Las lluvias en Lima, capital de Perú, se caracterizan por ser un fenómeno poco frecuente y, generalmente, leve, debido a su ubicación en el desierto costero del Pacífico. Sin embargo, este patrón puede variar significativamente durante eventos climáticos extraordinarios como El Niño, que puede provocar precipitaciones inusualmente intensas para la región. Durante la temporada de verano, de diciembre a marzo, la ciudad experimenta un incremento en la humedad y, ocasionalmente, precipitaciones ligeras en forma de garúas o lloviznas, especialmente en áreas más cercanas a la sierra y en los distritos del este de Lima.
Aunque escasas, estas lluvias son importantes para el ecosistema local y la agricultura en las zonas periurbanas, contribuyendo a la recarga de acuíferos y humedales. La gestión del agua en esta área representa un desafío constante, especialmente durante los años secos. La infraestructura de la ciudad, diseñada para un clima predominantemente árido, a veces enfrenta dificultades para manejar las precipitaciones inesperadamente fuertes, lo que puede resultar en la acumulación de agua en las calles y afectar la vida cotidiana de sus habitantes.