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Cultural

Josué Sánchez: “La modernidad me ha dado nuevos contenidos”

El artista huancaíno, que tiene murales en el Lugar de la Memoria, Casa de la Literatura Peruana y el Museo de Arte Contemporáneo, ahora exhibe la muestra “Mito y modernidad”, en Miraflores. En sus trabajos se ensambla la cosmovisión andina con la impronta de los nuevos tiempos.

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Josué Sánchez. El artista huancaíno, que tiene murales en el Lugar de la Memoria. Foto: Gerardo Marín / LR

Mucho de las líneas, colores y formas que hay en su pintura, han sido recogidos de las mantillas y los mates burilados del Valle del Mantaro. Incluso, la intensidad de sus colores, también le debe a la luz de este valle. El artista Josué Sánchez (Huancayo, 1945), que en cuya casa conserva una silla de Arguedas y que, además, ilustró la traducción de Dioses y hombres de Huarochirí, del mismo Arguedas, actualmente presenta la muestra “Mito y modernidad” en la galería Más Arte, en Miraflores. Reúne una serie de acrílicos y dibujos en que aflora una cosmovisión andina y amazónica, ahora no ajena a la modernidad.

“Sybila Arredondo, que trabajaba en en la Universidad del Centro, en Huancayo, a finales de los años 60, cuando se vino a Lima, me dijo: ´quédate con la silla, guárdatela. Ella también me propuso, para la editorial Siglo XXI, ilustrar Dioses y hombres... Esa fue la primera pintura que me pagaron”, cuenta el artista.

El arte de Josué Sánchez, desde su concepción popular, dialoga con una visión del país de “todas las sangres”. No es gratuito que sus murales luzcan en las paredes de El lugar de la Memoria, en la Casa de la Literatura Peruana y en el Museo de Arte Comtemporáneo, solo para citar los de Lima.

¿De dónde viene tus colores planos?

Eso también viene por influencia de Alejandro González Trujillo, “Apu-Rimak”, con quien trabajé y fue mi maestro. Íbamos a los museos y él me indicaba un poco ese sentir de trabajar la línea, la forma, los colores planos. Me decía que había que buscar algo nuestro, que tenga una identificación peruana, andina. Y la única forma era trabajar con los restos arqueológicos, prehispánicos, básicamente cerámica y textiles. Yo dibujé bastante sobre eso, copiaba a los chavín, mochica, chimú, pero también trabajaba con los dibujos de las artes populares, que tienen las misma estructura. Eso dio a lugar a la búsqueda de una estética mucho más nuestra. Cuando salí de la escuela, investigué mucho el arte prehispánico y las artes populares, hasta hice un taller de mate burilados.

Y en contenido, ¿cómo así ensamblas lo mítico en tu visión cotidiana popular?

Por un lado, han sido mis lecturas y, por otro, las festividades de las comunidades a donde yo iba. Allí escucha las historias, cuentos, mitología, leyendas de la zona. Todo eso, con mis lecturas, se complementaban. Pero sobre todo Dioses y hombres de Huarochirí. Ese libro es una biblia andina.

También está lo mágico y religioso.

Eso siempre me ha interesado y lo he ido graficando. Bueno, es porque mi padre fue pastor protestante. Entonces, yo de niño iba con él a todo sitio. Y como niño, tenía la ventaja de meterme en las casas de los feligreses, pues me permitían ingresar a la cocina, corredores, corrales, allí encontré muchas veces sus huacas. Ellos, cuando iban a la iglesia, llevaban escondidos sus íconos de la lluvia, siembra y cosecha, los hacían bendecir y a la vuelta, en sus casas, hacían su rito a la Pachamama.

La casa de los espíritus. Foto: difusión

Has recreado también la selva…

Sí, mi padre, aparte de pastor que iba por los pueblos, también tenía una chacra en la selva. Yo pasaba todas mis vacaciones allí. Y a veces en las noches me iba con los nativos, machiguengas, asháninkas. Me quedaban conversando y siempre narraban cuentos y mitos. Allí los ríos, los árboles, todo tiene una explicación.

No has caído en lo folclórico, pero sí hay una fuerza neoindigenista en tu pintura.

A mí me encanta el indigenismo, con Sabogal a la cabeza. Pero bueno, cuando conversaba con Apu-Rimak, quien estuvo junto con los indigenistas, me hablaba mucho sobre ese tema, lo floclórico. Sostenía que no hay que quedarnos en el paisaje, en la fotografía. Hay que meternos hasta la cocina, al fogón, estar con ellos, sentir la presencia de ellos y que de eso salga una obra, que puede ser, incluso, una pintura abstracta, neofigurativa o figurativa. Actualmente hay una gran mayoría que se queda en lo figurativo como, por ejemplo, los concursos de pintura rápida.

Ciudad invadida. Foto: difusión

¿Y cómo fue en tu caso?

Yo empecé a hurgar la estética en los prehispánico, de cómo se trabajó la pintura. Me di cuenta de que todas las pinturas eran planas, no había volumen y cuando querían volumen, recurrían a la escultura, que es un volumen real, como un huaco retrato, una estela, como la de Raymondi, que son esculturas. Entendí todo eso.

Toda esa herencia prehispánica colisiona con la modernidad. ¿Qué ha cambiado en tu arte la modernidad?

Cambiado, no. Lo ha complementado. Estéticamente, yo sigo igual, con el plano. Elimino la perspectiva y todo el tratamiento lo hago en primer plano. A veces trabajo profundidades, pero por la intensidad de los colores. Y le aplico un poco la dualidad andina, que son los dos elementos extremos, como claro y oscuro, fuego y agua. Cuando uno mira un trabajo prehispánico, va a encontrar eso, siempre. La modernidad me ha dado nuevos temas, contenidos. Ahora, por los materiales, ha enriquecido los colores. Hay más posibilidades de expresión.

Hay asunción de la modernidad en tu pintura, pero subsiste la iconografía inca.

Uso bastante la iconografía inca, porque tengo un trabajo sobre la iconografía de las mantillas del Mantaro, pero esa iconografía está en todo el país. Cuando uno ve, por ejemplo, las mantillas dibujadas por Guamán Poma, ve la misma iconografía. Ahora, con los nuevos estudios, se sabe que toda esa iconografía ahora es lecturable. O sea, ellos manejaban un lenguaje visual.

En los dibujos que expones, hay un chorreado en negro, ¿eso tiene que ver con la impronta del dolor pandémico?

Seguro, pero eso surgió de manera espontánea. También he trabajo este tipo de pintura, de tirar, que es un poco el tachismo, pero lo controlo, que no se me vaya de las manos. O sea, tiro la tinta y agua y ya están las formas, luego las trabajo y ya tengo el dibujo.

Pero inquieta que junto a tus colores vivos surja el negro.

Bueno, es lo trágico de los momentos que hemos vivido. Sí, tienen un mensaje mítico, pero también tienen mensaje de dolor, de sentimientos tocados por la pandemia y la violencia que hemos pasado. Además, como artistas no podemos ser ajenos a lo que sucede. Tenemos que estar presente con el lenguaje que tenemos, en mi caso, la plástica.

El zorro negro. Foto: difusión

El dato

La muestra. “Mito y modernidad” se exhibe en la galería Más Arte, ubicada en la calle Mariano Odicio282, Miraflores. Estará abierta al público hasta el 18 de noviembre. Visita, de Lunes a sábado, de 11 a. a m. a 7 p. m. El ingreso es libre.

Nació en Acarí, Arequipa. Estudió Literatura Hispánica en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú). Egresado y bachiller en Literatura. Ha publicado artículos y reportajes en diarios y revistas nacionales y extranjeras. Sus textos literarios han sido incluidos en la “Antología de la Poesía Arequipeña”, de Jorge Cornejo Polar y en la muestra de poesía de Perú y Colombia “En tierras del cóndor”, de los colombianos Juan Manuel Roca y Jaidith Soto. Ha publicado el poemario Manuscrito del viento y libro de perfiles Rostros de memoria, visiones y versiones sobre escritores peruanos.