Durante la actual pandemia de COVID-19, se ha hablado mucho sobre los tipos de vacunas en desarrollo. Cada una se basa en un método de fabricación distinto, pero uno de los factores que casi todas tienen en común es la utilización del propio coronavirus o partes de este.
Desde hace varias décadas, las vacunas contra enfermedades infecciosas usan pequeñas cantidades del patógeno contra el que se intenta generar protección, que puede ser un virus o una bacteria. El objetivo es “enseñar” al cuerpo cómo defenderse cuando la persona esté expuesta al contagio real, indican los Institutos Nacionales de Salud de EE. UU.
Sin embargo, los virus o las bacterias que en usan en las vacunas son debilitados o inactivados para que no generen enfermedad en la persona. De esa manera, se simula una infección sin producir daño y la persona desarrolla inmunidad contra determinado mal.
En el caso de las vacunas aprobadas contra el nuevo coronavirus (SARS-CoV-2), se destacan cuatro tipos.