
Cada 15 de mayo se conmemora en el Perú el Día de la Mype y de la Familia. En ese contexto, es importante destacar el rol clave que cumplen las empresas familiares como pilar de la economía nacional. Según la Cámara de Comercio de Lima (CCL), estas representan cerca del 80% de los negocios en el país y generan entre el 60% y 70% del empleo formal. Además, de acuerdo con estimaciones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), aportan más del 40% del Producto Bruto Interno (PBI).
No obstante, su continuidad enfrenta serios desafíos: solo el 30% de estas empresas logra superar la primera sucesión generacional, y apenas el 10% llega a una tercera generación.
“La gran paradoja es que todas estas empresas van a enfrentar un proceso de sucesión, pero menos del 15% tiene un plan para ello”, explicó Enrique Pajuelo, representante de la Asociación de Empresas Familiares (AEF), a La República.
Desde su experiencia, el principal talón de Aquiles no es la rentabilidad ni la competencia, sino la falta de planificación estratégica para el relevo de liderazgo. Solo el 45% de las empresas familiares en el Perú ha iniciado un proceso de transición y un preocupante 85% no cuenta con un plan de sucesión.
A diferencia de las grandes corporaciones con capital disperso, las empresas familiares suelen tomar decisiones con una visión de largo plazo. “Se prioriza la sostenibilidad sobre la ganancia inmediata. Hay un sentido de legado y compromiso con los trabajadores”, señaló Pajuelo.
Esta identidad se refleja no solo en la forma de gestionar, sino también en el vínculo que establecen con su entorno. De hecho, esa visión más humana también se traduce en una mayor cercanía con la comunidad y en estructuras laborales más estables, lo que representa un activo valioso en países con alta informalidad.
Las empresas familiares, al estar arraigadas en sus valores fundacionales, tienden a generar entornos más cohesionados y confiables.
Sin embargo, ese capital intangible —hecho de cultura, relaciones y compromiso— solo podrá preservarse si se acompaña de una gestión moderna: con planificación, inversión en capital humano y apertura a nuevas ideas. Más allá de su impacto económico, estas empresas ofrecen un entorno laboral distinto.
Sin embargo, la delincuencia golpea con fuerza a los pequeños negocios con puerta a la calle, como bodegas, ferreterías, barberías, minimarkets y puestos de mercado. Un estudio de Videnza Instituto revela que el 78% de los emprendimientos ubicados en Lima Este, Centro y Sur han sido víctimas de algún tipo de delito. Además, el 65% de los encuestados identifica la inseguridad como el principal problema de la ciudad, seguido por las extorsiones o cobro de cupos (35%).
Este fenómeno no solo afecta la operatividad, sino también la sostenibilidad económica de los negocios. Según Videnza, las pérdidas por extorsión en los últimos dos años promedian los S/3.400 por negocio, aunque hay casos que van desde los S/1.000 hasta los S/7.000.
“Nosotros podemos tener seguridad en nuestras fábricas o comercios, pero el problema es transversal. No hay empresa que se sienta completamente a salvo”, sostuvo Enrique Pajuelo en referencia a la inseguridad ciudadana.
La situación exige una respuesta articulada que involucre al sector público y privado, pues sin un entorno seguro, ni la innovación ni la sucesión bien planificada bastarán para asegurar el futuro de las empresas familiares.

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