Son dos: una comunicadora audiovisual y una administradora de empresas –“gran combinación”, dicen. Son dos: una que hizo su primer gran viaje en un Work and Travel, y una que tenía eso que llaman ‘cultura de viajes’ desde niña, cuando en casa le decían “agarra tu mochila” y se iba a provincia en un fin de semana. Son dos: Daniela Cabrera y Fátima Sotomayor. Una era misia, la otra también. Se conocieron como se conoce la gente destinada a tener éxito:
—¡En una fiesta, borrachas! –revela Fátima.
Hoy, el canal de ‘Misias pero viajeras’ tiene más de un millón de suscriptores en YouTube. Ahí comparten las fijas para viajar de manera económica, ya sea a Ámsterdam o a Churín, a Cusco o a El Cairo. Con el vértigo de los viajes, pocas veces se sientan a revisar su historia. Con el vértigo de los vuelos, las grabaciones, el jet lag, la gestión de un equipo de casi veinte personas, pocas veces recuerdan ese primer viaje juntas, un viaje ‘misio’ a una playa de ‘magnates’.
Es verano y hace calor. Es verano y toca ir a la playa. Podría ser cualquier año, pero es el 2015. Fátima y Daniela ya se conocen, y planean ir al norte. Un presupuesto bajo y una investigación sesuda conducen a una playa que queda antes de Máncora, y que resulta más económica. Se llama Vichayito.
—En los videos que siempre veíamos, la gente iba en su carro ¬–se queja Daniela.
Esa era la impresión que tenía sobre los viajes: que eran una actividad para gente con plata. ¿Cómo podía una persona normal, sin carro, aplicar sus habilidades de regateo, de pedir yapa, chapar combi y comer en táper, en un viaje que, en teoría, exigía reservar hoteles fancy, pagar tours, viajar en movilidad privada y cenar en restaurantes de lujo?
Averiguaron que había otras formas. Que, quitado el velo de lujo que se atribuye a los viajes, podían ahorrar de la misma forma que ahorran en su vida diaria –o sea, a punta de buses y mototaxis, menús del mercado, carritos de emoliente y pan con palta en el desayuno. El viaje a Vichayito les demostró que era posible, y esa posibilidad se volvió necesidad, adicción. La arena blanca, las aguas cristalinas y el cálido olor de la corriente del Niño fueron testigos del nacimiento de una historia.
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2016 fue un año de memes. La Generación Y, sumergida en las redes sociales, viraba del ‘Vamo a calmarno’ al ‘Komo lo zupo’ al ‘Uy, así qué chiste’. En las telarañas de la web, una cuenta de Facebook aprovechó estas plantillas para publicar contenido sobre viajes: antes de los videos, ‘Misias pero viajeras’ nació como una página de memes. Daniela y Fátima congregaron a una comunidad adicta a dormir en aeropuertos y nadar con tortugas. El nombre emergió como un ‘chongo de patas’: sus amigos las veían siempre misias, sin dinero, pero, por alguna razón, viajando. No hubo mayor estudio de mercado que ese.
Al estrenarse en YouTube, ya contaban con miles de fans. El relativo éxito de su primer video –una guía sencilla y barata para recorrer el Cusco– fue razón suficiente para que Fátima y Daniela, con solo 23 años, decidieran dejar sus trabajos y dedicarse plenamente a viajar, ahorrar y contar. Con la cabeza llena y los bolsillos vacíos, el dúo de comunicadora audiovisual y administradora de empresas se las ingeniaron para no hacerles caso a sus respectivos padres –que veían, no sin reproche, que sus esfuerzos por mandarlas a la universidad habían sido “por las puras”.
Lo que sigue son más de 400 videos con tips, rutas, consejos, para llegar a las pirámides de Egipto, ubicar en Puno la réplica de La Piedad de Miguel Ángel, comer un buen pad thai por medio dólar en las calles de Bangkok, sacarle el jugo a Cancún y ver el choque cultural con El Cairo, Seúl, Doha, Bali —o, en un video inédito, aprender de la Guerra de Vietnam por los mismos vietnamitas y, de paso, sobrevivir a un problema de visas en la frontera de Camboya.
Son tantas aventuras que, para recordarlas, tienen que scrollear la lista de videos que han hecho desde el inicio de los tiempos. Se siente el vértigo, la nostalgia. Ambas se abrazan al recordar cómo empezaron.
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Es casi Navidad y las ‘misias’ están en Lima. Piensan quedarse un mes, algo inusual para su agenda. De los 365 días del año, diez meses los pasan fuera de la capital, literalmente en viajes de trabajo. Venir a Lima, a la quietud y la calma del hogar propio, se siente tan exótico como Rumanía o Mongolia.
Sería divertido decir que están aquí de vacaciones, luego de viajar por todo el mundo. Pero lo cierto es que las ‘Misias pero viajeras’ casi no tienen vacaciones. En los siete años del canal –siete años de viajar juntas y vivir para contarlo– apenas se han tomado un descanso. Como ellas dicen, hubo un tiempo en que ‘se perdieron’ en el trabajo.
—Yo no sabía quién era sin ‘Misias’ –dice Daniela.
—Nos cuidábamos muy mal con respecto a nuestras comidas, a nuestros horarios de sueño –añade Fátima–. Dormíamos tres, cuatro horas.
Hace un tiempo, empezaron a hacer viajes por separado, sin dejar de lado los videos juntas. En esa nueva normalidad, cada destino es un reto para descubrirse a sí mismas. Ahora se dan días libres, mini vacaciones, actividades fuera del trabajo.
Esto es un secreto, pero las misias ya no son tan misias. El proyecto por fin se ha vuelto sustentable, en parte gracias a su ‘Tiendita Misia’, donde venden canguros, mochilas y un sinfín de productos viajeros. Incluso, se han dado el lujo de llevar a sus padres –los mismos que miraban con recelo su proyecto– a un viaje en Egipto. Eso sí, todo al estilo ‘misio’, tal como ellas pregonan.
—¿Quiénes nos enseñaron a ser así? Ellos, pues.