“Amo vivir, pero quiero morir”, afirma Cecilia Heyder, una enferma terminal que lidera la discusión sobre el establecimiento de una ley de Eutanasia en Chile que le permita morir de forma digna, en su última gran batalla.
A sus 54 años, y una vida de activismo social enfocada en causas de derechos humanos, Cecilia lucha desde hace años para que el Congreso chileno apruebe una ley que legalice la eutanasia sin imaginar que en el camino ella misma la iba a requerir tras haber sido “oficialmente desahuciada”.
“Llevo muchos años luchando por una ley de eutanasia sin saber que me iba a tocar, sin saber que la iba a pedir, porque creo en los derechos individuales y soberanos de cada persona”, cuenta a la AFP.
Sobre sus razones para pedir la eutanasia explica: “Cuando ves que tu vida ya no es la misma, cuando ves que tu vida se acaba y que ya no vas a poder salir a marchar, a hacer lo que más te gusta en la vida, que es encadenarte o protestar, es mejor dar un paso al costado y no seguir sufriendo”.
Heyder padece de cáncer, lupus y un trastorno sanguíneo que la obligan a cuidarse en extremo de cortarse, golpearse o caerse para evitar hemorragias internas.
Aunque todavía puede ponerse en pie y caminar, de a poco y muy despacio con la ayuda de una muleta, en su torso usa varios catéteres necesarios para tomar sus tratamientos cada vez que acude al hospital.
“Llevo muchos años luchando por una ley de eutanasia sin saber que me iba a tocar", declaró Heyder. Foto: EFE
La realidad de Cecilia es la de muchos enfermos terminales en el país sudamericano, donde en el Congreso se debate un proyecto de ley sobre Eutanasia y muerte digna, que fue aprobado ya en la Cámara de Diputados de Chile y espera ahora su sanción en el Senado.
La iniciativa fue ingresada al Congreso en 2014 por parlamentarios de centro izquierda y establece un marco legal para que un paciente con enfermedad terminal pueda decidir cómo poner fin a su vida.
Solo podrán gozar de este derecho las personas mayores de 18 años que “presenten una enfermedad incurable, irreversible y progresiva, sin posibilidades de respuesta a los tratamientos curativos y con un pronóstico de vida limitado”, establece la normativa.
“Es cruel, es casi una tortura estar consciente emocionalmente y psíquicamente y ver que tu cuerpo se está apagando y tú sigues, sin dolor, pero sufriendo”, alega.
Por eso apoya esta lucha como la última que dará en su vida, para su beneficio y el de otros muchos que, como ella, no quieren tener que recurrir al suicidio o la eutanasia clandestina, sino hacerlo de acuerdo a la ley y bajo supervisión médica.
“Yo amo vivir, disfruto la vida. Disfruto las plazas, los parques, mis hijos, pero cuando no tienes una calidad de vida, es mejor un buen morir”.