La Industria, el principal de la ciudad, comentó esa aparición con una noticia en primera página cuyo titular era: “Mujer edita libro”. Algo así como “Gata pare perritos”.
Una tarde, llevé al poeta Bendezú a la dulcería Doña Elena y le invité una selección de golosinas trujillanas. Paco quedó encantado, y me dijo que llamaría por teléfono a su madre para pedirle que le concediera un día más en Trujillo. Esa revelación serenó a los admiradores de Mechita.
Entonces, todos los lectores nos dedicamos a investigar quién era la Mercedes a quienes estaban dedicados “Los años” y “Twilight”. Un día, el secreto se supo.
Paco declaró:
-Mercedes es mi Beatriz, es la mujer que más he amado en mi vida, y la única de las que he amado a la cual retornaría. Soy perfeccionista, pero pertenezco a esa extraña fauna de los enamorados del amor.
A partir de un contrapunto entre Eguren, Chocano y los poetas de la generación del 50, Ricardo González Vigil destaca “la sensorialidad y sensualidad, glorificación del placer corporal, ritualización del erotismo y esteticismo purista de la poesía de Bendezú”.
Más descubrimientos fuimos haciendo acerca de Mercedes. Era española e hija de Antonio Ramos, un famoso historiador socialista. Había vivido con los suyos la vida de una familia exiliada y se había conocido con Paco cuando ella tenía 15 años y nuestro poeta 22.
Para su mala fortuna, el año en que reveló su nombre, recibió una carta de ella, donde le decía: “Tengo muchas cosas que contarte: me he casado”.
Francisco Bendezú publicó solamente cinco libros. Fue poeta, periodista y profesor universitario. Estuvo cuatro veces preso por razones políticas y otros cuatro años desterrado por la misma razón o sinrazón. Al término de la dictadura de Odría, regresó al Perú.
Más tarde, ganó una beca para estudiar en España, pero lo expulsaron por su decidido antifranquismo. Felizmente, pudo permutarla por una estancia académica en Italia. Allí conoció a muchachas de Roma, pálidas y delgadas como llaves.
Si la muerte es ubicuidad, allí debe de estar caminando con ellas.
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