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Cultural

Edmundo Paz Soldán: “La ciencia ficción nos ayuda a pensar en el futuro”

Visiones. El reconocido escritor boliviano fue uno de los invitados de la FIL Lima 2022. Aquí habla sobre los temas y motivos de sus dos últimos libros: La mirada de las plantas y La vía del futuro.

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'La mirada de las plantas' es el nuevo libro del escritor boliviano Edmundo Paz Soldán. Foto: Pedro Escribano/La República

Aterrizamos en una mesa del comedor del hotel en donde se hospedaba para conversar sobre el futuro y las tecnologías. El escritor boliviano Edmundo Paz Soldán, invitado a la FIL Lima 2022, acaba de publicar la novela La mirada de las plantas (Ed. Almadía) y hace un año, el libro de cuentos La vía del futuro (Páginas de Espuma). En ambos libros el autor aborda la relación del hombre con las máquinas y la tecnología. A veces desde un enfoque de la ciencia ficción, pero, eso sí, parte de situaciones y realidades dramáticas de nuestro presente.

“Todos los cuentos tienen que ver con la forma que, sin querer queriendo, esta dependencia o adoración a la tecnología se ha vuelto tan central y se ha hecho invisible; no nos damos cuenta”, dice a propósito de La vía del futuro.

—¿Descubriste en la ciencia ficción el camino más realista para observar el mundo?

—Es una buena forma de ver las cosas, no sé si necesariamente realista porque siempre hay distorsiones. Pero sí, más que un género para mí la ciencia ficción es una forma de percibir, de acercarme al mundo. Entonces, pensando en la larga tradición que tiene la ciencia ficción, de trabajar la relación de los seres humanos con las máquinas, en este momento en que estamos rodeados de nuevas tecnologías, la ciencia ficción me ayuda para tratar de narrar ciertas cosas de nuestro entorno que tienen que ver con la presencia tan abrumadora de las nuevas tecnologías en la vida cotidiana.

—La ciencia ficción estaba orientada al espacio cósmico, en algunos relatos y novelas tuyas se sumergen a los espacios psicológicos.

—Bueno, hay un tipo de ciencia ficción que, justamente, ya en los años 60 y 70 James Graham Ballard decía que una vez conquistado el espacio, la aventura principal de la ciencia ficción tenía que ver con la conquista del espacio interior. Él estaba interesado en narrar, por ejemplo, el impacto de los medios de comunicación, el espectáculo que se había convertido la vida cotidiana a través de los medios. Ese es el lado de la ciencia ficción que me interesa narrar, obviamente con su contenido político y social. Puedo disfrutar de una película de naves espaciales o conquistas de otras galaxias, pero me interesa narrar más sobre lo que podría ocurrir en el presente, como sucede en mi novela Iris, en donde se aborda un futuro más cercano.

—¿La ciencia ficción en el presente? ¿Se cotidianiza?

—Yo diría que hay un diálogo fundamental con el presente, pero, a la vez, pienso que la ciencia ficción nos ayuda a pensar en el futuro, sobre todo pensando en las formas en que ciertas tendencias del presente podrían manifestarse en el futuro. En ese diálogo, entre futuros posibles y el presente, en los márgenes sociales, ahí creo que la ciencia ficción tiene mucho que decir.

—¿Con temas como la migración, la política, discriminación, violencia...?

—Estoy trabajando cuentos también con esos temas, pero tienen que ver más con la cuestión del desequilibrio de los ecosistemas, el cambio climático. Hay un tipo de ciencia ficción que especula con futuros posibles a partir de los desequilibrios actuales de los ecosistemas, que ya está presente en la narrativa contemporánea, pero va a estar más presente en la narrativa latinoamericana. Por ejemplo, en Mugre rosa, la última novela de Fernanda Trías, que narra sobre una peste que avanza con el viento. También se puede hablar de un “eco-horror” en la novela Distancia de rescate, de Samanta Schweblin, que habla de pesticidas tóxicos en el campo. Creo que ese tipo de cosas van a ser parte fundamental de nuestra narrativa.

—Tú y algunos escritores de tu generación trabajan el tema del miedo cotidiano. Por ejemplo, para el mexicano Alberto Chimal un hacker puede causar terror financiero.

—Sí, en mi libro La vía del futuro, en el cuento “Las calaveras”, se narra la ansiedad de las parejas, pero mediada por la tecnología. Como bien has dicho, en los últimos años en la literatura latinoamericana cada vez está más presente el tema del horror conectado a la cuestión política y social, como se da en la obra de Mariana Enríquez, Mónica Ojeda o Giovanna Rivero. Yo no trabajo mucho el terror gótico, pero sí me interesa trabajar esas ansiedades que tienen que ver con nuestra relación con los otros, pero también nuestra relación con la tecnología.

—El español David Roas me decía que no hay más terror que pasear con tu niño en un parque y que, al menor descuido, el niño ha desaparecido.

—Eso en Estados Unidos se ha exacerbado. Por ejemplo, en una cosa tan cotidiana, como ir al cine, de pronto ves que alguien se levanta para ir al baño, te pones a la defensiva por todas las matanza y masacres que ha habido. No sientes tranquilidad en los espacios públicos, más todavía si hay congregaciones de gente, sientes miedo, piensas que cualquier cosa puede ocurrir.

—La pandemia nos envolvió en un atmósfera de pánico. Nos ha demostrado lo vulnerable que somos.

—Sabes, la pandemia no es que ha inventado necesariamente nada sino que ha sacado a flote tantas desigualdades que ya estaban en la sociedad. En Estados Unidos, quienes han sufrido más las muertes son las minorías, aquellos que no tienen un plan de seguro médico. Ha sido un desastre que ni los gobiernos ni la opinión pública ni los médicos han podido manejar bien, y se convirtió en un campo de batalla y mostró las grietas sociales. También fallamos como colectivo, como un frente común ante situaciones de crisis.

—Sobre La mirada de las plantas has dicho que inicialmente pensaste en hacer crónica, pero no tenías las facultades del cronista peruano Joseph Zárate, el autor de Guerra interior.

—Sí, cuando llegué a la frontera de Bolivia y Brasil, la perspectiva que se me presentó para escribir lo que veía era la crónica, pero yo no soy cronista. Al final, me ganó la ficción, pero para eso tuvo que pasar varios años para que se me ocurriera una historia que pudiera ambientar en ese paisaje. Me ayudé con novelas de la selva como La vorágine, La Casa Verde, Los pasos perdidos. También las conversaciones con los cronistas que están narrando la crisis ambiental.

—Sé que viajaste a Iquitos.

—Así es, allí hablé con chamanes, investigué sobre el turismo sexual de niñas y niños. Parte de la novela tiene que ver con esas cosas.

—En esta novela hay una mirada al mundo natural, pero también hay tecnología. Opera un laboratorio.

—Sí, claro, es una novela donde el tema del extractivismo juega un papel central. Hay una compañía de realidad virtual que está tratando de extraer secretos de una planta alucinógena para crear, con sus efectos, un juego de realidad virtual. Hay un doctor que está filmando sin consentimiento a los voluntarios que están en los experimentos, extrayendo sus imágenes para sus propios fines. El tema del extractivismo aparece en diferentes niveles. El asunto es que muchos ven a la Amazonía solo como un lugar para extraer materias primas y eso ha ocasionado un desequilibrio ecológico. La Amazonía está cambiando, está dejando de ser selva tropical y se está convirtiendo en una sabana. Eso es lo que podría ocurrir en las próximas décadas.

—Como escritor, ¿tu reto era acercar selva y tecnología?

—Sí, me han dicho que era un poco incongruente, que la tecnología tenía que ver más con la urbe y no con la selva. Yo creo que la tecnología hoy media tanto en nuestras vidas que también, como parte de mi desafío narrativo, consistía en ver cómo hacer que funcionara este laboratorio en el bosque, para tratar de darle una vuelta de tuerca a la novela de la selva. Tratar de contar de otra manera qué cosas está ocurriendo en la selva.

—¿La tecnología ha invadido nuestros espacios privados?

—Sí, creo que se ha redefinido la idea de privacidad en las nuevas generaciones. En las redes sociales ahora compartimos cosas que quizás antes jamás nos hubiéramos animado a decir a nuestros mejores amigos. En las redes hay algo que nos ha hecho tanto voyeuristas como exhibicionistas. Hay un exceso de visibilidad a través de las pantallas. Publicamos todo. Y lo hacemos, a veces, de manera más ingenua y, otras veces, de manera perversa.