Estoy segura de que, a estas alturas, cuando faltan siete días escasos para el referéndum, usted ni siquiera se ha tomado la molestia de revisar a fondo las cuatro propuestas de reforma constitucional que el presidente Martín Vizcarra puso en la mesa el día que, en giro insospechado –y cuando todos esperaban verlo más pronto que tarde lamiendo de la manito de Keiko Fujimori bajo la tierna mirada de don Juan Luis Cipriani-, sorprendió a propios y extraños mandándose con un discurso por demás desafiante y convocando a consulta popular para ya mismito, que se me acaba la paciencia. Sin embargo, después de la algarabía que provocó su rebelión, han pasado varios meses y, según la reciente encuesta IEP sobre la materia, solo tres de cada diez votantes sabe con alguna precisión sobre qué va a votar el próximo domingo y la mayor parte simplemente ha decidido seguirle la corriente al moqueguano más importante del país, así que marcará el consabido sí-sí-sí-no que es la consigna gobiernista después de que el Congreso le deformara la propuesta de bicameralidad a su regalada gana. Y no es para menos. Más allá de consideraciones técnicas o jurídicas, lo que la gente -hastiada de tanto blindaje, de tanto cuello blanco, de tanto chat de la botika y de tanto becerril-letona-bartra-chihuán- quiere con el referéndum es solo un par de cosas: uno, lograr que los comechados del Congreso se vayan a sus casas y no vuelvan nunca y, dos, darle su respaldo al presidente que nadie eligió, por lo que muchos afirman que más que un referéndum es un plebiscito en torno a la figura de Martín Vizcarra. Por eso, y porque la mirada del peruano promedio está más enfocada en otros temas -por ejemplo, el inmenso político que sigue encerrado en la residencia del embajador de Uruguay en Lima, la caída de Carlos Galdós por deslenguado o el final de “Mi esperanza”-, estas deben ser las elecciones más desangeladas de la historia, más incluso que las recientes municipales que, por lo menos, calentaron ambiente un par de semanas antes de realizarse, y sin duda es de esas a las que la gente va a votar para ahorrarse sus ochenta lucas y pico de multa. Pero, ojo, sin pegarla de aguafiestas, votar las cuatro propuestas en el sentido que quiere el presidente tiene sus riesgos, porque, si bien, en apariencia, son medidas justas y necesarias, algunas son controversiales y, en cuanto a sus consecuencias, el remedio puede resultar peor que la enfermedad si no nos andamos con cuidado y, por muy simpático que nos resulte ahora Vizcarra, votar a ojos cerrados no es la mejor opción si se trata de proteger y mejorar el sistema democrático. Por ejemplo, la propuesta que más le gusta a usted, la que impide la reelección de los congresistas, solo logrará –de acuerdo a la mayor parte de analistas y expertos- deteriorar más el ya ínfimo nivel del promedio de congresistas, pues no permitirá que los pocos que se salvan (ponga aquí los nombres de los congresistas que le parezcan menos impresentables) se fogueen lo suficiente en el trabajo parlamentario, dando paso a la eterna improvisación. De paso, tomando en cuenta el ínfimo porcentaje de congresistas reelectos históricamente, deviene en una propuesta superflua. Y, lo peor de todo, permitirá que los 130 congresistas actuales, justo esos que usted quiere fuera de la política, se aseguren en su puesto de trabajo por dos años más, con las gollerías que eso conlleva. Del mismo modo, la última propuesta, la que en principio planteaba el retorno a la bicameralidad, pero que el presidente Vizcarra vetó, denunciando que la mayoría aprofujimorista del Congreso había metido de contrabando algunas modificaciones interesadas, era la única reforma de impacto constitucional. Hay quienes dicen que igual habría que aprobarla y que en el camino se irá perfeccionando, pero si recordamos que eso está en manos de la (todavía) mayoría aprofujimorista, lo más probable es que nos quedemos esperando la bicameralidad hasta las calendas griegas. Por eso, la única invocación que queremos hacerle frente al inminente referéndum (que, ojo, también es segunda vuelta en algunas regiones, pero eso todavía interesa menos) es que se informe, que escuche todas las opiniones -incluso aquellas con las que podría no estar de acuerdo, que de eso se trata la democracia-, que lea, analice, evalúe y luego recién vote. Y vote a conciencia. Porque para votar a ojo cerrado lo que manda el líder, mejor nos metemos todos en el chat de La Botika.