El aire más limpio de nuestro planeta ha sido identificado sobre el océano que rodea a la Antártida. Este sorprendente hallazgo es el resultado del primer estudio que ha usado las partículas en el ambiente para medir su composición.
El equipo de científicos dirigido por la profesora Sonia Kreidenweis, de la Universidad Estatal de Colorado (EE. UU.), descubrió que las nubes inferiores sobre el Océano Antártico son nutridas por aire prístino, libre de partículas, llamadas aerosoles, producidas por la actividad humana.
Los aerosoles producidos por el hombre suelen tener químicos que contaminan el aire y dañan la capa de ozono. Estas partículas puede generarse en el lugar o ser transportadas desde zonas distantes por los fenómenos climáticos. Por esta razón, es difícil encontrar un área o proceso en la Tierra que no haya sido influenciado por la actividad humana.
Kreidenweis y su equipo sospecharon que el aire sobre el también llamado Océano Austral sería el menos afectado por los humanos y el polvo de los continentes. Se dispusieron a descubrir qué había en el aire y de dónde venía. Sus hallazgos se publican en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).
Las muestras fueron recolectadas durante la campaña de campo SÓCRATES, dirigida por el científico investigador y coautor Paul DeMott. A bordo del barco Research Vessel Investigator, que navegaba desde Tasmania hasta el borde del hielo antártico, la estudiante de posgrado Kathryn Moore analizó el aire en la capa límite marina, la parte inferior de la atmósfera que tiene contacto directo con el océano.
El científico investigador y primer autor Jun Uetake examinó la composición de los microbios en el aire capturados desde el barco. La atmósfera está llena de estos microorganismos dispersados en cientos a miles de kilómetros por el viento.
Filtrado de muestras de aerosol analizó el aire en el barco científico. Foto: Kathryn Moore.
Utilizando la secuenciación del ADN, el seguimiento de la fuente y las trayectorias del viento, Uetake determinó que los orígenes de los microbios eran marinos, provenientes del océano. La composición bacteriana también se diferenciaba en amplias zonas latitudinales. Esto sugiere que los aerosoles de lugares distantes y las actividades humanas, como la contaminación o las emisiones del suelo causadas por el uso de la tierra, no viajaban hacia el sur en el aire antártico, sino que eran propios de esas zonas.
Estos resultados contrarrestan todos los demás estudios de océanos subtropicales y del hemisferio norte, que encontraron que la mayoría de los microbios eran traídos de los continentes por el viento.
"Pudimos usar las bacterias en el aire sobre el Océano Austral como una herramienta de diagnóstico para inferir las propiedades clave de la atmósfera inferior", dijo en un comunicado el investigador Thomas Hill, coautor del estudio.
De esa manera, descubrieron que “los aerosoles que controlan las propiedades de las nubes del Océano Austral están fuertemente vinculados a los procesos biológicos en el mar". Esto quiere decir que las partículas en el aire son de origen natural y pertenecen al mismo entorno.
"La Antártida parece estar aislada de la dispersión de microorganismos la deposición de nutrientes de los continentes del sur. En general, sugiere que el Océano Austral es uno de los muy pocos lugares en la Tierra que se hayan visto mínimamente afectados por actividades antropogénicas”, indica Hill.
Océano Antártico. Crédito: Wikicommons.
Las plantas y el suelo son potentes fuentes de partículas que desencadenan la congelación de las gotas de nubes sobreenfriadas, conocidas como partículas de nucleación de hielo. Este proceso reduce la reflectividad de las nubes y aumenta la precipitación, incrementando la cantidad de luz solar que llega a la superficie y alterando el equilibrio radiativo de la Tierra.
Sobre el Océano Austral, las emisiones de rocío marino dominan el material disponible para formar gotas de nubes líquidas. Por ello, en esta región, las concentraciones de partículas nucleantes de hielo son las más bajas que se hayan registrado en cualquier parte del planeta.
El aire sobre el Océano Austral estaba tan limpio que había muy poco ADN para trabajar. Hill atribuyó la calidad de sus resultados al proceso de laboratorio limpio de Uetake y Moore. “Jun y Kathryn, en cada etapa, trataron las muestras como artículos preciosos, teniendo un cuidado excepcional y utilizando la técnica más limpia para evitar la contaminación del ADN bacteriano en el laboratorio y los reactivos”, comentó Hill.
Con información de Europa Press.