En las entrañas de este mítico estadio, escenario de otra final del mundo este domingo, habita un museo que registra momentos inolvidables del fútbol brasileño. POR DENTRO.,Michel Dancourt @mdancourt9 Brasil no está en la final de su propio mundial, pero su casa del fútbol, el Maracaná, recibirá este domingo a las dos selecciones que intentarán cargar la Copa FIFA. Y dentro de las entrañas de este coloso se han tejido historias de inagotable grandeza. Verdaderas epopeyas del fútbol mundial. Seguramente el ‘Maracanazo’, ese triunfo histórico de Uruguay sobre el Scratch en la final del Mundial de 1950, sea las más famosa, pero no es la única. Precisamente por eso, para rendir tributo a tantas historias de gloria o instantes memorables, este mítico escenario alberga desde el 2002 un museo que es la delicia de todo amante del fútbol e incluso de los que simplemente gustan de llevar registro del pasado. Recorriendo sus pasillos, por ejemplo, se puede entender por qué el golero Moacir Barbosa murió dos veces viendo la inmensa foto a blanco y negro en la que se ve cómo se le escurre el remate del uruguayo Alcides Ghiggia en aquella final del mundo del 50. “Fue un segundo que le partió la vida en dos. Voló, como en tantas otras ocasiones similares: elástico, seguro, convencido. El remate de Alcides Ghiggia traía la pelota que lo debía consagrar para siempre como lo que era: un arquerazo. Pero esta vez, la decisiva, la más importante, la del destino, Moacir Barbosa Nascimento no llegó. En ese instante que todavía parece durar, aquel 16 de julio de 1950, el Maracaná era un monstruo de más de 200.000 cabezas, un hervidero de gente solo preparada para la felicidad. Pero Uruguay, el ocasional invitado al festejo de Brasil, terminó siendo el dueño de la alegría propia y del silencio ajeno”, describe la escena Eduardo Galeano, quien recordó que aquella vez los moribundos demoraron su muerte y los bebés apresuraron su nacimiento. “Río de Janeiro, 16 de julio de 1950, estadio de Maracaná: la noche anterior, nadie podía dormir; y la mañana siguiente, nadie quería despertar”… Desde esa infausta acción, cuentan que a Barbosa nadie lo saludaba. Vivía solo. Lo veían venir y la gente cruzaba la acera. Quiso entrar a saludar alguna vez a una concentración auriverde y le impidieron el ingreso y le pidieron que no vuelva. Una noche de abril, de hace algunos años, murió solo, olvidado, despreciado en Praia Grande. “El primer arquero negro de la historia de la selección brasileña murió pobre, humillado y condenado. La prensa casi no registró su muerte. Barbosa no se habría sorprendido. La segunda muerte de Barbosa sería la definitiva”, escribió el mexicano Juan Villoro sobre el pobre portero al que un día, el fútbol ya había asesinado socialmente. HUELLAS IMBORRABLES Pero volviendo al tema del Maracaná, en este museo se encuentran auténticas reliquias y tesoros del deporte rey. Camisetas, balones –la pelota con la que Pelé anotó su gol mil o con la que se jugó el Mundial del 50– gigantografías, fotos, trofeos, zapatos de fútbol de estrellas como el charrúa Obdulio Varela y, claro, el paseo de campeones –que los brasileños han bautizado como ‘La calzada de la fama’– donde están las huellas de los pies de leyendas de todos los tiempos. Hay cientos de pisadas y cuesta tomar nota de todas, pero destacan las de Pelé, Zico, Beckenbauer, el brasileño Eusebio… Es ese el recibimiento al visitante que da el museo. Luego de informarse en paneles sobre los detalles de la construcción de este monstruo de cemento y fierro y ver todos los artículos que se pueden encontrar, uno puede subir hasta el sexto piso y disfrutar de una hermosa vista panorámica desde este estadio, que pasó de albergar a 200.000 personas a tener un aforo de 78.000 por recomendación específica de la FIFA. Fue construido con motivo de la Copa del Mundo de 1950, pero pocos conocen que su verdadero nombre es Estadio Jornalista Mário Filho, en homenaje a un periodista fundador del diario deportivo Jornal Dos Sports. Se le conoce como ‘Maracaná’ por el barrio donde está ubicado el estadio en Río de Janeiro. La visita guiada incluye las tribunas de honor, los vestuarios y finaliza en el campo, donde un futbolista hace malabares con el balón. Así que ya sabe. Si está pensando en darse una vuelta por Río no solo piense en el Cristo Redentor o el Pan de Azúcar. El Maracaná, anfitrión ahora de dos finales del mundo, lo espera para compartir su gran historia. 194 mil 603 espectadores asistieron a un clásico ‘Fla’-‘Flu’ en diciembre de 1963, siendo récord de asistencia en un estadio de fútbol. 246 mil metros de área total tiene el estadio construido de forma oval. 300 millones de dólares costó remodelar el Maracaná para el Mundial de Brasil 2014.