Cultural

José Carlos Yrigoyen: “En el Perú se piensa más en la reseña, en el crítico, en la transnacional, en la editorial, pero no se piensa en los libros”

José Carlos Yrigoyen acaba de publicar su último poemario, "En memoria", un libro histórico, político y personal. Yrigoyen habla de su regreso a la poesía y de la situación actual de la crítica en Perú.

José Carlos Yrigoyen. Foto: Greta Dienstmaier.
José Carlos Yrigoyen. Foto: Greta Dienstmaier.

José Carlos Yrigoyen empezó su trayectoria literaria desde mediados de los años 90. Lo hizo con la poesía. Su segundo poemario, El libro de las señales (1999), lo ubicó como uno de los nuevos poetas peruanos más sólidos, impresión que quedó confirmada con Lesley Gore en el Infierno (2003) y Horoskop (2007). A partir de 2008, Yrigoyen comenzó a explorar otros registros, como el ensayo, la ficción y la crítica literaria. Cuando más de uno creía que el llamado de la poesía solo iba a pervivir en la dimensión de la lectura, el autor volvió a publicar poesía. Lo hizo en 2022 con Ciclo del Partido de la Caridad, en 2023 con Roberto Miró Quesada, en 2024 con El libro de Zoe y en este 2025 con En memoria (Fondo de Cultura Económica). Sobre este último libro, que fue presentado en la pasada edición de la Feria del Libro Ricardo Palma, La República conversó con Yrigoyen.

-En memoria refleja, al igual que varios poemarios tuyos, un apego por la historia.

-He seguido ciertos caminos que me preceden, como el de Pablo Guevara, o el de Rodolfo Hinostroza, o el mismo Antonio Cisneros, que dialogaban continuamente con la historia, cuya poesía se basaba en un horizonte cultural e histórico. Libros como Hotel del Cuzco y otras provincias del Perú, o Contranatura o Canto ceremonial, apelan a su momento histórico y al pasado que condiciona ciertos momentos de ese momento histórico para impugnarlos, para desmitificarlos como hacía Cisneros, o para violentarlos como hacía Guevara o Hinostroza. Hinostroza, por ejemplo, utilizaba una serie de ciencias sociales, e incluso pseudociencias como la astrología, para explicarse coyunturas tan revolucionarias.

-Algo que diferencia a En memoria de tus otros trabajos es que ahora vas a lo fragmentario.  ¿Qué te dio lo fragmentario?

-Cuando terminé de escribir El libro de Zoe hace un año y medio, sentí que había una forma de decir que, si bien me era funcional, ya estaba para mí agotando cierta fuerza para poder contar o poetizar ciertos aspectos de la realidad. Ya no quería escribir un libro que correspondiese a patrones meramente narrativos como Ciclo del Partido de la Caridad, sino que quería hacer algo que fuese mucho más riesgoso, que me exigiera llevar la técnica a otros espacios y niveles, y que también lograra hacer que este ánimo polifónico, que a veces tiene mi poesía, se vertiera en un montón de voces, miradas, perspectivas y documentos, y poder ponerlo todo ahí y poder formar o reanimar ese país desaparecido del que se habla en el texto mediante los restos que quedan de él. Eso no se podría hacer de una manera narrativa. Es decir, creo que hubiese sido fatigoso.

-En memoria obedece a la pregunta qué pasó con Rodesia (hoy Zimbabue), pero en el discurso también te preguntas qué pasó con Perú. Es un libro político.

-Quise escribir un poema largo que, no tomando el referente central de Perú, hablara de mi experiencia en Perú en dos aspectos: la política y la personal. Lo que pasa es que está lleno de códigos y claves; he intentado que no sea muy críptico. Yo no creo tanto en la poesía que le da al lector todo masticado como aquella en que ya se vuelve un juego privado en que nadie puede entrar. Yo quería algo que estuviera entre ambos caminos, que sea un libro que sí exija al lector, pero que al mismo tiempo no lo apartara del juego que le planteo. En cuanto a lo otro, yo tiendo a escribir poesía, aunque parezca contradictorio con lo que estoy diciendo, como si no la fuera a leer nadie más que yo.

-¿En qué se parecen Rodesia y Perú?

-Creo que un país comienza a desaparecer de muchas formas cuando ya quedan pocas cosas por traicionar. En Perú se han traicionado muchísimas cosas. Yo no veo un camino fácil para salir de aquí y está clarísimo que hace ya años que no salimos de un sistema de cosas que propende al beneficio de unas camarillas absolutamente ajenas al bienestar y a la justicia social de este país. Estamos cultivando la posibilidad de que surja un hombre fuerte que nos salve de esto y eso va a ser para mí muchísimo más grave. Eso es un poco el miedo que este poema también refleja. En realidad, mucha de mi poesía indaga en el miedo de que se nos prive de libertad e individualidad.

 "En memoria". Imagen: Difusión.

"En memoria". Imagen: Difusión.

-En memoria parece un canto.

-Me gusta que digas que En memoria es un canto, porque En memoria era el título original de Canto ceremonial contra un oso hormiguero de Antonio Cisneros, que luego cambió por uno más sesentero. Una de las motivaciones de mi poesía es justamente el sujeto que resiste circunstancias opresivas e insoportables que lo terminan derrotando, pero en esa derrota hay siempre un canto, una posibilidad de hacer belleza y una poesía sobre la derrota. Este es un libro profundamente escéptico hasta el pesimismo, porque creo que la poesía debe escribirse siempre desde la duda, la incredulidad y la sospecha. Siempre me ha parecido muy dudosa la poesía que parte desde ciertas celebraciones ideológicas, con excepciones como Cesáreo Martínez, que hizo de la poesía coyuntural y del panfleto verdadera poesía. Es muy difícil lograr ese equilibrio, pero creo que además hay lecciones históricas que uno no puede desatender. Los poetas que mantuvieron un mayor escepticismo frente al ideal revolucionario, como Cisneros, Hinostroza, Hernández, Lauer y otros, de alguna u otra manera son los que han resistido más el paso del tiempo, mientras que la poesía socialrealista se ha diluido.

-Entremos a dimensiones nebulosas. Tú haces reseñas literarias. ¿Esta labor ha influido en la valoración de tu obra? Yo recuerdo que muchos celebraban El libro de las señales, pero desde que haces crítica los saludos han desaparecido.

-En el Perú casi no hay crítica. En el Perú hubo crítica, pero no es un tema personal, solo que ahora hay menos canales. En cuanto a mí, ya no soy simplemente un escritor, sino también una persona que comenta libros cada semana en El Comercio. Yo intento, dentro de lo que cabe, separar ambas cosas. No sé si todo el mundo puede hacerlo. Pero eso en el fondo es irrelevante, porque hay libros que pueden tener mucho reconocimiento en un momento y pasan 10 años y nadie se acuerda de ellos. Y hay libros que tuvieron una repercusión menor y con el tiempo crecen con los lectores. Tú lo sabes muy bien porque tú usualmente reconoces esos libros.

-La crítica, la de medios en especial, siempre ha estado en cuestionamiento. La hemeroteca no miente.

-Aquí en el Perú se piensa más en la reseña, en el crítico, en la transnacional, en la editorial, pero no se piensa en los libros, no se habla de los libros. Entonces, no es una cuestión que afecte a una individualidad, es una cuestión que nos afecta a todos. Tenemos una escena muy amplia y con un montón de escritores que son buenos. Yo, cuando encuentro un libro de ellos, soy el primero en reconocerlo y decirle oye, esto es algo que vale la pena. Pero no dialogamos entre nosotros. No dialogamos entre nosotros y esa es la diferencia con los 60 y los 70. También se sacaban la mugre entre ellos, perfecto, pero había un diálogo, había una dinámica, y esa dinámica la hemos perdido. Entonces es muy difícil que se hable de poesía cuando no hay ese planteamiento inicial.

-Para mí, el problema de la crítica no es de formación, sino ético. La crítica no puede ser usada para fines torcidos. Para ti, ¿cuál es el problema de la crítica hoy?

-Una cosa es que tú digas no me gusta la crítica de este señor y expliques por qué y está bien, otra cosa es no me gusta este señor y personalizamos. Cuando simplemente el tema es este señor que es un tipo que no me gusta que haga crítica, pero no explico por qué y simplemente todo rodea lo personal, entonces no hay diálogo. Yo no suelo participar en este tipo de debates porque me parecen insustanciales. Si la cuestión es oye, me caes muy mal por lo que representas, entonces ya está. Lo tengo muy claro y me parece que está muy bien hasta ahí. Pero que quieras hacer un debate sobre eso en el que yo participe... Mira, Gabriel, yo tengo 49 años, no voy a vivir 49 más.

-Durante mucho tiempo fuiste muy crítico con la poesía peruana última. ¿Ha cambiado esa impresión? Estoy viendo cantidad y calidad.

-La poesía peruana en los últimos años, tanto en los mayores como en los menores, hablando de edad, ha tenido una muy buena etapa que se ha traducido en libros que sí me parecen muy importantes. Me parece que las mujeres tienen en este momento una preeminencia en esto. Pienso, por ejemplo, en lo de Teresa Cabrera, en lo de María Belén Milla y en lo de Valeria Román, y puedo seguir mencionando nombres. Creo que tenemos ahí voces sólidas o una obra que se perfila sólida. A pesar de que la poesía tiene un espacio social reducido, la poesía peruana está completamente viva y está saliendo de un desconcierto en el que estuvo varios años. Hay nuevas formas de expresión que no rompen con la totalidad, con la tradición, pero que se notan frescas y se nota que tienen nuevas temáticas y nuevas miradas de la realidad y de evidenciar la realidad que a mí me llaman mucho la atención. Creo que en este momento la literatura peruana en sí está, sobre todo en la gente de entre los 30 y 40 años, produciendo cosas muy prometedoras o ya realidades palpables. Pero insisto, mientras no haya un diálogo entre nosotros y no haya una buena fe para conversar, más allá de nuestras diferencias, y todo se reduzca al insulto, a la difamación abierta, entonces no tenemos mucho de qué hablar.

-Te fue muy bien en tu primera etapa como poeta y, en tu regreso a la poesía, te está yendo también muy bien pese a estos temas que hemos estado hablando. ¿Te sientes reconocido?

-En Perú, cuando se habla de un poeta reconocido, es como hablar de un geólogo reconocido. Es algo que conocen muy pocos especialistas. Para mí, la poesía peruana son 500 personas y un poco más. El reconocimiento es para los narradores. Yo, que he escrito novelas, puedo decir que hay una diferencia enorme. Los poetas se pelean por un capital meramente simbólico, chiquitito, que solamente ellos pueden ver. Mientras que la narrativa es la que tiene, digamos, cosas por las que se pelean, y francamente sí se pelean por ella, porque ahí la cosa es mucho más violenta. El reconocimiento en la poesía es algo muy relativo. Lo que sí es cierto es que he tenido la suerte de que mi obra haya aparecido en antologías, de que ciertos críticos se hayan fijado en ella y de que a algunos poetas mayores les haya gustado. Eso sí es verdad. Y siempre he estado agradecido por eso. Toño Cisneros decía, por ejemplo, que quería ser un poeta popular, y lo era. Pero después de Toño Cisneros, ¿qué poeta podía ser popular? ¿Poetas populares en Perú? Eso ya no existe. Esa es una especie que ya murió.

-¿Lo mejor de la tradición literaria peruana es su poesía?

-Sí, estoy convencido de que es así. Las dos grandes tradiciones de Sudamérica son la peruana y la chilena. Creo que lo que hay en esas dos tradiciones no lo vas a encontrar en otro lado. Hay muy buenos poetas argentinos y muy buenos poetas colombianos, pero no hay esa organicidad que tiene como canon, como tradición. En Perú tenemos grandes narradores como Vargas Llosa, como Miguel Gutiérrez, ahora mismo Rafael Dumett, que es un narrador importante. Pero las alturas que ha alcanzado la poesía peruana son, en mi opinión, mayores, y estamos hablando de Vallejo, Blanca Varela, Westphalen, Eielson…

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