Madrid
El 19 de agosto hará 70 años del debut de Daniel Barenboim en su Buenos Aires natal y lo celebrará con un concierto en el Festival de Salzburgo con el mismo repertorio que tocará en Granada: “no me creo que haya pasado ese tiempo, pero me sorprende que el público no se haya hartado de escucharme”.
Se cumplen también 40 años de la primera actuación de Barenboim (1942) en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada, al que ha acudido muchos años con su orquesta, la Staatskapelle de Berlín, pero en esta ocasión lo hace como pianista para dar un recital benéfico en favor de Cruz Roja para ayudar a las víctimas del coronavirus. La idea de que el concierto fuera benéfico fue suya. “Todos hemos sufrido mucho por este maldito virus con terribles consecuencias en la salud; la economía, que se ha arruinó; y la cultura que es lo primero que se deja de lado en los momentos de crisis porque parece que no es esencial pero es lo que nos diferencia de los animales”, asegura el argentino nacionalizado español, israelí y palestino.
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Afirma que el festival de Granada, que dirige Antonio Moral, “es un milagro” no solo porque se haya conseguido celebrar, sino porque los intérpretes “son de una increíble calidad”.
Barenboim debutó en Granada con la pieza que tocará en el Palacio de Carlos V, las llamadas Variaciones Diabelli, “un caleidoscopio del mundo” y una de las piezas más alabadas de Beethoven, y lo hará con su “cómplice” piano Steinway: “a ver si me reconoce después del viaje”, se ríe. “La música -afirma- es algo muy particular, es algo que se hace y pertenece a este mundo y uno de los ejemplos más evidentes son las Variaciones”, la pieza que tocará también en el Festival de Salzburgo para celebrar los 70 años de su debut como pianista.
“No me creo que haya pasado ese tiempo, pero lo que me sorprende es que el público quiera seguir viniendo a escucharme, que no se haya hartado de mí”, se admira.
Ha pasado el confinamiento en su casa de Berlín y “mucho mejor” que sus colegas que “solo” son directores. Cree que el encierro le ha aportado más temple y tranquilidad: “toda mi vida me he disculpado por ser impaciente. No me gusta gritar ni pelearme pero he sido muchas veces en mi vida impaciente y espero haber aprendido a serlo menos con la gente y los problemas”, revela.
Tuvo “el privilegio” de dirigir a comienzos de junio el primer concierto que hacía tras la pandemia la Filarmónica de Viena: “la orquesta, con unas ganas extremas de tocar y una fuerza excepcional, estaba al completo, sentada como siempre, pero en la sala en vez de 2000 personas había 100. Fue un gran honor y un enorme placer, pero parecía un funeral mal organizado”, bromea.
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El artista, creador en 1999 de la West-Eastern Divan, una “insólita” orquesta formada por judíos, palestinos y árabes, considera que muchas de las medidas de seguridad que se están aplicando a la cultura por la pandemia “no son lógicas”.
“¿Por qué pueden estar llenos los bares o los estadios y en las salas de concierto no se puede tocar con la orquesta completa?”, se pregunta el músico, que cree que “todo deriva de la ignorancia del mundo político para con la música”.
“La música es un acto del espíritu y la gente necesita esto, pero todo lo que no es práctico está mal visto. Esperemos que cambie, pero estoy seguro de que cuando todo esto termine la gente va a tener miedo de ir a los conciertos”, vaticina.