El poeta ha retomado la palabra. Después de diez años sin publicar, Diego Lazarte vuelve con Calaveras retóricas (Tambo Editores), un libro incubado en el Perú y concluido en México, gracias a la beca Movilidad Artística del Centro Cultural de España. El poemario, estructurado en cuatro secciones, ofrece una visión de la muerte, la migración y la violencia entre México y Perú. Por supuesto, también una reflexión, a manera de diatriba, del poeta y la poesía.
El poemario está concebido, de algún modo, bajo las influencias de las calaveras literarias de México, que son composiciones epigramáticas que tienen como motivo a la muerte. Son textos de crítica y parodias. De allí que Calaveras retóricas sea un poemario con un lenguaje cáustico, irónico, de humor inapelable.
¿Has intentado someter la realidad a los rigores de las calaveras literarias?
En México una calavera literaria, como sabemos, es una forma poética, una diatriba. El humor es algo que yo no había empleado en mis libros anteriores. Mi poesía era solemne, épica. En este caso, me parecieron perfectas las calaveras literarias para burlarme un poco de la realidad peruana, de los poetas peruanos y también para homenajearlos. Por ejemplo, reivindico a Verástegui ante el desdén de Roberto Bolaño.
O burlarse con el poema “Wawis”.
Exacto. El wawis es una felatio. Me burlo un poco de los poetas y digo que no se hacen wawis entre ellos, pero eso es totalmente una mentira. Los poetas son recontra zalameros, entre poetas mismos se celebran. Claro, es una cosa ácida que le meto al libro.
También enfilas calaveras contra los críticos literarios...
Claro, el poema “Calavera literaria” justamente es una burla de los críticos literarios, que es una mafia que aquí también tenemos, las vacas sagradas.
En la sección “Narcocorridos”, con temas de violencia y muerte, ¿marcas un clima para todo el libro?
La violencia es común tanto para México y Lima. Justo el libro empieza hablando de los narcocorridos, que son cantos a la violencia y termina con la última parte, en la sección “Nuevas idolatrías”, en la que también trato la violencia, pero a través del cine.
Hay quienes señalan que en la parte “Loterías” asumes una visión egureniana, por tus personajes fantasmagóricos como “La Desdentada”, “La Matadora”, “La Malquerida”, etc. Y más todavía, el epígrafe de Eguren precede el libro.
Sí, con los personajes fantasmagóricos, esas calaveras, los personajes siniestros, sí son, como Shyna, la Diosa Ambarina, de una referencia clarísima de Eguren. El epígrafe viene de Motivos, libro de Eguren. Yo tengo algunas fotografías que me obsequió la sobrina de Eguren. Y eso. Hay un halo egureniano en la construcción de estos personajes mexicanos.
Un verso tuyo dice: “La poesía y las aguas locas / te han mantenido joven”. ¿La bohemia también nutrió este libro?
Claro que sí. El libro se gestó el 2011, cuando ya había acabado lo que decían que era la generación 2000. Ese tramo entre 2010 y 2013, todo el mundo estaba en recitales de poesía, borracheras en los parques, en las universidades. Esa época fue nutricia para este poemario, sobre todo por conversar sobre libros y amores y, por supuesto, el viaje a México. Descubrí que los mexicanos leen bastante poesía peruana.
Escribes: “Todo es poetizable / es cuestión de tener fe en la poesía”.
Todo es poetizable, sobre todo la locura. Cioran dice que si no hay una pizca de locura la lírica no existe. Y es verdad, si un poema no llega a erizarte un vello del cuerpo no sirve para nada. Esa es mi idea. Hay que lograr eso con el lector. Esos poemas muy sintéticos, que pueden estar muy bien escritos, si no logran conmover, están ahí por gusto.
La presentación de Calaveras retóricas. será en el Museo Nacional de Arqueología a las 6.45 p. m. Foto: difusión
Hay una mirada desacraliada. Escribes: “La vida es bella como un mercado”. ¿Se acabó la inocencia, el mercado se lo traga todo?
(Risas). De alguna manera sí, ¿no? Antes se decía que el poeta solo debe dedicarse a escribir el libro y su publicación es el problema de otro. Pero yo creo que no, el poeta también tiene que dedicarse a difundir su obra. No tenemos agentes literarios, los editores son solo impresores. Esa inocencia de que cuando mueras habrá otros poetas que te rescaten, eso creo que ya murió.
Escribir desde México, como has dicho, te supuso buscar otro registro, ¿no caíste en la tentación del neobarroco?
No. Eso estaba de moda en el 2003, con Rubén Quiroz, con el grupo Patafísico. Era una moda que ellos querían meter como sea. Ellos, por ejemplo, seguían bastante a Roger Santiváñez. Recuerdo que hacían grandes recitales, bulla. Hacían sus diatribas, se burlaban de Marco Martos, llamaban vacas sagradas. Y quemaban libros, era una especie de fascismo. ¿Te amoldas o te quemamos? Era una vaina así.
No te sedujo el neobarroco.
No me gustó mucho. Me pareció que se preocupaban más por la forma que por el fondo, porque, al final, resultó siendo un poco artificioso. La forma, bacán, pero una segunda lectura no te dice más que eso. No conmueve.
Este libro es de ida, pero también de regreso. El poema “Remake” otra vez te reinstala en Lima.
Es verdad. El final del poema “Aeropuerto de frontera” dice “solo la garúa te cubrirá de besos”. Llegas y no hay nadie. Nadie va a recibirte al aeropuerto, ni la familia. Una llega con libros nada más. Te das cuenta que solo la poesía lo acompaña.
Presentación. En el Museo Nacional de Arqueología. Plaza Simón Bolívar s/n. Comentarios de Gabriel Gargurevich y Rubén Quiroz Ávila. Modera: Katherine Estrada. Hora: 6.45 p. m. Libre.