Los resultados electorales del pasado domingo han alentado diversas interpretaciones. La politóloga Adriana Urrutia reflexiona sobre cuáles han sido las estrategias que los candidatos que competirán en la segunda vuelta –Pedro Castillo y Keiko Fujimori– aplicaron durante la campaña.
Usted dijo que al país lo habíamos llevado al filo de la democracia, que estamos al borde del abismo. Con los resultados conocidos, ¿seguimos al borde de ese abismo?
Estamos en un momento desafiante para la democracia. Lo que ha ocurrido es una expresión de clivajes sociales traducidos en opciones políticas.
¿De qué clivajes o divisiones hablamos?
El Perú tiene muchas formas de ser segmentado y comprendido desde las diferencias. Se ha hablado estos días de la diferencia Lima-regiones. Yo creo, más bien, que estamos hablando de macrorregiones. Si se comparan los mapas y los resultados de los candidatos que alcanzaron la segunda vuelta, vemos una clara división entre una región macro norte que ha votado en su mayoría por Fujimori y una macrorregión sur que ha votado en su mayoría por Castillo. Es una fragmentación que se expresa cada cinco años en las urnas.
¿No es nueva?
No. Otra manera de ver los clivajes pudiera ser entre las diferentes posturas. Algunas a favor del libre mercado, otras a favor de mayor intervencionismo. Incluso, se podría hablar de un clivaje derecha-izquierda. Esa superposición hace que el escenario sea muy complejo. Finalmente, los dos candidatos han optado por hacer trabajo político en los territorios.
¿Qué clase de trabajo?
Fujimori ha seleccionado territorios donde ya tenía preferencias y ha reforzado posturas. En el caso de Castillo, creo que existe un triple nivel de trabajo territorial. Él se presenta como un líder que dialoga en una dinámica urbano-rural.
¿Cuál es ese triple nivel?
Uno a nivel local, expresado en su pertenencia a las rondas campesinas, donde ha anclado su base y fortalecido esa identidad…
O con los profesores, ¿no?
Hay un trabajo a nivel departamental donde está la red de maestros que le permitió llegar a ser un líder en el 2017 en la huelga magisterial. Y está el nivel nacional, con las redes de Perú Libre. A diferencia de otras estrategias centradas más bien en la capital, la superposición de estos niveles permite porcentajes ventajosos donde se ha trabajado.
¿Le ha sorprendido el resultado del profesor Castillo?
En las encuestas de inicio no aparecía en las preferencias. Ha sido un candidato que ha figurado muy recientemente y eso también tiene que ver con dinámicas del país, donde uno de cada cinco peruanos decide su voto en la cola. La información que el elector da sobre sus preferencias es tardía.
He leído interpretaciones de lo que significa el voto a Castillo. ¿Usted tiene alguna?
Es una opción que los electores han expresado. En un contexto de crisis múltiple, sanitaria, política, económica y social, hay un alto rechazo a la clase política tradicional, a representantes que han tenido la oportunidad de competir o representar. Un candidato que viene de dinámicas de base con un discurso antisistema y de transformación tiene posibilidades de competir con ventaja frente a otros que representan a partidos tradicionales o ya ocuparon puestos de poder.
Caso diferente es el de Fujimori. Es la tercera vez seguida que alcanza la segunda vuelta.
La candidata Fujimori ha optado por una estrategia que difiere a la campaña del 2016 y se parece mucho más a la del 2011, en la que ponía en valor el capital acumulado del fujimorismo…
¿Más tradicional?
Así es. Ahora ha hecho campaña reforzando su apellido y hablando de su padre, en territorios donde el fujimorismo tiene aprobación.
¿Qué le preocupa más de los resultados? ¿La fragmentación presidencial y congresal, el ausentismo que está por el orden de un 30%? ¿Todo junto?
El punto de agenda principal de cara al futuro es generar garantías para la gobernabilidad. Eso pasa porque ambos candidatos estén abiertos a dialogar con otras fuerzas. Es necesario resolver la crisis. Para cualquier herramienta de transformación, se necesitan votos en el Parlamento y esa negociación no puede costarle al país rapidez en la toma de decisiones. Si estas dinámicas no logran consolidarse, la alta fragmentación va a generar inestabilidad. Los resultados electorales demuestran demandas por cambios y reformas y hay que tener claridad en cuál debe ser la ruta.
¿Le preocupa que la inestabilidad de este periodo que se va se replique en la nueva etapa que se abre?
La dinámica política de los siguientes cinco años será distinta con sus propias complejidades. Es necesario hacer un llamado a la responsabilidad para que las pugnas por el ejercicio del poder no caractericen el ejercicio legislativo ni ejecutivo sino que, más bien, tengamos agendas colectivas. Creo que la crisis nos deja muy en claro cuáles deben ser las prioridades de las agendas gubernamentales. La expresión del voto ha hecho aún más visibles las desigualdades que nuestro país tiene. Es urgente atender esas brechas que persisten y han persistido siempre. El asunto central es que la política ha dejado de ser ese espacio en donde se resuelven los problemas colectivos, y no tenemos garantías de que así vaya a ser en los siguientes cinco años. Hay un rol que cumplir desde la sociedad civil en términos de recordar cuál es la agenda que debe guiar a la representación nacional.
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