Las contiendas bélicas forjan a los héroes, tanto como las batallas por la dignidad. Uno de los episodios que marcó con fuego la personalidad de Miguel Grau Seminario ocurrió cuando rechazó un mandato superior por injusto e incluso terminó en la cárcel, aunque luego sería absuelto y reinvindicado.
Envanecido por las contundentes victorias en las batallas de Abtao, el 7 de febrero de 1866, y del 2 de mayo del mismo año en el Callao, el dictador Mariano Ignacio Prado planeó atacar al enemigo hispano en su colonia de Filipinas, junto con Chile, nación con la que había forjado una alianza ofensiva y defensiva, el 5 de diciembre de 1865.
No obstante que los marinos peruanos se batieron con valor y eficacia frente a los españoles, y sus acciones fueron destacadas y aplaudidas en el continente, sorprendentemente, en lugar de designar a uno de los suyos, Prado decidió contratar al contralmirante estadounidense John Randolph Tucker para dirigir a la escuadra nacional.
Grau, quien entonces comandaba la corbeta Unión, se sumó a la protesta que encabezó el capitán de navío Lizardo Montero, y secundaron los capitanes de fragata Aurelio García y García y Manuel Ferreyros.
Para Grau fue particularmente decepcionante la determinación de Prado. Cuando este se alzó en armas contra Juan Antonio Pezet, el mandatario envió al padre de Grau para convencerlo de que se mantuviera leal, pero Grau prefirió apoyar la asonada de Prado. Poco después, por no acatar la designación de Tucker, Mariano Ignacio Prado dispuso encarcelar a Grau y a los oficiales rebeldes y someterlos a un Consejo de Guerra por los presuntos delitos de insubordinación, deserción y traición a la patria. Quién se iba a imaginar que Miguel Grau Seminario, algunos años después, el 8 de octubre de 1879, sacrificaría su vida precisamente en defensa de la patria.
John Randolph Tucker, no obstante haber luchado con los confederados durante la Guerra de Secesión, y de haber sido derrotado y quedarse sin trabajo, era un reconocido jefe naval. Sin embargo, los oficiales navales consideraban que contaban con suficiente experiencia como para comandar a la escuadra nacional. Pero Prado impuso su decisión de designar a Tucker al frente de los navíos peruanos en el proyecto de atacar los intereses españoles en Filipinas. Los oficiales opositores fueron relevados del mando de los navíos de guerra y enviados a prisión en la isla San Lorenzo. El juicio resultó una oportunidad excepcional para que Miguel Grau manifestara las dimensiones de sus conceptos de lealtad, dignidad y patriotismo.
“Grau y los oficiales en desacuerdo fueron sometidos ante un tribunal militar compuesto por los más brillantes oficiales de la época, bajo la presidencia del gran mariscal Antonio Gutiérrez de la Fuente. Luciano Benjamín Cisneros, uno de los más importantes abogados y oradores de la época, se encargó de la defensa de Grau.
Lo que dijo Cisneros era lo que pensaba Grau. Fue un imborrable momento histórico”, apuntó el director del Museo Naval del Perú, contralmirante (r) Francisco Yábar Acuña, miembro de número de la Academia Nacional de Historia. Recuérdese que el desacuerdo de la oficialidad naval se produjo en pleno estado de guerra contra España, por lo que la prensa y la población reflejó la adhesión y solidaridad hacia los enjuiciados.
El abogado Cisneros destacó que la decisión de Prado era inapropiado, un baldón para los triunfadores de Abtao y del combate del 2 mayo, y en consecuencia su negativa a aceptar a Tucker no era un acto de insubordinación sino una expresión de desacuerdo, por lo que los oficiales renunciaron y transfirieron sus puestos a sus sucesores nombrados por el dictador.
“Los oficiales argumentaron que había suficientes y buenos marinos de amplia experiencia, como para hacerse cargo de la operación planificada por Prado, y que no era necesario traer a un extranjero, por más ilustre que fuera, como Tucker. No fue una insubordinación, tampoco un motín, sino una cuestión de patriotismo y de honor”, explicó Yábar.
El abogado Cisneros precisamente destacó que los oficiales navales reaccionaron a un mandato desatinado, por lo tanto inaceptable: “En el Perú estamos en la más completa degradación, (...) no hay virtudes sociales (y el) patriotismo es una vana palabra, (por lo que) vivimos en un carnaval perpetuo, donde los que en un momento antes aparecían como personificación del heroísmo, arrojan después la máscara para presentarse como traidores de la misma patria, en cuyo nombre osadamente decían sacrificarse”. Cisneros se refería a Prado, quien había llegado al poder con respaldo de los que ahora acusaba. El problema no era Tucker, a quien todos reconocían sus cualidades: “(Tiene) un noble y valiente corazón; pero no tiene corazón peruano”, cinceló el abogado defensor.
El letrado Cisneros añadió con certeza que la conducta de los marinos en desacuerdo con el nombramiento de Tucker refleja también el sentimiento de la mayoría de peruanos. Enjuiciar a los oficiales navales era poner en el banquillo de los acusados al patriotismo. “Defender en la humilde persona de los marinos a la nación contra el Gobierno, a los pueblos contra el poder, las purísimas glorias nacionales contra los deslices de una política ligera y poco meditada”, expresó Cisneros.
El 11 de febrero de 1867, el tribunal absolvió al capitán de navío Montero, los capitanes de fragata Grau, Ferrfeyros y García y García, además de seis capitanes de corbeta, seis tenientes primero, dos tenientes segundo, 16 alférez de fragata y dos guardiamarinas, y reconoció todos sus derechos. Sin embargo, Grau solicitó licencia para navegar con la marina mercante.
El 27 de febrero de 1868, el presidente Pedro Diez Canseco convocó a Grau para que comandara el monitor Huáscar y lo ascendió al grado de capitán de navío graduado. Años después, el destacado marino piurano tuvo la oportunidad de esclarecer de puño y letra el papel que desempeñó cuando rechazó aceptar el mando del estadounidense John Randolph Tucker.
En respuesta a un escrito del historiador y político chileno Benjamín Vicuña Mackenna, que calificó de insubordinación la acción de la oficialidad naval peruana, Grau le remitió una esclarecedora, el 6 de diciembre de 1878: “La Marina peruana no estaba sublevada […] porque los que estábamos a cargo de esos buques en ningún caso hubiéramos ofrecido un espectáculo que con justicia califica Ud. como fatal indisciplina. (...) Los marinos peruanos creímos de deber inexcusable hacer nuestras observaciones y manifestar nuestra resolución de rescindir el mando de los buques si se insistía en someternos a una tutela que no vacilamos en calificar de humillante”.
“El rechazo a la designación de Tucker reflejó el espíritu de una generación de la Marina que tenía un considerable amor por su institución y patriotismo muy elevado. Una generación de la que fueron parte Los Cuatro Ases, como llamaban a Montero, Grau, Ferreyros y García y García”, refirió el contralmirante Yábar.
Ironías de la historia, Mariano Ignacio Prado retornó al poder el 2 de agosto de 1876 como presidente constitucional. Y en 1879, cuando estalló el conflicto con Chile, en su condición de director de la guerra, Prado nombró al capitán de navío Miguel Grau Seminario el mando de la Primera División Naval. El jefe del Estado confiaba no solamente en su pericia profesional, sino también en su integridad personal y su patriotismo. Grau perdería la vida en el cumplimiento del deber, mientras que Prado abandonó el país en plena guerra.
Basadre, Jorge. Historia de la República del Perú, (2005).
Laguerre Kleimann, Michel. Insubordinación, deserción y traición a la patria: el incidente Tucker con los marinos peruanos, 1866, (2016).
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