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Turismo slow: ¿qué es y cómo ayuda a esquivar una carrera contra el tiempo?

Viajar es uno de los primeros planes cuando la temporada vacacional se asoma; sin embargo, el placer en medio de los tours puede quedar aplazado. La solución está en el turismo slow.

El turismo slow aparta los itinerarios recargados. Foto: Pexels
El turismo slow aparta los itinerarios recargados. Foto: Pexels

Desacelerar. Si bien el intervalo de descanso es el escenario ideal para un desplazamiento fuera de la ciudad, llevarlo a cabo puede implicar un cansancio extra si el itinerario agrupa muchos lugares por recorrer y poco tiempo para disfrutarlos. Por eso, el turismo slow busca vincular la intensidad de la experiencia con la contemplación hacia la belleza natural y cultural.

Esta tendencia promueve, así, un viaje con horarios holgados para apreciar los detalles que alimentan los ejes turísticos: el proceso de cosecha de un producto local, la historia detrás de una banda popular o, por ejemplo, la fabricación de un instrumento musical típico del sitio elegido. En suma, viajar con conciencia: menos rapidez, pero no menos productividad.

Un paréntesis en la rutina requiere de un horario amplio para prestar atención al ambiente. Foto: Pexels

Un paréntesis en la rutina requiere de un horario amplio para prestar atención al ambiente. Foto: Pexels

¿Cuál es el origen del turismo slow?

El turismo slow está ligado al ‘slow food’, una filosofía que surgió en Italia en 1986 cuando una cadena de comida rápida abrió un local en la Plaza de España (Roma). El activista Carlo Pretini creó entonces un grupo para defender una buena alimentación: un placer que ocupa desde el sabor de la comida hasta la conversación pausada en torno a la mesa.

Pasado un tiempo, el ‘slow food’ no solo vigilaba la dinámica de alimentación, sino también la utilización de materias primas respetuosas con el planeta. “Hay tres pilares: que los alimentos sean buenos organolépticamente, con todas sus propiedades nutritivas y de sabor; limpios, que respeten el medio ambiente, aunque no necesariamente los que conocemos como ecológicos; y justos, que los productores estén bien pagados”, detalló Leticia González, secretaria de Slow Food Madrid durante una entrevista para El País.

Así, con la expansión del ‘slow food’, en 1999 se creó una organización que abogaba por una desaceleración en las ciudades. Era el movimiento slow. “Buscamos ciudades donde las personas tienen la curiosidad del viajero, pueblos ricos en teatros, plazas, cafeterías, restaurantes, con paisajes vírgenes y artesanos con encanto. Donde la gente sea capaz de reconocer el curso lento de las estaciones y sus productos genuinos; respetando los gustos, la salud y las costumbres”, explica la organización española CittaSlow, miembro de esta corriente, en su página web.

En esta línea, el turismo slow es una de las vertientes que intenta contribuir con el manejo lento del tiempo y, por supuesto, del disfrute.

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