Victoria Sur está lejos, en Colombia, pero al mismo tiempo está cerca. Su voz y la noticia de que llegará al Perú a ofrecer tres conciertos, nos acercó un poco para saber más de su vida y de su canto. Su nombre es Victoria Eugenia Hernández Urrea, pero se rebautizó como Victoria Sur por la película Sur, de Fernando Solanas.
“Me impactó por muchas razones, desde la conciencia de ser del sur del continente americano, desde la conciencia política porque el sur es una de las regiones del mundo tal vez más olvidadas. Pero también el vuelo de la palabra. Es una palabra que parece que tiene poesía, contenido político, erótico, por eso tomé como apellido artístico esa palabra”, me dice Victoria a través del Zoom.
Nació en Armenia, departamento de Quindío. Se hizo al canto desde los años escolares con su amiga Luz Ángela Jiménez, con quien formó un dueto, “Sombra y luz”, que duró diez años. Después, como solista, entre otros discos, grabó Nanas consentidoras, cantos para niños, que fue nominada al Grammy Latino el 2021.
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Con Susana Baca grabó “Camino de la patria”, poema del vate colombiano Carlos Castro Saavedra.
Tú vienes de un pueblo adentro. ¿Qué te dio ese pueblo para que seas artista?
Me dio corazón, voz, alma. El Quindío es una región, su capital es Armenia, es el corazón cafetero de Colombia, una región de montaña, una región de pájaros, de bosques, muy verde, muy fértil, desde luego todo eso me influenció. Es un pueblo muy musical, sobre todo con su folclore, como los bambucos, que es una música tradicional andina.
¿Es verdad que, como dueto, para un concurso se pusieron sus vestidos de la fiesta de sus quince años?
(Risas). Mira, nosotros éramos muy provincianas y debíamos ir a un concurso en una ciudad. Teníamos que presentarnos muy elegantes, pero como no teníamos ropa, nos pusimos nuestros vestidos de los quince años. Y ganamos el concurso.
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Ustedes cantaban bambuco, que es un género andino. ¿Era una lealtad a los orígenes?
Por supuesto. Es una lealtad, pero también era una cosa muy genuina, no era pensada. Éramos del pueblo y cantábamos y cantábamos la música que había en la región, de manera natural. Ahí están mis raíces musicales.
¿Eras una adolescente que no le gustaba el rock?
Es verdad. El rock que se escuchaba era el rock metal, una música ruda. Yo era de otro universo. Pero cuando llegué a Bogotá, empecé a escuchar rock progresivo, Pink Floyd, Supertramp y Queen. Me enamoré del rock.
Cantabas, pero ¿cuándo empezó tu relación con la guitarra?
Esa relación que me duró más que mi matrimonio (risas). Empezó a los catorce años. Ocurrió que para un concurso, como dueto, por lo menos una de nosotras tenía que tocar un instrumento. Así que nos pusimos a estudiar y en tres meses fuimos al concurso con tres o cuatro acordes que habías aprendido.
Si no te invitan, de casualidad, como vocalista del grupo “Puro Pescao”, en La Habana, ¿tu suerte hubiera sido otra?
(Risas) Sí, cuando fui a estudiar a La Habana música, estaba ese grupo colombiano que no conocía y que se había quedado sin cantante. Se habían peleado y entré yo (risas). Para mí fue waooo, exploraban ritmos. Mezclaban música de la costa colombiana con el jazz, rock, eso me llevó a otros universos. Allí descubrí que la música tiene una permeabilidad entre géneros.
Tu disco Bambuco ácido tiene sonidos andinos, pero también es experimental. ¿Cosecha ganada en Cuba?
Totalmente. En ese momento quise romper, primero con mis esquemas musicales, salir de esa burbuja. Me interesaba dejar un poco la forma tradicional para entender otros sonidos, otros territorios musicales. Me arriesgué. Fue muy interesante porque Bambuco ácido no solo es bambuco sino es exploración.
En “Belleza silvestre” miras hacia Sudamérica. ¿Cómo descubres a Chabuca Granda?
Lo primero que recuerdo es ‘La flor de la canela’. Sentí una conexión mágica. Me cautivó su elegancia, su poesía, la capacidad narrativa de sus canciones, esa mezcla en la que yo siento el río y la montaña, con su cajón, ese sonido telúrico. Cuando escuchó un landó es como llevar mi bambuco a la música negra. Sabes, en Perú estrenaré una canción que le compuse: “Chabuca es”. Ese es mi homenaje.
¿Y con Susana Baca?
En Susana, mi ídola, encontré el mismo espíritu de Chabuca, la elegancia, la poesía, la universalidad. Cuando escucho la música afroperuana es como si un río de bambuco bajara por las montañas para encontrarse con la fuerza y el fuego de la música afroperuana.
También compones. ¿Qué es una canción para Victoria?
Una canción es un universo. Cada canción es una historia, un pedacito de vida. Yo tengo un álbum Colección de mundo, en donde canto situaciones cotidianas. La canción se nutre de ese universo.
Se canta al amor, la soledad, la felicidad. ¿Cantas las buenas causas sociales?
Naturalmente, y mucho más en países como el nuestro, que tienen una historia de dolor y violencia cotidiana. Siento que como artista tenemos un compromiso con la palabra, con el mensaje, con la música que hacemos. Me siento muy comprometida y responsable en cada entrega que hago. La música y la palabra llegan a la conciencia, a los corazones y transforman.
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En una canción tuya, “El alumbramiento”, te preguntas: “Yo no sé por qué canto/si la realidad es desencanto”.
Vivimos una realidad dura, experiencias dolorosas, entonces eso nos desencanta, pero hay cantos que nos conducen a renacimiento: “canto para no callar (...)/ y hacer de mi canto, alumbramiento”, también dice esa canción.
Un reclamo, ¿has cantado huaynos bolivianos, pero no huaynos peruanos?
Hummm... es deuda pendiente, aunque el huayno es transversal en varios países. Es un ritmo que me gusta, porque me hace sentir indígena. Pero la verdad, estoy enamorada de lo afroperuano. Pero sí, estoy en deuda con el huayno peruano.
En dúo. Con Susana Baca interpreta “Camino de la patria”. Foto: difusión