Los hombres y mujeres que tienen fama de ser los mejores cazadores de la selva central, expertos en arco y flecha, resisten encerrados en sus territorios. Los asháninkas de las 18 comunidades de la cuenca del río Ene no han presentado hasta ahora casos positivos de coronavirus. Es una noticia que alivia en medio de hechos tristes, como la muerte de históricos jefes de etnias amazónicas. Ruth Buendía, lideresa del pueblo asháninka, exige desde Satipo pruebas rápidas para sus hermanos. Ella, que defendió ante el mundo la intangibilidad de su suelo e hizo frente al poder de una gigante como Odebrecht y al silencio del Estado peruano, pide mejores condiciones de salud. Frenó el machismo de su propio pueblo. Sobrevivió al horror de Sendero Luminoso. También quiere superar este nuevo desafío.
Unos días después de que el presidente Vizcarra dispuso la cuarentena general, en marzo, la Central Asháninka del río Ene ordenó el cierre de su territorio, ¿esa medida continúa?
Sí, la organización acató el ordenamiento del presidente y hasta ahora las comunidades siguen encerradas. En este momento, seguimos con esa medida.
¿En qué consiste el cierre del territorio? ¿Tienen rondas que vigilan los accesos?
Hay que entender que en la época de violencia terrorista se constituyeron comités de autodefensa. Ellos vigilan los territorios. ¿Cómo? Cierran la carretera que pasa por el medio de la comunidad para que no entren personas ajenas. Sin embargo, la carretera facilita la interconexión entre departamentos. Cusco y Junín, por ejemplo. Y también hay que tener en cuenta que en la cuenca del río Ene hay migración de personas que vienen del Cusco, de Pichari, de Ayacucho. Hay centros poblados o personas que viven en la ribera del río, que son colindantes con las comunidades. Y allí hay movimiento. De comerciantes, de ferias que se hacen en los centros poblados. Y a veces hay incidentes. En la comunidad de Pampa Alegre, pasó algo. Allí vino la Fiscalía.
¿Qué pasó allí?
Hubo resistencia al cierre de la carretera y queja de las poblaciones migrantes. Allí no solo hay comerciantes, también hay agricultores.
¿De hoja de coca?
También siembran hoja de coca. Y ellos se quejaron a la Fiscalía pidiendo el libre tránsito. Entonces, sí pasan carros por la carretera, pasan camionetas, pero nadie entra a las comunidades.
Si el territorio está cerrado, ¿cómo hacen para abastecerse de provisiones y alimentos?
Nosotros como pueblos indígenas siempre hemos tenido alimentos, como yuca y plátanos. Y también hemos vivido de la caza y la recolección. Eso fue hace mucho tiempo. Pero actualmente nuestro territorio es invadido y los animales escasean. Entonces, ahora complementamos nuestra yuca y plátano con sal, aceite, con otras cosas que son necesarias. Cada familia va a las ferias que se hacen en la playa o los centros poblados, sin amontonarse, con un cuidado especial. Siempre es un peligro ir a esas ferias.
¿Y han tenido problemas con personas que hayan retornado a las comunidades desde ciudades más grandes?
No solamente han venido de la capital a la provincia. También han venido de la provincia a las comunidades y los centros poblados, pero han hecho cuarentena por 15 días en una isla. Había mucho temor, no traían pruebas o exámenes que garantizaran que estaban sanos. Entonces las autodefensas del centro Valle Esmeralda, del distrito de Vizcatán, o del centro poblado de San Miguel, se han organizado y los han puesto en una isla de la cuenca del río Ene, que es una playa muy grande que se adecuó para que pudieran hacer cuarentena.
¿A qué distancia tienen las comunidades la posta de salud más cercana?
A cinco o a tres horas. Aunque algunas comunidades sí tienen puesto de salud, pero sin implementos, sin equipo médico, solo con una enfermera.
¿Tienen medicinas en esos puestos de salud?
No tienen nada. Por eso nosotros como Central Asháninka del Río Ene (CARE) hemos estado coordinando con la red de salud y el Minsa, aquí en Satipo, para que puedan entrar a las comunidades y capacitar a los promotores donde no hay puesto de salud y solo hay botiquines comunales. Pero hay una resistencia para hacer eso. Los promotores son los primeros que alertan a la red de salud. Pero no hay voluntad para capacitarlos. Nos dicen que no hay plata. Yo no lo entiendo, estamos en emergencia. Deben apoyar a los líderes sociales de esas jurisdicciones.
¿Y si una persona tuviera que ser evacuada a un hospital, a qué distancia lo tendría?
Son ocho horas. Desde Cutivireni, mi comunidad, son cinco horas en carro y ocho por la ruta fluvial.
¿A qué hospital irían? ¿A Huancayo?
No, a Satipo. Huancayo está a 16 horas.
Entiendo que se han dado casos de Covid en la comunidad de Betania. ¿Hasta el momento cuántos nativos asháninkas de la Cuenca del Río Ene se han contagiado?
Betania ya es cuenca del río Tambo. Somos vecinos. Hubo contagios, sí. Se movilizó la Central Asháninka del río Tambo y han empezado los tratamientos. Pero por la intervención rápida se ha aguantado la propagación del virus.
¿En las comunidades del río Ene no hay casos de Covid?
Por el momento no hay. No han pasado por pruebas rápidas nuestros hermanos. Pero tampoco se han dado síntomas que nos alarmen.
¿Usted está en Satipo ahora?
Sí.
¿Y en lo que va de la pandemia usted ha visitado a las comunidades?
Allí hay una comisión que lideran el presidente de la Central Asháninka del Río Ene (CARE), el señor Ángel Pedro, y la señora fiscal de la organización, para que puedan coordinar y visitar las comunidades. Hemos respetado eso. Y yo, en mi calidad de vicepresidenta, coordino las reuniones por Zoom con instituciones del Estado y también estoy en el Consejo Directivo de Aidesep. Justo hoy he tenido una reunión con el ministerio de Ambiente para ver los efectos del cambio climático. Estoy más sentada en mi asiento, es verdad (sonríe).
¿Cómo ha sido su propia cuarentena?
Mire, me ha hecho reflexionar. Es algo necesario para cuidarnos. Eso es uno. La otra cosa es que la cuarentena me ha fortalecido. He podido estar en casa con mis hijos, con mi familia, con mi esposo. Cuando asumí como parte del consejo directivo de Aidesep, estuve casi dos años fuera de mi casa. Mis hijos crecen, y para mí esto es una oportunidad de conocerlos. Antes también me he dedicado a trabajar. Yo estaba en Lima. Mi esposo estaba acá, con los niños, yo los veía dos días cada semana. Y otra cosa en la que he pensado es que cuando ejercía la representatividad de los pueblos, como lideresa, faltó hacer incidencia sobre el tema de salud, que es un tema transversal, faltó bastante, y también hacer algo sobre seguridad alimentaria. Hicimos incidencia política con más fuerza sobre la seguridad territorial. Pero ahora estamos formulando proyectos desde CARE, para tener soberanía alimentaria, y no depender de otros. Mire, esos bonos que da el gobierno son necesarios, pero también es un peligro sacar a los hermanos de sus comunidades, para que puedan cobrar en el banco.
Durante lo que va de la pandemia han muerto líderes históricos como Santiago Manuin o Lyndon Pishagua, ¿los conocía?
Sí, llegué conocer al hermano Santiago Manuin, a otro hermano que era profesor en Madre de Dios. Los conocí en las reuniones de Aidesep. Yo he estado en Amazonas con ellos. Hay muchos hermanos que han muerto, que están contagiados o que han perdido a sus familiares. Yo siento mucha pena por esto. Debimos ser más aguerridos en hacer incidencia en temas de salud. Es lo que pienso. No podemos esperar a que el ministerio nos traiga un balón de oxígeno, no podemos esperar a que aprueben las cosas las autoridades. Si esperamos, van a llegar cuando estemos muerto. A ellos qué les importan la vida de los pueblos indígenas.
Hábleme de su liderazgo en la cuenca del río Ene. ¿Hay muchas mujeres que sean jefes en las comunidades afiliadas a su organización o todos son hombre?
Mire, cuando empecé a ser líder había mucho machismo. Desestimaban mi liderazgo. Habían comentarios negativos. Decían: “La mujer es débil, puede meter rápidamente a los colonos al territorio, nos va a vender, nos va a traicionar”. Pero, bueno, esa era su opinión. Estoy hablando del 2005. Pero todo eso lo he revertido. Hasta que ha durado mi gestión como presidenta, hasta el 2017, he podido cambiar bastante esa visión, me gané el respeto de los hombres, y ya hay otros liderazgos de mujeres.
¿Cuántas comunidades forman la Central Asháninka del río Ene?
Son 18 comunidades.
¿Y en las comunidades cuántas mujeres son jefes?
Dos.
Es algo.
Es un avance. Como estamos en zona Vraem algunas no quieren exponerse. Sin embargo, sí participan en la toma de decisiones, algunas son vicepresidentas. También tenemos vicepresidentas en nuestra asociación agropecuaria, Kemito Ene. Generan ingresos, exportan cacao y benefician a las comunidades. Lo que más me satisface es que antes pensaban que las mujeres tenían que cargar yuca, hacer masato, traer agua y cargar al niño, pero ahora los hombres hacen lo mismo. Los hombres ahora atienden a los niños, a las mujeres embarazadas. Ese ha sido mi granito de arena. Muchas veces, los jefes de estas comunidades me llaman. Valoran lo que pienso. Me consultan para tomar decisiones. Donde veo machismo ahora, es en las organizaciones regionales y nacionales.
¿Antes de la pandemia cuál era la principal amenaza contra las comunidades asháninkas en el Ene? ¿El negocio ilegal de madera? ¿Los sembríos de coca?
La migración de los agricultores de hoja de coca a nuestro territorio. Esa es la amenaza principal y no nos olvidamos, tenemos un programa que se llama vigilancia y monitoreo territorial. Otra amenaza son los madereros ilegales o madereros que entran invitados por los jefes sin la aprobación de la comunidad. Y la otra amenaza es el narcotráfico, todavía hay aterrizajes ilegales. Por ejemplo, hace un mes han descubierto aeropuertos clandestinos.
¿En qué parte?
Eso ha sido en la playa Quempiri, colindante con una comunidad indígena. Y los productores de hoja de coca están dentro de eso. Todo eso se debe investigar. Es trabajo del Ministerio de Defensa.
¿Y las comunidades han sido amenazadas por estos grupos?
Sí, hay amenazas. Los que se dedican a estas actividades ilícitas saben que las comunidades están en contra. Y cuando los descubren, lo primero que piensan es: El nativo ha hablado. Y luego siembran psicosis en las comunidades. Cuando eso pasa, me llaman y me dicen: Qué hago. Yo les digo: Ponte fuerte, quiénes son ellos. Nosotros somos los dueños del territorio. Si el Estado ha encontrado eso, esos aeropuertos, es porque tienen su sistema de satélites. El otro problema es que cuando descubren estas cosas, el Ejército dice: El nativo también está metido. Entonces, ¿a dónde acudo? El terruco o el narcotraficante me dice que soy soplón. El Ejército piensa que estoy asociado con los narcos. Y la realidad es que el nativo está al medio. No puede moverse ni para acá ni para allá. El Estado, que debe garantizar nuestra vida y hacer justicia, todavía se deja llevar por estereotipos.
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¿Usted ha sido amenazada alguna vez por estos grupos ilegales?
Directamente, no. Aunque en 2016 desalojé a una familia en Kiteni. A esa familia, la comunidad la alojó en la época de violencia terrorista, hasta que pudieran establecerse en su chacra. Pero esos colonos quisieron titular el terreno que le habían dado. Así que con el apoyo de las autodefensas los saqué y los denuncié por usurpación. Pero parece que tienen vínculos con actividades ilegales y eso es una amenaza para mí.
Cuando lideró la campaña para que no se construyera la hidroeléctrica de Pakitzapango en su territorio, que iba a estar a cargo de la empresa Odebrecht, ¿se reunió con algún representante de esta compañía?
No, de la empresa no. Pero sí estuve en el Ministerio de Energía y Minas, y en la institución que ve las inversiones de infraestructura pública.
¿Cuánto tiempo tuvo que pasar para que le hicieran caso?
Mire, nosotros implementamos una plataforma que se llamaba Octubre Asháninka. Desde allí informábamos sobre la amenaza contra nuestros territorios que significaba la hidroeléctrica. Y no solo la hidroeléctrica, también el lote 108, del que ya no hablan ahora, que tiene contrato con Pluspetrol. Tuve que hacer pronunciamientos mediáticos y mandar documentos a la embajada de Brasil. Hacer conferencia en el Congreso, en la Sala Grau. Viajé a Brasil, a hablar con su dirección de Energía. Nos unimos con las organizaciones del río Xingú, en Brasil, que tenían el mismo problema. Viajé a Francia, a seguir protestando. Fui a Naciones Unidas. Y finalmente viajé a la Comisión de Derechos Humanos de la Corte Interamericana. Y recién allí me hicieron caso las autoridades del Perú. Fueron quince abogados de Relaciones Exteriores y yo estaba allí solita, con mi abogado. Dos contra quince. Qué abuso. (se ríe).
¿Qué les dijo cuando los vio?
Me acerqué y les pregunté: “¿Tan peligrosa soy?”. Allí los encaré: “He tenido que venir a Estados Unidos y pedir que intervenga la Corte Interamericana para que por primera vez me vean como compatriota. ¿Por qué no me reciben en el Perú, en mi país? En el Perú mis funcionarios me ignoran, vulneran mis derechos, mi gobierno no hace respetar mi territorio”. Todo eso les dije.
¿Qué le respondieron?
Nada. Me dijeron: “Ya vamos a ver, sí pues. Es verdad que no hemos puesto atención”. Todo fue muy diplomático.
¿Qué significa pakitzapango en asháninka?
Es un cuento de nosotros. Es un águila que fue criada por una mujer. Y cuando creció, esta mujer le pedía que cazara. Se llevaba animales grandes, venados, majaz. Pero poco a poco se acabaron los animales y empezaron a cazar personas.
Era un depredador.
El águila no dejaba cruzar el río a las personas que querían visitar a sus parientes. Y se las llevaba. Es como si hubiera cerrado el río, como si fuera una represa. Y era lo mismo que iba a hacer la hidroeléctrica. Iba a inundar nuestro territorio y acabar con la vida. Íbamos a desaparecer.
Su padre fue asesinado por otros comuneros porque pensaron que él colaboraba con Sendero Luminoso, lo que fue un terrible error, ¿cómo se reconcilió con su comunidad?
Mire, yo no tengo resentimiento por mi pueblo, por mi comunidad. La población no tiene la culpa de que mataran a mi padre, a mi primo y a otras dos personas más. Nosotros como asháninkas tenemos una cultura. Somos hermanos, aunque no llevemos la misma sangre. Ellos actuaron así por desconocimiento, pero yo, como Ruth Buendía, defiendo a mi comunidad, a capa y espada. Lo que quiero es respeto. Y lo que no debemos olvidar es que los promotores del maoísmo, Sendero Luminoso, aprovecharon para meterse con los pueblos indígenas, los usaron como carne de cañón para ganarle a la mayoría, a la sociedad.
Según la CVR murieron seis mil asháninkas durante la guerra contra Sendero Luminoso, ¿hay alguna fecha en la que los recuerden?
No hemos visto eso. Nosotros seguimos haciendo la lucha para que los asháninkas tengan acceso a los servicios básicos. Mientras que no tengamos eso, educación de calidad, puestos de salud con atención de calidad, baja desnutrición, no podemos mirar eso. Sí creo que debería haber un monumento, es importante, pero hay otras necesidades. Aunque me gustaría, quizá un museo, acá, en la ciudad de Satipo.
¿Qué es lo que más recuerda de su padre?
Muchas veces les cuento a mis hijos sobre él. Cuando estábamos en la finca con él, con mi mamá. Él me enseñó a sembrar. “Así como te gusta la caña, el plátano maduro, la sandía, -me decía-, también debes traer semilla para que tú siembres y veas cómo crece”. También me enseñó a cazar en el bosque, con estrategia.
¿Usted sabe manejar arco y flecha?
Sí, arco y flecha sí. Armas como escopeta y pistola, no, les tengo miedo. Mi papá me decía cómo cazar, ir con cuidado para evitar al tigre, cuáles eran los pasos. Me enseñó a nadar. Y cómo pescar. También me enseñó a cazar ayudada por un perro. Yo desde los ocho o diez años ya sabía todo eso. Incluso he cazado sajino, a esa edad.