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Domingo

Hasta siempre, Peruco

El cocinero Pedro Rivera, del restaurante Donde Peruco, falleció esta semana. Nos deja su típica chispa piurana y su famoso tacubrito (tacu tacu y cabrito) entre otros sabrosos potajes como sus tamalitos verdes, sudados, leche de tigre y el majarisco.

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Simpatía. Peruco entregaba franca amistad a todos y amor por su esposa Gina y sus hijos (arriba). Toda una figura de la cocina piurana. Foto: Facebook Peruco Rivera.

“Este mensaje va dedicado a la mujer que me acompaña todos los días de mi vida y hasta el final de ella. Hoy cumplimos 39 años de casados y me siento muy feliz de ir envejeciendo junto a ti y además de haber formado una linda familia con nuestros cuatro hijos y ahora los dos nietos maravillosos. Eres la mujer perfecta, Gina María, y como decía mi suegra, contigo me saqué la lotería”.

Este es el último mensaje que el popular y muy querido personaje de la gastronomía piurana, Peruco Rivera, le dedicó a su inseparable esposa Gina Gagliuffi, el viernes 3 de junio. Antes, el miércoles 1, había respondido innumerables muestras de cariño recibidas por su cumpleaños. Peruco recibió muchos elogios por el mensaje a su compañera, le decían que eso demostraba lo agradecido y enamorado que estaba. Un par de días después falleció, sorprendiendo a todos.

Pedro Rivera Rodríguez, Peruco o el Cachetón para sus más íntimos amigos, fue un ser singular para la cocina peruana. Su restaurante, Donde Peruco, era un paraíso de insuperables tamalitos verdes, de soberbios tacu tacus de mariscos y poderosos ceviches, sudados, chupes y la leche de tigre. Norteñísimos platos como el majarisco, espesado o cabrito encontraban allí una sazón muy especial. Con su adiós, su hijo Pedro Arturo seguirá al frente del prestigioso local.

Donde Peruco participó en tres ediciones de Mistura. Fue sensación su famoso tacubrito (tacu tacu con cabrito), elegido entre los mejores. Igual pasó con los riquísimos tamalitos verdes.

Precisamente, el último 13 de mayo Peruco había celebrado sus 15 años de incursión en la gastronomía. Allí recordó sus éxitos en Mistura.

También agradecía tener tantos amigos, que le hacían bromas, a los que respondía de inmediato. A todos los atrajo con su alegría piurana, su chispa contagiante, su franca amistad.

Hoy, todos ellos entristecen con su partida. Pero no le dicen adiós, Peruco; adiós, Cachetón.

Le dicen que solo es un hasta luego, muy querido amigo.

Homenaje

Por Luis Altuna Lema (Cunda)

Peruco

Si alguno de nosotros habláramos u opináramos de algún mortal, respecto de cualquier tema de él, dentro de nuestro más amplio espectro amical, estamos convencidos de que habría algunos que no comulgarían con lo expresado y esa actitud es naturalmente comprensible. Sin embargo, si tratáramos del personaje que siempre nos ocupará, apuesto –como le gusta- ba a él– todo contra nada que ninguno de sus más de seis mil seguidores de la red social tendría un parecer en contrario de lo que este señor dejó: Peruco era la personificación de la alegría, de la atención de cualquiera y de cualquier edad, de la palomillada sana, de piuranismo pleno (nunca se sintió limeño de nacimiento), de buscar el bien de quien conversaba con él para hacerlo sonreír, un tipazo irrepetible.

Sus expresiones faciales siempre fueron las más contagiosas ante cualquier eventualidad de la que sacaba provecho risible, fuese este un sacudón en el día de su cumpleaños 15, en la matiné del Teatro Municipal el 70 con 15 invitados, las paseaderas en el bote de Pen Pen en Colán, las mataperradas de gritar ¡papáááá! en la avenida cuando pasaba el verídico de uno de nosotros (un mate de risa), hincha del Grau antes que de la ‘U’, vendedor de una marca de cerveza norteña que en época playera dejaba una cajita diaria a los tres con los que convivíamos y que le guardáramos su cachemita entomatada para la tarde que regresaba, un “farolero” en el taco y en los naipes que le hacían temido por sus rivales contando siempre con nosotros como barra, la famosísima PB, una camioneta Datsun del 60; de mil y un recuerdos como cuando se lo guardó la policía por todo el laberinto citadino que hicimos cuando clasificamos al Mundial del 78 y todos lo abandonamos, o cuando finalmente (para no hacerla larga), la entrañable Márgara –trabajadora de su casa, pocos la recordaremos– le regañaba, con autoridad, diciéndole “ahorita le digo a tu mamá”. Un vacilón. Un pata de aquellos.

Lo mejor de todo Peruco es que ayer, hoy y siempre permanecerás con nosotros haciéndonos carcajear en el recordaris de tantas vivencias juntas que juntos con los que vamos quedando (después del Muelón, Zambo y tú Cachetón) podemos mirar a El Flaco y decirle gracias por hacernos pasar esta vida alegre. Nos vemos, hermano.

Estudios de Comunicación Social y Periodismo en la Universidad Mayor de San Marcos. Redactor en suplementos Domingo, Rojo y Blanco (regionales), VSD de La República. Editor de Espectáculos en La República. Reportero de deportes en El Gráfico Perú. Editor de Sociedad y Especiales en La República. Coeditor de Política en La República.