Una de las publicaciones que atesoro en mi biblioteca, por su dimensión anímica, por decirlo de algún modo, es Dos soledades (INC, 1974) de Emilio Adolfo Westphalen y Julio Ramón Ribeyro.
Compré el libro hace muchos años y confieso que no lo he releído con la frecuencia que merecía. Quiso el azar que lo encuentre días atrás mientras buscaba en los anaqueles Cuentos pretéritos de Manuel Beingolea.
Si estuviera en mí la posibilidad de propiciar un rescate editorial, pensaría en esta maravilla, no porque sea un librito de 88 páginas con el que se vaya a generar dinero, sino porque su lectura ayudaría a ordenar la geografía emocional del escritor confundido y alucinado, además, enriquecería la visión de vida del lector verdadero, aquel que busca en la lectura un fin en sí misma (felizmente, cada vez son más).
Esta publicación reúne dos conferencias, mediante las cuales sus autores nos brindan una aproximación a sus respectivas poéticas. Pero esta intención no es lo esencial, sino lo que hay debajo de la forma: ese río sensorial que nutre de verdad al discurso.
No por nada, la publicación se llama Dos soledades. Especulo que pudo ser Julio Ortega quien puso el título, puesto que él firma la presentación con la que contextualiza los momentos (1973 (Ribeyro) / 1974 (Westphalen)) en que se leyeron estas conferencias.
En “Poetas en la Lima de los años treinta”, Westphalen diserta sobre su condición de poeta en relación a sus compañeros generacionales, como Estuardo Núñez, Martín Adán, entre otros. Se podría pensar que su propósito fue ofrecer un panorama de época para la poesía peruana, que lo cumple en parte, porque lo que le importa sin importar es la exposición de sus cotos emocionales. En no pocos pasajes sugiere que toda su vida ha sido un antisocial, o para ser más preciso, se ha sentido inclinado hacia la evasión, la base en la que dispone sus materiales poéticos.
Por su parte, Ribeyro en “Las alternativas del novelista” realiza un recorrido por la tradición de la novela. Y al igual que Westphalen, Ribeyro apela a la importancia de la galaxia anímica, con la diferencia de que lo hace con no pocas capas conceptuales, lo que no genera un esfuerzo para el lector (la mágica tersura de la escritura de Ribeyro, obvio), que no demora en colegir la estrategia del conferencista: hablar de las virtudes de los otros (los maestros de la novela) para declarar su preferencia por el método clásico de narración. Obviamente, nos enfrentamos al detrás de escena de un Ribeyro de ficción, que no guarda relación con el otro Ribeyro, extraño y hechicero en la indefinición de registros, que apreciamos en Prosas apátridas y en tramos del imprescindible La tentación del fracaso.
Como sugerí líneas arriba, no sería nada descabellado proponer un rescate de este libro, que tiene un público definido. En fin, el dato está, con la esperanza de que algún loco asuma el reto. Varios estaremos agradecidos.