Una mujer adulta, Guinea, llega a su Buenos Aires natal, tras pasar toda su vida en Ramsdale, California. La protagonista de Vladimir regresa a América Latina y se encuentra con un contexto muy particular: una distopía en la que la energía se agota, por lo que todo colapsa. No hay luz, lo que supone que no hay gasolina disponible para los vehículos, acceso a los cajeros para hacerse del dinero de las cuentas, ni maneras de abastecerse de comida.
Esas son las condiciones que reciben a Guinea en su nueva ciudad. No obstante, rápidamente nos enteramos de que tampoco viene de un paraíso. Por el contrario, la protagonista migra de manera forzosa para salvar su carrera de académica tras el escándalo que se desata cuando la preparatoria en la que da clases de Literatura se entera de que Guinea mantiene relaciones sexuales con uno de sus alumnos, menor de edad. La familia y las autoridades le ofrecen a la protagonista la opción de irse del país a cambio de no hacer más público el caso. Guinea acepta, pero su preferencia hacia los menores se mantiene al llegar su país natal. La pulsión erótica, en este caso, se despertará orientada hacia Vladimir, el hijo púber de Rostov, el hombre que rescata a Guinea de no tener cómo llegar a la ciudad al salir de Ezeiza. Por un aventón y gracias a la falta de luz, Guinea termina pasando la noche y luego viviendo en casa de Rostov, en donde convivirá con el hombre, su hijo y los dos perros. Juntos, enfrentarán el apocalipsis que plantea Leticia Martin en su novela Vladimir.
Aquí los temas son dos: la erotización prohibida del hombre menor por la mujer mayor, y el apocalipsis a partir de la falta de energía en una realidad muy latinoamericana. El primero es evidente desde el título y el nombre del hijo de Rostov. Inmediatamente, nos evoca al autor de la tan polémica novela Lolita. Martin propone una inversión de roles en cuanto a género y abarca una aproximación distinta de esta erotización prohibida, al tratarse de una mujer quien asume el rol de poder.
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Se ha afirmado que es novedoso encontrar esto. No estoy de acuerdo. En literatura, rápidamente recuerdo La engañada, de Thomas Mann; El lector, de Bernhard Schlink; De nuevo, el amor, de Doris Lessing; además de películas como Kung-Fu Master!, de Agnes Varda; Le Souffle au cœur, de Louis Malle; La luna, de Bertolucci; o Malèna, de Tornatore. No obstante, no deja de ser una aproximación y un tema interesante para épocas en que el cancel culture busca censurar cualquier expresión cultural que muestre algún tipo de amoralidad.
El segundo tema me parece más ingenioso, pues supone un futuro catastrófico que guarda relación con las crisis que vivimos hoy por hoy. El descuido de la energía y el medioambiente, sobre todo, por parte de líderes cacasenos como los que parecen estar de moda tanto en América Latina como el mundo, crean las posibilidades de un devenir en que la luz ya no nos acompañe. La idea del apocalipsis, como ha explicado Miguel Giusti, viene del griego “retirar (apo) el velo que cubre (kalyptein)”. No en vano se habla en la Biblia del “Libro de la Revelación”. El fin del que se habla no es otro que el que sugiere el fin para el inicio de lo diferente.
Partiendo de ello, tenemos una idea interesante de qué se acabará y cómo volver a lo anterior para empezar de nuevo. El mundo de la energía se acaba. El mundo que experimentamos, en donde quedarse sin batería en el teléfono supone no poder llegar a un destino o no poder realizar un pago o leer la carta de un restaurante, desaparece en la novela de Martin tras evidenciar la vulnerabilidad que supone. Ante ello, los personajes resuelven volver a lo que fueron alguna vez: recolectores, cazadores, agricultores.
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El apocalipsis anuncia un mundo ulterior que estará libre de las maldades que hoy nos destruyen, un mundo sin la destructiva modernidad a la que hemos llegado como civilización. En este contexto, Vladimir y Guinea se figuran como una suerte de elegidos que serán capaces de renacer de las cenizas y crear un nuevo modelo. Es esto lo que vemos en el último capítulo de la novela, cuando, finalmente, ambos personajes desatan sus pulsiones.
Ahora, ¿cómo se conectan ambos temas? Pues es sencillo, la unión sexo afectiva de estos dos personajes supone un nuevo orden sexual biológico al que la sociedad está acostumbrada. Martin propone un giro a los roles de poder en una relación amorosa o sexo afectiva a partir del tabú, pero sin dejar de lado la ternura y la humanidad.
En el mundo en crisis, lo no aceptado se asoma como una nueva opción para una nueva vida. Así, la autora nos deja una serie preguntas que se van desatando en una historia que fluye con una rapidez y ligereza estupendas. El libro puede leerse de una sentada, y uno disfruta sumergido en las tensiones que surgen en su historia. Como bien ha señalado Luna Miguel, la autora ha demostrado que “hablar de sexo y deseo no es hablar de amor necesariamente; que hablar del fin del mundo y del apagón del mundo no es hablar de heroicidad necesariamente; y, por último, que se puede escribir una novela dura y peligrosa pero también llena de ternura”.
Pienso que Vladimir no es una novela genial ni está cerca de serlo, pero sin duda se trata de una historia cautivadora, muy bien escrita, y con temas muy bien pensados.