Quizás el mejor placer de entrar a una librería sea encontrar, no el libro que andas buscando, sino el que no andas buscando. Para los lectores que visitamos con frecuencia las librerías de la ciudad ocurre poco. Normalmente, los catálogos son similares y las sorpresas surgen rara vez. Más oportunidades tenemos cuando visitamos algún librero de viejo —aunque poco a poco se van extinguiendo—. Sin embargo, hace algunos días, tras visitar al Dr. Castrillón en el Centro Cultural Ccori Wasi, descubro varios ejemplares en la librería de la institución. En particular un librito muy bello y delicado titulado “Viaje a Perú” del reconocido arquitecto portugués Álvaro Siza.
El libro recoge una selección de dibujos de lo que fue la bitácora de viaje del arquitecto cuando visitó nuestro país. La selección y el trabajo editorial que ha hecho Arcadia / Mediática es excepcional. Una serie de dibujos muy finos y de trazos inteligentes, resumen lo que llamó la atención de este gigante de la arquitectura moderna en nuestro país.
Pero, ¿cómo así Siza viajó por el Perú? La historia se explica en el texto de Frederick Cooper que abre el libro. En 1995, Cooper invita al prestigioso arquitecto a conocer nuestro país. Junto a su anfitrión, Gonzalo Benavides y su sobrina, el maestro conoce Lima, Cusco, Arequipa y Trujillo. La admiración del portugués se refleja en los dibujos y se demuestra en los recuerdos que relata Cooper: “Consideré llevarlo al siguiente día al centro de Lima, pero insistió en ir por su cuenta. Accedí, pues sabía de su afición por recorrer ciudades libremente y, así, poder dibujar aquellos edificios o calles que más le importasen. Volvió en un taxi tarde, desbordante de entusiasmo, diciéndome en ese tono áspero que lo caracteriza, que el Centro de Lima le había parecido extraordinario. Vino, por supuesto, cargado de dibujos”.
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El libro ofrece ese registro al que se refiere Cooper, quien además cuenta cómo la altura derrotó a Siza cuando reacio a la recomendación de su anfitrión intentó explorar el Cusco desde el primer día. Las páginas nos muestran los registros de Ollantaytambo, del Templo del Sol y de Machu Pichu. De Arequipa destaca el recuerdo de Cooper de la visita que hacen al convento de Santa Catalina.
“Llegando a la Ciudad Blanca fuimos primero al convento de Santa Catalina. Nos desperdigamos, a efectos de que Álvaro pudiera hacer su propio recorrido y sus dibujos. Hacia el final del tiempo acordado para la visita, buscándolo lo encontré con Andrea abocados en medir meticulosamente una pequeña mesa frailera, cuyas medidas anotaba cuidadosamente en su libreta. Sorprendido por el interés que ponía en este modesto mueble monacal, me respondió, con un tono reprobatorio, si no había nunca reparado en el perfecto diseño de la mesa. Al decirle que no, me recriminó cariñosamente el no haberme dado cuenta de que se trataba del mejor diseño, ejecutado primorosamente, de una mesa personal que nunca antes había visto realizada con tanta prolijidad y sentido tectónico. A ello añadió que su entusiástico interés provenía del hallazgo de que ya no tendría que diseñar otra mesa en similares dimensiones, insistiendo en que el diseño no debía reiterarse cuando se hubiera comprobado que se había alcanzado un grado de perfección insuperable. Condición que estaba seguro se había logrado en este modesto mueble”, recuerda Cooper.
El libro está compuesto por tres segmentos. El primero, como explicamos, es una introducción y una serie de memorias que escribe Frederick Cooper sobre su relación con Siza y los viajes que realizaron juntos por el país. Le siguen los sketches que a su vez se dividen en seis días de viajes. Cada uno, lógicamente, recopila algunos de los dibujos que el arquitecto portugués hizo durante sus paseos y visitas de cada día. Finalmente se incluye un breve texto del 2022 titulado “Soñar el Perú” de Álvaro Siza. Con permiso de la editorial, desde La República les compartimos sus palabras:
Perú. Días para no olvidar en compañía de Frederick Cooper, luego bautizado como Súper Cooper, por la energía que le imprimió al viaje y a los viajeros: Andrea Soutinho, Gonzalo Benavides y yo.
Cada ciudad, cada distrito, cada sitio arqueológico, significó un descubrimiento, un preámbulo de energía y asombro: Puruchuco fue todo pertenencia y transformación del paisaje. Arequipa, sinónimo de la perfección minimalista hallada en un convento de monjas-artistas.
Chan Chan, costa precolombina de espacios concentrados, tras las excavaciones, en lo esencial, casi inmaterial, con su mar rugiendo desde el fondo.
Y el testimonio magnificente de Cusco, ciudad que los españoles ocuparon con violencia, que usaron las piedras de los incas como objets trouvés, pesados objetos finamente tallados, con cantos redondeados en donde no penetra el filo de una navaja.
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Cusco, caminata incansable, continua, prendido al mate de coca para no desmayar. En tren llegamos a Machu Picchu, atravesando montañas y pueblos hasta un pequeño hotel en las puertas de la ciudad. La mañana nos gratifica con su imponente amanecer. Desde la plaza, rodeada de edificios, casas, escaleras que trepan los andenes, admiro los altares y las fuentes dominadas por los altos picos que no tuve el valor ni la energía de escalar. Sin embargo, recorrí en profunda privacidad sus enormes piedras de superficie recortada por accidentes sabiamente geometrizados, piedras también estrechas, en cuña, entre cada dos andenes logrados con ingenio y belleza, topándome con la sencilla naturalidad de los ojos dulces de las llamas. Súper Cooper no se detuvo y yo lo seguí lo mejor que pude, con los ojos volando, con los ojos incansables como esponjas.
Lima de nuevo, inevitable, capital diseñada febrilmente, a ritmo vehemente. No importa. La aprehendo y mi cuaderno de tapas negras se llena de bocetos hechos bajo el encantamiento de la pluralidad material, climática, histórica de este país. Imágenes de un viaje para no olvidar, imágenes que alimentan mis ojos y mi mente. Y siempre las ganas de ver más.
Oporto, 1 de septiembre de 2022