
Termino de leer el último libro de Carmen Ollé, Me gustan los atardeceres tristes (Peisa), y lo único que me queda como lector no es otra cosa que aplaudir. Se trata de un buen libro, que no supera a la obra maestra que publicó en 2023, Destino: vagabunda, sus memorias. Queda claro que no todo nuevo libro de autor consagrado está llamado a superar al anterior, siempre y cuando este haya recibido los más encendidos elogios.
Nuestra escritora publica este libro en medio de un contexto especial. En septiembre pasado, ganó el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, el cual es otorgado por la Universidad de Talca de Chile. Este galardón se le entregó por el conjunto de su obra. Se le concedió debido a esta razón: por “el valor artístico, experimental y político de su obra poética, narrativa y ensayística, atravesada por una escritura corporal y nómade”.
No hay mucho que discutir. En esas dos líneas se grafica lo que es la poética de Ollé en su médula emocional.
Mientras leía Me gustan los atardeceres tristes, libro sin género (llámalo híbrido) dividido en cuatro partes (“Donde me lleve la corriente”, “Me gustan los atardeceres tristes”, “Pulsiones” y “Variaciones. Dos viñetas”) en los que se explora, mediante los recuerdos y la especulación, las muertes de tres mujeres que conoció (a una, en su juventud; a la otra, en su trayectoria literaria; y a la tercera, en años recientes), me preguntaba si solo hace falta talento y dedicación para ser un muy buen escritor, quizá no con las alturas de Ollé.
Ollé es una autora que puede escribir de todo por el solo hecho de haber leído muchísimo en su vida. Sus recursos para la escritura son variados, pero estos no son suficientes para arribar a la epifanía literaria y eso lo sabe muy bien Ollé. Entonces, ¿qué hace que Carmen Ollé sea Carmen Ollé? Este libro es una respuesta (más) a la inquietud: su actitud ante la vida. Cuando escribe de estas tres mujeres, nuestra autora nos recrea una época, pero esta recreación viene con una sensibilidad devoradora por la vida. Carmen Ollé se involucra con lo que va a escribir y en esa decisión (que lo es) sabe tranquilamente de las consecuencias. Hay, pues, una actitud muy juvenil en toda su poética, vista desde su primer libro, el hoy canónico poemario Noches de adrenalina de 1981.
"Me gustan los atardeceres tristes". Imagen: Difusión.
Cuando nuestra escritora escribe, no se mide. No la piensa cinco veces. Es la primera en saber que su paso por la vida no es otro que el contar lo que tiene que contar para no traicionar su naturaleza artística. En algún momento de su existencia, la autora decidió ver la vida por medio de la lectura y de la intensidad. Y en algún momento también decidió plasmar esa actitud en escritura. Esa es, creo, la razón de la madurez de su nervio narrativo presente en todos sus proyectos. La mujer que lee mucho, la mujer que sale en las noches, la mujer que observa la vida en estado de poesía y la mujer que siempre ha estado más allá de las normas sociales. Por eso su poética siempre tiene algo que decirnos, porque esta no depende de la forma.
Me gustan los atardeceres tristes proyecta del mismo modo una dignidad. Es un libro marcado por la muerte, por la muerte de estas tres amigas. Cuando me refiero a dignidad, no lo hago en función de una resistencia ante el dolor o una postura que acompaña al luto. Esa dignidad, la de vivir aferrada al eros y no al Tánatos, le da otra textura a este libro en particular, como si la propia Ollé nos estuviera diciendo que la muerte y el envejecimiento no importan, porque lo que prevalece es la manera en que los encaras. Esa manera es la dignidad, y la que exhibe nuestra escritora (gigante y feroz) tiene todas las señas de la rebeldía juvenil.
No todos los títulos de nuestros grandes autores tienen que ser obras maestras. Carmen Ollé publicó Me gustan los atardeceres tristes no para demostrar algo, sino por urgencia a compartir lo que siente y piensa, partiendo del recuerdo de estas tres mujeres que conoció (una de ellas, la escritora Pilar Dughi).

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