El hambre se multiplica en el Perú. Crecen sus indicadores: la subalimentación, la desnutrición infantil y la mortalidad infantil. Hace cuatro años, el Índice Global del Hambre (IGH), un instrumento que mide la situación del hambre en un territorio, marcaba que el Perú estaba en 14 puntos en la escala de gravedad. El último informe del IGH en Perú, presentado hace algunos días en Lima, señala que hoy estamos en 19 puntos. Estamos saliendo del nivel Moderado y a muy poco, casi nada, de entrar al nivel Grave.
–Es el peor índice en los últimos diez años – dice Susanna Daag, vocera de Alliance 2015, la coalición de instituciones que elaboran el informe del IGH para el Perú. –Y cuando vemos la situación en los departamentos, vemos que en el año 2019 solo había uno en el nivel Grave, que era Huancavelica, pero en este último informe vemos que hay 10 departamentos (entre ellos Apurímac, Huancavelica, Ayacucho, Huánuco y Loreto).
En Apurímac y Huancavelica la situación es preocupante. Según sus índices, están muy cerca de entrar a un nivel de hambre Alarmante. Daag dice que, en general, el problema ha empeorado de manera significativa en todo el país y que se podría poner peor.
¿Qué ocurrió? La también representante para Perú y Bolivia de Welthungerhilfe, una de las instituciones que preparó el informe, dice que confluyeron varias situaciones: la pandemia del coronavirus, la guerra en Ucrania y la consecuente crisis de fertilizantes, la inflación y, en último momento, la recesión económica.
–También tuvimos los fenómenos climáticos del último año –complementa Esperanza Rivera, directora de Programas de Ayuda en Acción, otra de las organizaciones que presentó el informe–. Y otro aspecto que influyó ha sido la inestabilidad política, que afectó la inversión.
Durante la presentación del IGH 2023, en la que también estuvieron voceros de Helvetas y Cesvi, las otras instituciones que integran Alliance 2015, las especialistas adelantaron una serie de propuestas para hacerle frente al problema del hambre en el país.
Y una de las más importantes fue un llamado a involucrar a los jóvenes en esta tarea. A crear las condiciones para que ellos puedan ver a la agricultura como un sector en el que pueden ganarse la vida. Y a darles un papel central en la toma de decisiones que les afectan.
¿Por qué a los jóvenes?
Porque la agricultura, la actividad económica que provee de alimentos a nuestras familias, está envejeciendo. Y se necesita que los jóvenes vuelvan a los campos y ayuden en la tarea de detener el avance del hambre en sus territorios.
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–La población agropecuaria del país está envejeciendo –dice Miguel Pintado, investigador de Cepes, quien ha estudiado el cambio demográfico que viene ocurriendo en este sector en los últimos años–. Según la última Encuesta Nacional de Hogares, la población adulta mayor ha pasado a ser el 21% y la edad promedio de los productores ha subido de 47 a 50 años.
Pintado remarca otra tendencia: el número de trabajadores familiares en la agricultura se está reduciendo (pasó de ser 1.2 millones a 1.1 millones en la última década), mientras que aumenta el de los trabajadores asalariados. Los jóvenes ya no están siguiendo los pasos de sus padres agricultores, dice, y están migrando a otros espacios donde pueden tener mayores oportunidades.
–A los jóvenes, en general, no les genera interés la agricultura –dice Esperanza Rivera, de Ayuda en Acción–. La agricultura se ve como sinónimo de pobreza en el Perú y ellos no quieren seguir en ese círculo. Lo que tenemos que hacer, desde todas las organizaciones, públicas y privadas, es que se interesen, proponiéndoles dos cosas: uno, que tomen decisiones en las políticas que tienen que ver con la agricultura. Y, dos, generar empleos atractivos en el campo, con buena paga, en temas que les interesen.
–La agricultura ha quedado, un poco, como un trabajo que consiste solo en sacar las materias primas y que hacen sobre todo los mayores, y a veces muy mayores –dice Susanna Daag, por su lado–. Los jóvenes huyen a las zonas urbanas porque no necesariamente se sienten identificados con ese tipo de trabajo.
Para la representante en Perú de Welthungerhilfe, se requieren hacer cambios estructurales, como, por ejemplo, descentralizar mucho más los servicios de educación y salud y las oportunidades de empleo para evitar que los muchachos y muchachas dejen sus zonas de origen.
–En caso de que ya se hayan ido, ¿cómo hacemos para que puedan regresar al campo? –dice–. Una alternativa es trabajar ideas de emprendimientos que signifiquen transformar los productos originales, como hacer quesos, yogures, mermeladas. Y para eso se necesita capacitaciones técnicas y apoyo en fondos semillas para poder desarrollar sus prototipos.
–Tenemos que invertir en las capacidades de los jóvenes, para que tengan liderazgo, pero un liderazgo con conocimiento, con información, con habilidades, para poder desarrollarlas en diferentes sectores –apunta Esperanza Rivera, por su parte.
La vocera de Ayuda en Acción lamenta que haya Centros de Educación Técnico Productiva (CETPRO) que no tienen en su currículo cursos que enseñen cómo usar la tecnología para manejar los cultivos que se producen en las zonas donde están instalados. Esa es una falencia que desde el Minedu se debería atender.
¿Por qué involucrar a los jóvenes en la lucha contra el hambre?
–Los jóvenes son los que están heredando nuestros problemas, tanto a nivel climático sino, sobre todo, a nivel de los sistemas alimentarios –dice Susanna Daag–. a se ha visto cómo son sistemas frágiles porque dependen de los sistemas alimentarios globales. Si no logramos ser más autosuficientes y cuidar los sistemas alimentarios locales, vamos a ser muy vulnerables. Por eso es muy importante que ellos se involucren. Porque ellos son los que van a tomar las decisiones más adelante.
Los datos indican que la población agropecuaria del país está envejeciendo. Foto: archivo LR
Kyomi Nishida (24) es el ejemplo de una joven que se involucró en los esfuerzos por garantizar la seguridad alimentaria en su comunidad, en Madre de Dios. De origen Yine, aprendió técnicas de agroforestería en el proyecto “El derecho a la alimentación y el derecho al futuro en la Amazonía” implementado por WWH, DAR y la FENAMAD, y creó un biohuerto para chicos de primaria en un colegio de Puerto Maldonado. “Los jóvenes debemos enseñar que nuestros productos locales son saludables”, dice.
Kyomi Nishida de 24 años. Foto: archivo LR