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Opinión

Dramas chinos

“En medio de ese laberinto resbaloso, EEUU (ya no solo Pelosi) se ha metido en una ruta complicadísima. Tiene ya un frente abierto en Ucrania, que se prolonga para pesar de Rusia pero también de la Casa Blanca”.

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El origen del conflicto se remonta a la Revolución china de 1949. Foto: composición LR/AFP

Por: Ramiro Escobar, profesor de la UARM

En estos momentos Nancy Pelosi, la granítica presidenta de la Cámara de Representantes de EE .UU., ya se encuentra en Japón tras visitar Corea del Sur como parte de su gira asiática. Pero su escala más dramática, más alborotadora y sísmica, tuvo lugar en Taipéi hace un par de días. Tan es así que, mientras sigue con su agenda, China despliega sin rubor alguno su músculo militar.

¿Qué nervio tocó Pelosi para que la República Popular, por lo general confuciana en sus reacciones y decisiones, reaccionara de esa manera tan ruda? Ya se sabe: para Pekín, Taiwán es una “provincia rebelde”, un territorio que le pertenece sin discusión global posible. Sin embargo, hay algunos ingredientes que, actualmente, vuelven la cuestión más peliaguda.

Cuando el republicano Newt Gingrich visitó también Taiwán, hace 25 años, China no tenía tanto peso mundial como ahora. Tampoco había entrado de lleno en la disputa digital, como hoy lo hace vía Huawei o Tik Tok. Ya era una potencia en alza, pero no ese país que hoy, sin murmuraciones, es visto como la segunda potencia mundial que asusta un poco al Tío Sam.

Por no poca añadidura, los taiwaneses son los ases mundiales de la fabricación de chips, por lo que no resulta descaminado imaginar, como ha recordado la BBC estos días, que una de las razones por las cuales los chinos no dejarán que la escurridiza isla se les escape es esa. Que tal poderosa industria sostenga a un posible nuevo país independiente debe producir horror en Pekín.

En realidad, las posibilidades de que el antiguo feudo de Chiang Kai-shek, el nacionalista derrotado finalmente por Mao Tse-Tung en 1949, se convierta en otra entidad estatal y retorne triunfalmente a la ONU son ya escasas. Poco más de una decena de países, sobre todo centroamericanos y caribeños, lo reconocen como tal y la cifra va en descenso dramático.

La Nicaragua del áspero Daniel Ortega fue el último en descolgarse de esa lista y, por supuesto, una de las razones de fondo es obvia: casi ningún gobierno quiere perderse el rollizo mercado chino para sus exportaciones, o para la llegada de productos baratos de toda estirpe (desde adornos de Navidad hasta autos). Si tienes embajada taiwanesa, te olvidas de Pekín en una.

Hay, no obstante, un problema de fondo muy serio. En Taiwán, la tendencia a fortalecer una identidad propia, taiwanesa y no china, ha ido en aumento en los últimos años. Recuerdo haberla observado cuando visité ese territorio indefinido hacia fines de los 90. Música propia, ropa propia, costumbres propias; incluyendo una sopa de culebra, que dejó de venderse en el 2018.

Cada vez es menos la gente que se siente ‘china’ solamente y eso es alentado por gobiernos como el del actual Partido Progresista Democrático. Se trata de un sentimiento popular, además, porque en los hechos funciona como un país y Taipéi como una gran capital, donde Chiang Kai-shek observa el ruido político actual desde su gigantesca estatua que está su fastuoso memorial.

En medio de ese laberinto resbaloso, EE .UU. (ya no solo Pelosi) se ha metido en una ruta complicadísima. Tiene ya un frente abierto en Ucrania, que se prolonga para pesar de Rusia pero también de la Casa Blanca, y no le conviene agitar otro avispero, con otra potencia mundial, competidora y socia suya. Y que, dicho sea no tan de paso, también es potencia nuclear.

Oficialmente, el gran país acepta la política de “Una sola China” pero a la vez apoya militarmente a Taiwán, hace décadas. Es improbable que se embarque en alimentar una independencia taiwanesa, algo que sacaría de sus casillas imperiales a Xi Jinping . Pero permanecer en la diplomacia y a la vez “jugar con fuego” en el estrecho de Formosa es muy mal negocio.

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