Cargando...
Cultural

Daniel Alarcón: “Me interesa más la calle que la política”

El periodista y escritor peruano, que reside en Estados Unidos, director del podcast Radio Ambulante, participa en el Hay Festival de Arequipa. El 2021 ganó la beca norteamericana Genius MacArthur.

larepublica.pe
Daniel Alarcón es presentador de unos de los podcasts más importantes de la actualidad: Radio Ambulante. Foto: difusión

No ha estado en Perú desde enero del 2020. En esa ocasión, Daniel Alarcón (Lima, 1977) viajó para acompañar un episodio doloroso para su familia: el entierro de su joven primo. Se acuerda mucho del traslado en el taxi del aeropuerto Jorge Chávez a la casa de sus tíos. “Sentí que estos viajes a Perú van a ser más para enterrar a gente querida, amigos. Sentí una tristeza inmensa, infinita. En cierto modo lo tomo como un presentimiento de lo que venía con la pandemia”, indica hoy nuevamente en el país, invitado por el Hay Festival 2022, que se realiza en Arequipa. El periodista, escritor y fundador de Radio Ambulante, la plataforma de podcast que ha contado más de 200 historias de Latinoamérica, tiene un especial cariño por la urbe. Su padre, un médico psiquiatra, ejerció el oficio de locutor de radio aquí.

Regresas a Arequipa, una ciudad que formó parte de tu infancia.

Siempre visitábamos Arequipa y tengo familia acá. Para mí volver es muy especial porque crecí con Arequipa muy presente. Canciones, valses, todas esas cosas formaron parte de mi niñez. Me siento en casa.

El medio de podcast Radio Ambulante tendría sus orígenes aquí. ¿Con tu padre, que era locutor?

La relación que tengo con la radio viene de mi papá. Nosotros crecimos con sus transmisiones, narrando partidos de fútbol para radio Continental y haciendo programas de música. Era parte del folklore familiar. Si bien Radio Ambulante se fundó en otro contexto y con muchas inspiraciones, mi relación con la radio parte de esa historia.

¿Se fueron a Estado Unidos por la crisis en Perú?

No, yo diría que nos adelantamos. Nosotros nos fuimos en los años 80, cuando tenía tres años. No es que fuimos por la crisis ni la violencia. Más bien nos fuimos porque se presentó una oportunidad de trabajo para mis papás y pensaron que era una oportunidad para sus hijos. Es la historia clásica de la migración.

¿Sientes que tienes ventajas o todo lo contrario, más bien hay peso, en ser peruano y vivir en Estado Unidos para con tu trabajo?

Depende del estado de ánimo, puede ser un peso, pero también un regalo. Puede ser un súper poder. Pesa cuando todo va a mal, como cuando uno sigue las noticias de Perú y Estados Unidos y tienes que tratar de decir a qué país le va peor. Eso es complicado.

¿Pese a la grandes distancias, percibes alguna proximidad entre Estados Unidos y Perú?

Las realidades son muy diferentes, pero los problemas políticos y que suceden en casi todas las democracias, se parecen. La polarización, el poco respeto por las instituciones democráticas, los ataques a la prensa como herramienta de los políticos. Esas cosas no se han perfeccionado.

¿Te sigue asqueando la política?

Sí y no. Escribí hace poco una crónica sobre Guayaquil (Ecuador) en la pandemia. Fue la primera ciudad que colapsó en Latinoamérica, que sufrió de manera apocalíptica. Aparte es una historia política porque es una historia de la incapacidad del gobierno de responder a las necesidades de la población. Hay que hacer ese retrato. Pero la historia que terminé escribiendo están en los médicos, los ciudadanos de a pie, la gente común y corriente que vivió esta emergencia y no la gente que estuvo en el Palacio Presidencial en Quito. Me interesa muchos más la calle que la política.

¿Y cómo lidiaste al realizar una crónica sobre el suicido del expresidente Alan García?

Es que Alan es un personaje fascinante, de novela. Esa fue la primera crónica larga que escribí para el New Yorker y me parece que son esas historias que se cuentan solas. Desde el detalle que una noche antes García dio una entrevista y le preguntan cómo se siente al saber que es una última entrevista y habla como se va a morir al día siguiente. Él era un político muy capaz y sobre todo de crear mitos alrededor suyo, jugar con esos simbolismos. Por eso su muerte fue tan impactante y tan importante en la política peruana. También soy muy consciente de quién es mi audiencia. Cuando yo escribo para el New Yorker, mi audiencia no es la peruana, es gringa, gente que sabe del mundo, pero que no está al tanto de todo. Tú le cuentas a un gringo las cosas que pasa en el Perú, creen que eres García Márquez. Todo lo que le estás contando le parece alucinante. Me di cuenta que cuando empecé mi carrera de escritor de ficción y de periodismo, que la gente pensaba que era súper creativo, pero estaba describiendo cosas en mis viajes a Perú, historias que para un peruano son absolutamente normales. Entonces, todo eso me pareció sin duda una ventaja en mi carrera.

¿En el caso de Alan García, tú crees que hubo una predisposición muy anterior al suicidio?

No. Era un político muy hábil, muy conciente de su imagen, muy orgulloso. Siempre tenía muy presente su lugar en la historia. Uno no puede saber lo que pasa en la mente del suicida.

¿Qué te parece la política actual?

Deprimente, deprimente. No tengo otra palabra, quizás desolador. No hay nada bueno que te pueda decir del momento actual político.

Regresando a las cosas impresionantes, ¿qué es lo más surrealista que pudiste cubrir, reportar?

El nivel de mortalidad, la incapacidad del gobierno de atender las necesidades del pueblo. En Guayaquil no sé si es surreal la palabra, o apocalíptica. Estaba en un barrio y me contaron que había un lote baldío en que jugaban los niños fútbol. Un día, en medio de la emergencia sanitaria, vinieron los trabajadores del municipio y lo enrejaron. Ese baldío ahora es un cementerio. Le quitaron a los niños un lugar de esparcimiento para enterrar a los cadáveres del Coronavirus. Detalles así son estremecedores, que duelen.

¿Se ha contado todo lo que ha pasado en la pandemia o hay más cosas por descubrir?

No estoy seguro si la gran novela de la pandemia se ha escrito. No sé si habrá apetito para leerla. Las culturas van procesando sus traumas vía las artes, las narrativas, sean novelas, cine e incluyo los podcast. Hemos decidido, en cierto modo, olvidarnos del asunto con que “ya la gente no se va morir del Covid-19″. Sabemos que eso es falso y que van a seguir muriendo del Covid.

¿Te gustaría tomar ese insumo para tu literatura en algún momento?

He escrito algún ensayo sobre el Covid y cómo se vivió, pero uno nunca sabe. Me tomé quince años en procesar mi novela “De noche andamos en círculos”. Ese viaje, por ejemplo, al interior de Lima, por tierra, lo hice con unos amigos y me dije algún día escribiré sobre esto porque va ser muy interesante.

¿El tiempo lo dirá?

En los meses de marzo a mayo del 2020, viví con mi familia encerrado en mi departamento de Nueva York y con las sirenas sonando de manera constante. Vi muertos saliendo de los edificios de mis vecinos o filas de gente vestidos como en Chernóbil para comprar leche o huevos. La memoria es un buen editor, en general. Te va contando esto es importante, si esto valió la pena, si fue una lección.

¿Vivir en el extranjero para tu literatura te coloca a una mejor distancia para analizar ciertos temas?

Siento que ha sido una ventaja para mí, no sé si para otros. Es una gran ventaja y me abrió puertas justamente que me ha pasado cosas tan extrañas. Puedo hablar con mi primo en Perú y me dice que esto pasa y yo le digo que es una locura. Él me contesta que es real y pasa, pero le reitero que es una locura.

¿La violencia terrorista es un tema al que podrías volver?

Es un capítulo cerrado. Mientras escribía “Radio ciudad perdida”, cuando se escribían otros libros interesantes, había la sensación que estábamos abriendo una herida que no se había sanado bien, pero de la que ya se ha escrito tanto. Yo no quiero volver a esa temática, hay otras historias en Latinoamérica que quiero contar y que son muy interesantes y que merecen una mirada.

Daniel Alarcón es el primer peruano en ganar la beca MacArthur Genius Award. Foto: Kelsey Ganser/Macarthur Foundation