Montevideo. EFE
Es vital, menuda y risueña, atenta a los detalles y curiosa como una niña. A sus 95 años, la poeta Ida Vitale (Montevideo, 1923) tiene ideas muy claras y no pierde el tiempo con las cosas que no le gustan, como la mala poesía, que la pone de mal humor.
Tras ganar el Premio Cervantes 2018, los reconocimientos y homenajes -el último, una exposición inaugurada el pasado jueves en el C. C. de España de Montevideo, que recorre su vida y su obra- se han multiplicado, pero reserva energías para reflexionar sobre el paso del tiempo, su novela aún por terminar y los desastres provocados por el hombre en el planeta.
Después de casi un siglo de vida, ¿cómo ves el mundo actual?
Tú quieres bajar a tierra (ríe), bajar a la depresión. Siempre pienso que, dada la línea que llevamos, pasarán cosas peores. Por lo pronto hay una cosa que es más grave que otras, que es el desastre natural, el desastre ecológico, las cosas que van a ocurrir en la naturaleza. Todas esas cosas son un poco espantosas. Pero no veo que haya una inquietud.
¿Y qué papel juega la poesía en un mundo tan negro?
No sé. No soy muy partidaria de la poesía con mandato. Creo que es un problema egoísta, en el fondo. Los que escribimos poesía porque no sabemos hacer otra cosa nos sentimos llamados a entretenernos en eso, pero se supone que esto pide algo más que poesía: intervención de los países, concientización de la gente... Es un problema que no se nota, salvo para los que tenemos mucha edad y memoria para ver que el tiempo cambia, que la vida no es la misma.
¿Al ser humano le falta reflexión sobre uno mismo?
Es muy difícil, desde un país pequeño como este, generalizar lo que es el ser humano. Me imagino que hay países, donde eso sea por la educación, sea porque los problemas pueden ser más graves, que eso aflore más que acá.
¿Qué sería del mundo sin el humor y la ironía?
Humor e ironía son menos importantes que los temas de la destrucción. Cuando llegue el problema, la ironía va a desaparecer. Todavía puede haber ironía cuando los problemas no son tan graves.
¿Dónde encuentras hoy tu inspiración?
Estoy preocupada de ordenar todo, por más que mi hija me dice: ‘Bueno, lo harás más adelante’, pero también si uno está acostumbrado a tener cierto orden alrededor cuesta desentenderse de eso. No sé, el origen, la inspiración, puede venir de muchos lados.
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Tus poemas reflejan la madurez y el peso del paso del tiempo...
En realidad es de las cosas que me obsesionaron toda la vida. O es inconsciente o uno se da cuenta que, día a día, todo se empieza a borrar o empieza a deteriorarse. Pero, en fin, son cosas que no vale la pena angustiarse, son insalvables.
¿Prefieres que se haga mucha poesía, aunque sea de poca calidad, o poca poesía de mucha calidad?
Nada me pone de peor humor que la abundancia de lo malo.
Hay gente que prefiere que haya mucha poesía aunque sea de peor calidad...
Si es de mala calidad ya no la tengo en cuenta. Uno empieza por tirar o dejar de lado lo que no le parece que está en un nivel de uno. Eso de que todo todo sirve para algo no lo creo. No me sirve a mí lo mío malo y menos lo de otro. Prefiero una cosa rica, después vendrán las ganas de otra igualmente buena.
¿Hay algún autor favorito que tengas en la actualidad?
Muchos. A veces se suplantan, siempre hay periodos. Yo empecé por lo bueno, por Machado, Juan Ramón, la mejor literatura española. Eso te lleva después a ser exigente. Gerardo Diego puede no ser mi poeta favorito, pero es un poeta que ha hecho muy bien lo que quiso hacer. La perfección formal también es importante y alguien tan obsesionado por eso como Juan Ramón puede.
¿Llegas a esa obsesión con tus textos?
Lo que está mal me angustia, pero una no puede ir por las librerías corrigiendo. Juan Ramón lo hacía pero porque le llevaban los libros. Por ejemplo, Machado. No sé si corregía o no corregía, pero el resultado es impecable. Cualquiera de los clásicos. Supongo que los clásicos tenían más tiempo entre la escritura y la edición.
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Pero tomas tiempo para dejar reposar tus textos, ¿no?
Ahora, después de la mudanza (de casa, tras enviudar), espero encontrar esa novela, que todavía me voy a morir sin que se termine, pero sé que le falta poco. Tanto la olvidé que no sé dónde está, pero cuando termine de poner todo en orden aparecerá.
¿Escribes a mano?
Sí, sí, en general, como tengo poco tiempo... Aprovecho el raro momento en que hay tiempo.
Después de esta exposición, ¿te quedan más homenajes o puedes sentarte a escribir?
Tengo que hacer algo. Ahora me enteré -a veces trato conscientemente de olvidarme de las cosas para poder respirar- que hay un homenaje a Ariosto, viene un especialista y para qué me metieron... Un poeta al que admiro, al que tengo citado, nombrado, pero esas cosas hay que hacerlas en serio. Tengo que ponerme a ver qué hago con eso. Creo que me voy a enfermar de repente (ríe).
¿Los jóvenes pueden hacer algo por los problemas del mundo?
-No creo que ese tema les preocupe mucho, quizá estoy cometiendo una injusticia. Creo que es una cosa que viene más con los años y la observación.
¿Qué habría que cambiar en la educación para hacer cambiar el mundo?
De pronto que sean conscientes. Tampoco sé si es lo mejor tener a los niños horripilados con la imagen de un mundo que se va a destruir. Qué sé yo. Eso también podría llevar a que se despreocupen de otras cosas que tienen que preocuparse.
Hay gente joven que escribe poesía y la distribuye por redes sociales. ¿Qué opinas de esa tendencia?
Yo no tengo redes ni sociales ni asociales (ríe). Creo que también eso de alguna manera debe contribuir al desastre. Cuanta más tecnología anda en juego... No sé si lo más necesario es que la gente esté todo el tiempo comunicándose; pienso que no, que de repente sería mejor que pasara ese tiempo leyendo un libro.