El jueves ocurrieron dos eventos de enorme importancia (al menos para sus organizadores). Por la mañana, Pedro Castillo se presentó en la Plaza Mayor de Ayacucho para ofrecer una evaluación de sus primeros cien días de gobierno. Por la noche, luego de una campaña de promoción que incluyó avisos a toda página en diarios de circulación nacional, los promotores de una nueva vacancia presidencial organizaron una marcha en la avenida de La Peruanidad, que terminó con un mitin.
Fueron dos eventos diametralmente distintos, realizados en lugares alejados, a diferentes horas, protagonizados por dos corrientes opuestas de la política peruana.
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Pero, curiosamente, ambas tuvieron un elemento en común. En contra de lo que esperaban sus promotores, que pronosticaban multitudes nutridas y enfervorizadas que dieran muestra de su músculo y arraigo, apenas reunieron a un puñadito de seguidores; fueron apoyados por auditorios muy raleados, tanto en Ayacucho como en Lima.
Lo más probable es que —cegados por sus posiciones testarudas e irreductibles, obsesionados por la estrategia para acabar con el enemigo y seguir alimentando la desgastante polarización que aqueja a nuestro país— ni unos ni otros se preguntarán por las razones de estos sonoros fracasos. Si lo hicieran, si por un momento abandonaran sus trincheras y se animaran a mirar a la realidad, aunque fuera de reojo, quizá alcanzarían a captar el rotundo mensaje que la ciudadanía les está enviando.
¿No será que los peruanos ya están hartos de la violencia verbal, de la confrontación estéril, de esta persistente crisis política que se abrió en 2016, con el ataque sin cuartel de Fuerza Popular contra el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski, que no tiene visos de terminar, y se ha traducido en una larga etapa de inestabilidad, con cuatro presidentes en cinco años, en medio de una pandemia que ha arruinado nuestra economía y ha matado al menos a 200 mil compatriotas?
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¿Acaso la ciudadanía no está diciéndole a sus políticos que ya basta, que ya fue suficiente, que esta polarización terca, inútil y desgastante ha llegado a un límite que no puede seguir siendo tolerada? ¿Que, mientras la extrema derecha y la extrema izquierda viven enfrascadas en una guerra sin cuartel, la absoluta mayoría del país exige que, de una vez, se imponga un poco de cordura, de paz y estabilidad? ¿No están exigiendo que, en lugar de invertir todas sus fuerzas en la destrucción del enemigo, abandonen ese juego calculador y mezquino, para pensar un poco en el país, dedicándose a resolver los asuntos apremiantes de la realidad? ¿No les están exigiendo que dejen de alimentar esta dinámica que crea nuevos problemas y profundiza los que ya existen?
El mensaje es clarísimo. ¿No lo entienden o no lo quieren entender?