Steven Levitsky: “La democracia peruana poco a poco se está matando y destruyendo”
El profesor de la Universidad de Harvard analiza la coyuntura política y responde sobre los peligros inmediatos que enfrenta la democracia peruana. Asevera que las elecciones adelantadas podrían llevarnos de nuevo al mismo lugar.
La crisis política no cede. El politólogo estadounidense Steven Levitsky es un observador acucioso de lo que ocurre en el país, y en la siguiente entrevista responde sobre el estado de la democracia peruana y de los peligros inmediatos que enfrenta.
En estos días suena mucho el “que se vayan todos” y convocar a nuevas elecciones como una respuesta a la crisis. ¿Usted cree que es una solución o sería un poco más de lo mismo que estamos viendo?
Casi garantizado que sería más de lo mismo. Habrá mucha fragmentación y mucha incertidumbre y tendrías a un Congreso fragmentado lleno de novatos y de outsiders que, básicamente, buscarían ganar plata. Eso es muy parecido a lo que hay ahora y a lo que hubo antes. No veo ninguna razón por la cual llegarían mejores congresistas o, al menos, diferentes.
¿Y en el caso del Ejecutivo?
Podría llegar un presidente un poco menos inepto que Castillo. También podríamos enfrentarnos a una segunda vuelta, quizás no como la última que fue trágica incluso para los estándares peruanos, pero con candidatos que no sean mejores que los que ya vimos. Por ejemplo, es posible que haya alguien de extrema izquierda o extrema derecha, o un outsider más corrupto y peligroso. Castillo es inepto, parece contaminado por las pequeñas corrupciones que predominan en la política peruana; sin embargo, no tiene el talento para ser ni un gran autoritario ni un gran criminal. Lo bueno —si hay algo bueno— es que Castillo no es muy peligroso. El que venga podría serlo, alguien más carismático, con más apoyo popular.
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¿Qué lo hace a Castillo menos peligroso que sus posibles reemplazos?
La ineptitud, la inexperiencia, el aislamiento, la fragmentación, el hecho de que no tenga un movimiento o partido u organización detrás. Está solo, es muy débil. Es posible que la situación evolucione hasta un punto en el que las nuevas elecciones sean necesarias, en el que sea imposible gobernar un día más. Sí, es posible. Sin embargo, no tengo mucha confianza en que el nuevo presidente y el nuevo Congreso sean diferentes a lo que hoy vemos.
Incluso, podrían repetirse las mismas dinámicas.
Claro, podría llegar un outsider extremista, a la izquierda o la derecha, sin mayoría en el Congreso, por lo que podría haber más conflicto entre poderes. Mire, creo que, lamentablemente, los peruanos van a tener que aprender a vivir con lo que hay.
¿En qué sentido vivir con lo que hay? ¿No ve opciones de mejoras?
Es que en el corto o mediano plazo, dada la fragmentación política, la inexistencia de la carrera política, la debilidad de las instituciones y la penetración de actores corruptos en el Estado, las elecciones seguirán ofreciendo alternativas y resultados más o menos como los que hemos visto. En vez de la ilusión de imaginar que con un nuevo Congreso todo será distinto, o con otro presidente, la prensa, la sociedad, los empresarios, los ciudadanos en general van a tener que aprender a convivir con el Gobierno y el Parlamento que haya. Claro, como dijo Alberto Vergara hace algunos meses, tendrían que establecerse normas mínimas de relación: no vacar y no cerrar. La oposición solo piensa en sacar al presidente, desde el primer día lo pensaba...
En realidad, lo pensaba desde antes de que asumiera.
Cuando la actitud debería ser: “Tenemos que llegar hasta el 2026 y avanzar en lo que se pueda”. Obviamente, el presidente también tendría que ser capaz de construir coaliciones para sobrevivir los cinco años, algo que Castillo no ha sido capaz de hacer.
En resumen, más allá de lo que pueda ocurrir en los meses que vienen, el mejor escenario sería que el Ejecutivo y el Legislativo lleguen a acuerdos mínimos para llegar hasta el 2026.
Sí. Se tendría que pensar en que el Gobierno acaba el 2026, no antes, y por lo tanto se tendría que trabajar en esa perspectiva.
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¿No pide demasiado?
Mire, la democracia peruana tiene varias cosas a su favor. Tiene ya 20 años de edad, lo que representa el periodo más largo democrático en la historia peruana. Además, la economía, a pesar de los últimos dos años, ha transitado por dos décadas positivas.
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Desde lo macroeconómico, sí. Es correcto.
No hay movimientos armados, no hay una crisis de seguridad. A pesar de todo, uno no ve una gran polarización o conflicto. Pero, a pesar de que las condiciones que matan a una democracia —crisis económica, violencia, inseguridad, extrema polarización— no existen en el Perú, la democracia peruana poco a poco se está matando y se está destruyendo.
Bueno, no habrá enfrentamientos armados con terroristas como en los ochenta, pero problemas serios de inseguridad sí hay.
Bueno, claro, Perú no es Suecia; no obstante, un cientista social que estudia el colapso de las democracias no vería en el caso peruano condiciones para algo así. Ni siquiera es que el Perú tenga índices de inseguridad y criminalidad tan altos para el promedio latinoamericano. El Perú no presenta una crisis como para que muera la democracia y, a pesar de eso, el sistema está colapsando, está cada vez peor. ¿Podemos seguir así? ¿Cinco presidentes en seis años? ¿Y quieren ir por el sexto? Si seguimos vacando presidentes, rompiendo normas y llevando al límite las reglas, convirtiendo a las instituciones en armas, la democracia peruana no va a dar para mucho más. Los políticos tendrían que dar un paso hacia atrás y ver qué pueden hacer para protegerla.
Si desde el punto de vista de quienes se especializan en los colapsos de la democracia no existen en el Perú condiciones para que eso ocurra, entonces ¿por qué estamos como estamos, por qué la democracia peruana se encuentra bajo ataque? Dicho de otro modo, ¿cuál es la variable explicativa? ¿Nuestros políticos?
Es la pregunta del millón. Tengo una respuesta parcial.
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¿Cuál sería?
Para mí tiene en parte que ver con el colapso de los partidos y con los políticos que en el fondo no lo son. Los peruanos de las últimas generaciones nunca han convivido con políticos. Hace 40 años que el Perú no tiene carrera política. Lo que tiene son personas que hacen sus carreras y hacen dinero en otros campos y saltan a la política por unos años y luego se van. Son gente sin experiencia, que no están relacionados con las normas democráticas, que no tienen capacidad de negociar ni de construir coaliciones ni la tolerancia para lidiar con los medios. Muchos están ahí para ganar plata, también. El hecho de que no haya reelección también es un desastre porque refuerza el problema: la política peruana es un mundo de novatos individuales. El Perú sufre los costos de carecer de políticos profesionales y de partidos.
¿Es solamente por la falta de una carrera política?
No es la única causa, desde luego. La debilidad estructural del Estado es también muy importante. Es muy difícil gobernar bien cuando el Estado no funciona. Se gobierna mal, no necesariamente por ausencia de voluntad, sino de capacidad estatal. Después de cuatro o cinco gobiernos en que se gobierna con corrupción, la gente termina diciendo que todo está mal, que todos son iguales, y que por eso deberían irse todos. Bueno, ese es un punto bastante delicado. Entonces, hay una combinación: la debilidad estatal y la ausencia de carrera política y de los partidos. En los últimos 30 años desaparecieron los políticos. La generación de Javier Diez Canseco, de Alan García, de Lourdes Flores fue la última.
Y hay que ver en lo que anda Lourdes Flores ahora.
Esa es otra cosa, no sé cómo explicar su fujimorización.
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¿La ausencia de políticos y de partidos es la herencia que nos persigue del fujimorismo?
Sí. Y también es producto de un Estado débil. Es muy difícil sostener partidos en esas condiciones. Cuando se gobierna mal, la desconfianza crece.
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“Era mejor un Castillo inepto que una Keiko autoritaria”
El Perú no es el único país de la región con partidos débiles, también hay que decir eso.
En Bolivia, en Ecuador, en Guatemala, en los países con los Estados más débiles de América Latina, los partidos políticos son muy difíciles de construir y sostener. Sobre su pregunta anterior: la combinación del discurso antipartidos de Alberto Fujimori, más el hecho de que tuviera éxito, resultó fatal.
¿Por qué?
Porque el mundo político vio a Fujimori y dijo “mira, no necesito partidos”. Fujimori dijo que los partidos eran un desastre y ofreció una solución personalista, autoritaria y le funcionó. Más importante: se reeligió con gran apoyo. Entonces, la clase política miró a su alrededor y se dijo a sí misma que no valía la pena quedarse en el APRA, en Acción Popular, en el PPC. ¿Para qué? Si puedo formar “Yo te amo Perú” o “Perú Adelante” o lo que se le ocurra. Seguir el modelo de Fujimori aceleró la destrucción del sistema de partidos.
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¿Un sistema de partidos se puede reconstruir?
¡Ufff! Se puede, pero es raro. Los partidos son muy difíciles de construir, sobre todo en una era como esta, con medios electrónicos y sociales. Los políticos individuales pueden hacerse conocidos, movilizar votos con la ayuda de las redes y de la televisión y sin organización. Hace unos 60 años uno sí necesitaba un partido para llegar a la gente. Ya no.
¿Alguna vez tuvo expectativa por Castillo?
Para mí, primero, había que respetar los resultados de la elección. Entonces, si la gente votó por un tipo inepto, pues mala suerte, pero había que aceptar lo que la gente eligió. Ahora bien, en mi opinión, era mejor un Castillo inepto que una Fujimori autoritaria. Yo siempre imaginé que Castillo sería alguien débil. Suponía que no sería algo bueno para la gobernabilidad del Perú, aunque tampoco iba a representar un peligro comunista o de revolución chavista o autoritaria. ¿Por qué? Porque el tipo es muy débil, es demasiado débil. Claro, siempre hay que tener algo de esperanza. Yo deseaba que se diera cuenta de sus limitaciones, que encontrara a un primer ministro y gabinete capaces y que los dejara a ellos gobernar.
¿Qué se convirtiera en un presidente simbólico?
Así es: dar discursos, acercarse a la gente. Si hubiera confiado en Mirtha Vásquez, podría haber sido una salida. Es verdad que hubiese significado romper con la tradición presidencialista de América Latina. Sin embargo, era posiblemente una alternativa. Lo otro es que aprendiera en el camino. Tampoco ha sido así.