Donde el autor confiesa no ser un adicto del verano ni un ferviente playero, pero recuerda entre la nostalgia y la ironía sus encuentros con la inmensidad oceánica.,Rolly Valdivia / Revista Rumbos No soy un adicto del verano ni un ferviente playero. No espero con desesperación las calenturas climáticas para estrenar jubiloso y con total descaro, mis panzazos de temporada en las aguas oceánicas, o, en caso contrario, desparramar mi contundente figura en una orilla candente, previa embadurnada con cantidades industriales de protector solar. PUEDES VER: Verano a la arequipeña. El desalojo del cuartelero Voy contra la corriente. Poca playa o nada de playa en los meses calurosos. Cero bronceado y zambullidas cuando los termómetros se disparan hacia arriba sofocándolo todo. Lo siento chicas, perdón señoritas, esta vez no podrán admirar mis enjundiosos enfrentamientos con las olas ni me verán trotar garboso en ninguna de las orillas de la Costa Verde ni en los balnearios del sur de Lima. Estampa playera de Los Órganos, Piura. Foto: Rolly Valdivia No se rían, pues. Sé que estarán pensando que se me fue la mano, que me crecí con lo del trotar garboso y los enfrentamientos con las olas. Ah, claro, eso lo ponen en duda, pero estoy seguro que lo de mis panzazos y figura contundente si les pareció ciento por ciento creíble, como, también, es bastante probable que hayan empezado a pensar que odio al verano y a todititos los océanos. Y ese punto si lo voy a aclarar. Lo de la figura garbosa o contundente quedará en el misterio. Si alguna agraciada lectora –de preferencia soltera y sin compromiso- quiere comprobarlo con sus propios ojos, no dude en ponerse contacto con este cronista que, dicho sea de paso, no tiene ningún encono contra las costas del patriótico mar de Grau. Todo lo contrario. Su vida está plagada de recuerdos ligados al Pacífico, desde los playazos familiares en San Pedro hasta el avistamiento de ballenas en Los Órganos, desde las pichanguitas en la bajada de Marbella hasta caminatas extenuantes de Lomas a Marcona, desde los festivos campamentos sin carpas en Las Salinas o León Dormido hasta noches de sosegado y lujoso pernocte en Zorritos o en Máncora. Diversión infantil en Lomas, Arequipa. Foto: Rolly Valdivia. Memoria playera Anécdotas y recuerdos. Los primeros encuentros con las olas. Domingos en San Pedro. Siempre en domingo pero no todo los domingos. Solo algunos domingos veraniegos de despertar temprano, de despertar agitado, de despertar agilito para prepararlo todo y no olvidarse nada: las toallas, el bronceador, la carpita de apariencia cirquera y, claro, el rasca playa bueno con B de Basa. Sí, siempre en domingo, siempre en San Pedro (Lurín), siempre con tallarín rojo y sandía, siempre en familia y entre muchas familias, jugando, peloteando, observando en el horizonte a la isla Cavillaca, atractiva, misteriosa, legendaria, el símbolo de esa playa que no era gagá –utilizando una palabra casi extinta- y que, quizás, nunca sea ficha, para decirlo en moderno. Reto a las olas en Máncora. Foto: Rolly Valdivia Los años pasaron y ya no era tan fácil salir en familia. Esos domingos pasaron al olvido. Verano sin chapuzones. Solo recorridos fugaces por la Costa Verde. Mirando el mar con nostalgia, viendo con sorpresa a los festivos “jaladores” de las anticucheras de Agua Dulce, pidiendo un deseo y aguantando la respiración en el puente de La Herradura porque mi padre decía que si lo lográbamos el pedido se cumpliría. Pero él hacía trampa. Dejaba de pisar el acelerador y el Hillman familiar avanzaba despacito, dificultando aún más el desafío. No estoy seguro si lo conseguí en alguna ocasión y, sobre los deseos de aquellos tiempos, mejor ni me pregunten. Los he olvidado completamente. Lo que no olvido hasta ahora, es llenar mis pulmones de aire cada vez que paso por ahí. San Pedro y la Costa Verde serían el inicio. Más playas. Muchos chapuzones. Varios campamentos universitarios en León Dormido, en las Salinas, en Cerro Azul. Tantos brindis, harta resaca. El mar convertido en cómplice, en bar y en discoteca, como tiempo después, se transformaría en campo de trabajo y en escenario de agotadoras travesías. En las aguas de Cabo Blanco, Piura. Foto: Rolly Valdivia Viajando por el litoral. Fotografiando y escribiendo sobre Punta Sal (Tumbes), donde no encontré a Toledo, y de Cabo Blanco, donde no encontré ni el recuerdo de Hemingway. Caminando sin abrigo en Malabrigo (La Libertad). Retratando a una pareja de novios en Tortugas (Áncash), también comiendo marisquitos con la pescadores de Yacila (Arequipa – Ica), al final de una larga jornada andariega. Tanto recorrido costero. Puerto Inca y Chala, adonde llegué de madrugada y por llegar de madrugada terminé en un hotel con nombre de santa pero con huéspedes pecadores… ¡basta! mejor lo dejo ahí. Si continúo con mis recuerdos marinos, ustedes van a creer que soy un adicto del verano y un ferviente playero. Y si eso ocurre, este relato perdería todo su sentido… bueno si es que tenía alguno.