¿Qué color es ese? Parece un marrón claro, casi beige. O crema, medio pastel, blanco ostra. ¿Qué color es ese, el de las paredes y el de las cortinas y el de la alfombra del cuarto de Melissa? Es difícil nombrarlo, porque lo fácil es perderse en la calma que genera su fondo tenue, como de acuarela, como de templo zen, como de la propia obra de Melissa. Sí. El cuarto de Melissa Siles es una pieza más de la obra de Melissa Siles.
Aquí pasa casi todo el día. Aquí descansa, aquí trabaja, aquí se enfrenta a la tiranía de la página en blanco. En esos casos, dice, evita luchar y prefiere ver una película, o ponerse a leer, o salir a caminar —las pocas veces que sale, dice, es precisamente para caminar. Para “pensar con los pies”.
Plenamente dispuestos, los objetos que cubren las paredes y el escritorio de Melissa coexisten como en un gran pizarrón de emociones. Libros de arte, acuarelas, lápices polychromos, dibujos y bocetos, afiches de Mulholland Drive, un muñequito en forma de inca y otro del extinto tigre de Tasmania —su animal totémico— componen el microcosmos de esta mente inquieta: la mente —o la mano— detrás de las ilustraciones de “Incas: Una gran historia” y “Festín: Recetas y superalimentos del Perú”, libros infantiles publicados este año por Ediciones Pichoncito.
Pero antes de que Melissa Siles apareciera en los créditos de “Incas”, antes de que fuera seleccionada para ponerle rostro y color al Tahuantinsuyo, en el libro que acompañaría la homóloga muestra del Mali, antes de que ella postulara, hace un año y medio, a la convocatoria que lanzó la editorial, antes de todo eso, muchísimo antes, Melissa fue una estudiante de secundaria que no sabía qué estudiar después. Tres opciones abrían tres multiversos diferentes: Arte, Historia o Arqueología.
Optó al final por el arte, y le contó su decisión a un profesor de Historia —que como buen profesor de Historia es un profeta del eterno retorno. Y él le dijo, como se dicen las cosas serias, o sea, bromeando: “Bueno, puedes hacer un cómic de los incas”.
—Y, de hecho, cuando salió el libro “Incas”, le dije “profe, mira, hice un cómic de los incas” —ríe.
Hija de arquitecta, Melissa aprendió a dibujar gracias a su mamá, como quien aprende a leer y escribir. Y ya no paró hasta grande.
—Siempre he sido tímida y me costaba un montón hablar. Siempre fue más fácil para mí hablar con dibujos.
Los trazos de Melissa Siles son el lenguaje de Melissa Siles. Aunque cada proyecto tiene un sello propio —pasando del hiperrealismo en una enciclopedia de caballos al minimalismo de “Festín”—, el estilo de Melissa opta por un trazo más suelto, “medio nervioso”, con líneas que nunca son totalmente rectas. Por eso, quizás, prefiere el dibujo a mano frente al digital, porque la mano está abierta a esos ‘accidentes’ que terminan aportando a la obra.
—A veces soy un poco tímida, un poco distraída, y siento que mi dibujo más personal va por no querer seguir la ‘rayita’, precisamente.
A la línea tímida del lápiz se suma el pintado audaz de la acuarela, una técnica “versátil y emocional” que a Melissa le da libertad para avanzar y retroceder, para quitar o poner agua, para trazos más coloridos o más suaves. Un estilo que resulta, como diría Natalia Ginzburg, “audazmente tímido”.
Hija de arquitecta, Melissa aprendió a dibujar gracias a su mamá, como quien aprende a leer y escribir. Y ya no paró hasta grande. Foto: Marco Cotrina - La República
Dibujar también es cocinar. Haces muchas pruebas, te equivocas, y vuelves a probar. Esto lo supo Melissa Siles con “Festín: Recetas y superalimentos del Perú”, libro para niños escrito por la chef Pía León y la investigadora Malena Martínez, ambas miembros de Central, el “mejor restaurante del mundo”.
A diferencia de “Incas”, donde los detalles y el estilo de Melissa se expandieron por los cuatro suyos, entre quipus y andenes, en “Festín”, la obra de arte fueron los platos de León. Su trabajo consistió en “acompañar, pero sin quitar protagonismo”. Así, calculando el toque preciso de ajo y de sal, Melissa cocinó sus dibujos en la justa medida que requería cada receta y alimento de la muy diversa gastronomía peruana.
No es solo un asunto circunstancial. El Perú en la obra de Melissa Siles es un tema con el que dice haber hallado una conexión. Un tema inacabable donde confluyen el arte, la historia y la arqueología.
—A mí me pareció maravilloso –cuenta Melissa sobre el arte amazónico, con el que trabajó para el Bicentenario junto con Christian Bendayán–. Está lleno de personajes, de transformaciones, de cosas que, como motivo pictórico, están para hacer muchísimo más.
Dibujar también es cocinar. Haces muchas pruebas, te equivocas, y vuelves a probar. Foto: Marco Cotrina - La República
Dice que duerme a las diez de la noche y se levanta a las cinco. Frente al cliché del artista rimbombante y explosivo, Melissa Siles defiende su “caos organizado”, ese espacio donde divide el descanso y el trabajo.
—Es suficiente el desorden que está en la mente, adentro, como para ponerle más desorden afuera. ¡Todo se cae!
¿Qué color es ese? Ahora creo que es beige, un color apacible que contrasta, que aplaca la ansiedad de la artista, que lo tiñe todo de una carga autoral. Desde aquí, Melissa reclama su derecho a mover las cosas de lugar, a dejar de ser quien fue alguna vez, a cambiar.
—La idea del arte, sea música, películas o 2D, como vehículo para mover ideas, siempre me pareció genial.
Dice que se identifica con el tigre de Tasmania, un marsupial extinto que no terminaba de encajar, que no sabían si era perro o era tigre, si era diseñadora o artista plástica; o con Henry Spencer, el protagonista de Cabeza borradora, de David Lynch.
Y como él, caminando con la mente en otro lado, o como Benjamín, el último tigre de Tasmania que pobló la Tierra, Melissa Siles sigue dibujando. En movimiento, y siempre en peligro de extinción.