Por Sandro Mairata | @CINENSAYOLat y @smairata
Con 90 años cumplidos, Clint Eastwood dirige, produce y protagoniza Cry Macho, su décimo filme como director en los últimos diez años. Eastwood no puede con su genio y, como en las cintas recientes donde es la estrella, se las arregla para repartir puñetazos, tener persecuciones en automóviles, empuñar revólveres y tener escenas de cama –o casi– con atractivas mujeres que se esfuerzan por seducirlo. El que puede, puede.
Cry Macho se siente como un nuevo filme de un trilogía temática, hermanada con Gran Torino (2008) y La mula (2018), ya que elementos de una (la relación con un joven metido en pandillaje) y detalles de la otra (las idas y vueltas cruzando la frontera con México) se entrelazan para esta historia que, en honor a la verdad, anduvo rondando los estudios por lo menos desde los años setenta. A partir de los noventa, Roy Schneider y Arnold Schwarznegger coquetearon con el rol principal, pero solo en 2020 se pudo al fin filmar.
La historia no tiene mucho vuelo: un acaudalado texano, Howard Polk (la leyenda del country Dwight Yoakam), recurre a su amigo Mike Milo (Eastwood), una estrella del rodeo retirada, para que vaya a Ciudad de México y traiga a su hijo de 13 años, Rafo (Eduardo Minett), retenido al parecer por la fuerza en la hacienda de su madre.
Mike ubica a Rafo, quien se encuentra metido en pandillaje y el bajo mundo de las peleas de gallos (su gallo se llama Macho), y ambos emprenden el trayecto a casa. En el camino, el cruce de identidades culturales los acercará, así como el sentimiento paternal de Mike querrá protegerlo de posibles motivos ocultos del padre y la madre.
Se dice de Eastwood que firma películas bien hechas, dentro del presupuesto y en los plazos acordados. Cry Macho, por cierto, se terminó de filmar un día antes de lo previsto. Eastwood otorga de nuevo un filme eficiente, con una elegante fotografía y un ritmo astutamente controlado. Pero Eastwood no era el actor para este rol. No solo por su edad avanzada, sino porque ya luce realmente anciano, y en las escenas de pelea el detalle (¡spoiler!) de un gallo salvándolo un par de veces es un detalle absurdo que atenta contra la temperatura dramática con que se intenta presentar la historia.
Eduardo Minett como Rafo también es otro punto bajo: el joven actor carece de registro o fuerza para darle réplica al escueto Eastwood, quien básicamente reitera su eterno rol de solitario alfa de pocas palabras y menos paciencia. Entonces, la relación entre el joven y el viejo tiene un ruido constante que impide verlos como compañeros a un nivel de, por ejemplo, Bee Vang en el rol del joven Thao en Gran Torino.
Cry Macho es un punto bajo a la filmografía reciente de Eastwood, que de ninguna manera aquí se acaba.
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