Las designaciones de los puestos más importantes del Estado han ido generando cada vez mayor indignación, pues son un indicador de que no hay una valoración adecuada ni reconocimiento de la importancia de apostar por un cuerpo sólido de directivos y funcionarios públicos competentes, que estén a la altura de asumir los grandes retos del país.
No obstante, esta situación también ha levantado críticas frente a las capacidades de quienes han estado antes en el Estado al no haber podido, precisamente, enfrentar estos grandes retos. Ante esto, lo que sucede es que, en realidad, hay una escasez de tecnócratas en el Estado, no un exceso. Lo que hay es una aproximación equivocada del concepto de “tecnocracia”, así como un mal entendimiento de la necesaria relación entre lo técnico y lo político.
En primer lugar, la acción política de un gobierno no puede sostenerse si no cuenta con los cimientos de un cuerpo sólido de expertos capacitados para implementar las promesas electorales y entregar soluciones efectivas a los problemas de la gente. De ahí que el servicio civil es fundamental pero hoy es una reforma ninguneada.
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Un burócrata tradicional se aferra a los procesos administrativos, mientras que un verdadero tecnócrata está ahí para cambiar el statu quo de los sistemas operativos si es que estos son un obstáculo para crear valor público. También conecta el mundo de la clase política con dichos sistemas administrativos dentro del Estado brindando las mejores soluciones posibles. La tecnocracia aparece entonces para hacerle frente al populismo, pero no solo con racionalidad técnica sino también con empatía, valor necesario para diseñar respuestas poniendo el foco en el ciudadano. De ahí que el tecnócrata se diferencia del burócrata tradicional por su capacidad para entender a la gente e influir en la esfera política, en el mundo de la toma de decisiones, buscando cumplir con los objetivos políticos de la manera más efectiva posible.
En segundo lugar, un tecnócrata no es aquel que viene de trabajar de un banco o de alguna empresa del sector privado, sino que es alguien que comprende muy bien del manejo de las políticas públicas tanto en la esfera política como técnica. Hay una reducción del concepto “tecnócrata” a los economistas liberales de los 90 y por ello el término tiene hoy una connotación negativa porque este pareciera haber sido capturado por una ideología política. Pero más que ideología, por lo que se apostó fue por promover una serie de reformas macroeconómicas con objetivos muy específicos pero insuficientes para responder a los grandes retos multisectoriales del país (aun así, gracias a ellos se ha logrado institucionalizar algunos principios básicos como la autonomía del BCR). Los tecnócratas no se limitan a políticas macroeconómicas, sino que son conocedores de los diversos problemas sectoriales que existen tanto en el campo social como ambiental. Los países que mayor éxito han tenido en solucionar grandes problemas públicos han sido aquellos que han apostado por un gran cuerpo de tecnócratas especialistas en cada uno de sus temas. Así, un tecnócrata está capacitado para construir legalidad y legitimidad, no para ir en contra de ellas.
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¿Por qué no dejar que aquellos que saben lo que hacen se involucren en resolver los problemas públicos?
Ante cimientos tan débiles dentro de los aparatos del Estado, es cuando más necesaria se hace la inclusión de este cuerpo sólido de servidores públicos comprometidos a generar la mejor transformación para beneficio de las personas. La confianza en las instituciones empezará a crecer cuando las políticas públicas empiecen a funcionar; pero sin pilotos reales, sin expertos, la acción política se reduce a una narrativa y de la narrativa solo queda un endeble castillo de naipes... pegado con agua arracimada.