Sabrina Duque, finalista del Premio Gabriel García Márquez (Nuevo Periodismo Iberoamericano 2015), es ecuatoriana y sobre todo cronista de viaje. Se inició escribiendo crónicas en la revista Etiqueta Negra. Ha publicado Volcánica, crónicas desde un país en erupción (Debate), que narra la rebelión del pueblo de Nicaragua contra su gobierno en el 2018. También Lama (Ed. Turbina), crónica sobre el desembalse de un relave minero que sepultó a dos pueblos en Brasil en el 2019.
¿Cómo hace una crónica de viaje con ojos distantes del lugar, con ojos extranjeros?
Aprovechas tus ojos extranjeros. Ser extranjero te da la libertad de hacer todas las preguntas tontas que te puedes imaginar. O sea, tú no eres bobo, eres extranjero. Entonces, tú puedes preguntar cualquier cosa y la gente te va a contar porque, generalmente, a la gente le gusta contar las historias de su pueblo, sus costumbres y tradiciones. Más, a los extranjeros.
Ser extranjero es una ventaja...
Exacto. Lo que pasa es que al extranjero le sorprenden las cosas que al local ya no le sorprenden. El extranjero va de asombro en asombro y, al mismo tiempo, va descubriendo cosas. Por ejemplo, cuando llegué a Nicaragua, me impresionó muchísimo la relación de amor suicida que tiene la gente con los volcanes.
¿Cómo así suicidas?
Es que la gente sube a los volcanes. Los volcanes son chiquitos, no son montañas como en nuestros países. Ellos hacen pícnic al lado de las calderas y se quedan a dormir al pie de la fumarola. Eso me parece la cosa más loca y más salvaje del mundo, yo me preguntó cómo pueden hacer eso. En Ecuador, a nadie se le ocurriría hacer eso, una fumarola causa pánico. Yo quise escribir sobre la gente de Nicaragua y los volcanes.
Durante la conquista, hubo cronistas, ¿qué tienes que decir de ellos como cronistas?
Ellos, en español, me parece que vendrían a ser nuestra prehistoria en el tema de la crónica. Escriben muchas cosas interesantes, por ejemplo, para hablar de los volcanes, ellos dicen que son puertas del infierno. Era su forma de contar las cosas. Era una forma de un extranjero de mirar a una tierra desconocida e intentar interpretarla. Pero ellos no hablaban con los locales en una relación de tú a tú, sino era un intento de entender al otro.
Una actitud diferente, al margen de que hoy en día la crónica es un asunto de profesionales...
Así es. Los cronistas de viajes hablamos básicamente sobre la gente antes que del paisaje. Nuestro oficio se trata de entender a ese otro, de hablar con ellos. La crónica de viaje no trata la geografía, trata sobre las personas.
¿En una crónica de viaje, por el paisaje social, se está más cerca de la antropología, historia?
En cierta manera, sí; pero nada académico. El tema del cronista de viaje es preguntar sobre culturas, contar cosas de la vida del otro, cómo vive, qué sueña, qué le alegra, cuáles son sus traumas, etc. Intenta entender el alma colectiva de una región.
Cuando fue a Nicaragua para escribir sobre esa relación suicida de la gente con los volcanes, de pronto vio que los volcanes estaban en la calle.
Exactamente. Se me cambió todo el plan. Tenía una ruta definida, ya llevaba un año trabajando en ese proyecto. Había rastreado un montón de aspectos en relación con los volcanes. Tenía todo un panorama volcánico de Nicaragua y su gente. Me faltaba poquísimo. Y ocurrió la protesta de la gente en la calle contra el gobierno. Entonces, ver masacrada a esa gente con quien había establecido mucho cariño y empatía me cambió la dirección del libro, y terminé escribiendo Volcánica.
¿Y en el caso de Lama?
Yo estaba viviendo en Brasil y ocurrió la tragedia. Los periódicos publicaban sobre cómo había sucedido. Cerca de esos pueblos arrasados, vivían dos amigos y yo quería saber de ellos. Otros amigos me iban contado cosas y quise escribir sobre la tragedia. Viajé a la zona. Yo esperaba encontrar lo que había leído en los diarios, pero allí la realidad era otra. Publiqué Lama.
Han dicho que mirando sus crónicas en ambos libros, en tanto hay muchas muertes en ambos casos, usted es una cronista de tragedias.
Sí, pero no me gusta ese rasgo. Es verdad, las circunstancias me llevaron a esos sucesos. Yo empecé escribiendo textos más felices. Lo que en realidad a mí me gusta escribir son crónicas felices, porque mucho del periodismo ya está lleno de tragedias y pasamos por alto asuntos y hechos cotidianos que también pueden ser contados. Escribir sobre la música, el amor, una visión sobre los niños y las mujeres. Estoy escribiendo un libro sobre esos temas y será mi rescate de ese círculo trágico.
¿El lenguaje periodístico se abraza con el lenguaje de la crónica?
El lenguaje periodístico no entra en la crónica. Entra el lenguaje literario. Pero el periodismo es la columna vertebral porque nos da los datos, la reportería, las observaciones, todos esos elementos que tú puedes comprobar.
Pero igual se escribe con imaginación...
Sí, Gabo ya lo dijo: la crónica es un cuento que es verdad.