Política

El Informante: Los ahijados de Vizcarra, por Ricardo Uceda

Ascenso y caída del Partido Morado, ahora socio del desprestigiado Somos Perú. Los inicios y las promesas. La huida en Miraflores y la derrota electoral. Las renuncias y la falta de autocrítica. El acoso.

Los morados. Nunca fueron un partido grande, pero Guzmán, como líder nuevo en una crisis de representación, recibió una enorme atención mediática. Foto: Aldair Mejía/La República
Los morados. Nunca fueron un partido grande, pero Guzmán, como líder nuevo en una crisis de representación, recibió una enorme atención mediática. Foto: Aldair Mejía/La República

De haber sido la esperanza de una nueva forma de hacer política, el Partido Morado se convirtió en un proyecto marginal, con la credibilidad dañada. Debido a su escasa votación está a punto de perder la inscripción ante la ONPE. Usan su nombre tres congresistas recién reclutados para sus filas, en la práctica invitados que no deben consultarle a nadie. Para pertenecer a un grupo parlamentario con derechos, ellos se unieron a Somos Perú, cuya líder fue condenada por corrupción, como lo será el hombre de atrás de la bancada, el expresidente Martín Vizcarra. Fue esta asociación, decidida al margen de toda institucionalidad, la que produjo la más reciente carta de protesta de militantes y dirigentes.

En su nacimiento, el Partido Morado iba a crecer sin los defectos de la mayoría de organizaciones políticas peruanas. El programa, libre de corsés ideológicos, nacería del examen de la realidad y de las necesidades. Sus propuestas estarían sólidamente fundamentadas, con el apoyo de profesionales de limpia trayectoria. Sus acciones serían transparentes. Sus dirigentes, ejemplares en la rendición de cuentas, enfrentarían la corrupción en todas sus modalidades, protegerían la igualdad de género, los derechos humanos, el medio ambiente.

Sueños morados

Julio Guzmán, un tecnócrata con capacidad de transmitir estos valores, encandiló a una gran cantidad de personas que no habían militado antes en una organización política. Lo apoyaron personalidades de prestigio, cuadros técnicos en el Perú y el extranjero. Al comienzo usaron un nombre prestado, Todos por el Perú, y bajo esa denominación pudieron haber ganado las elecciones en 2016, según varios analistas. En una decisión discutible el JNE, por mayoría, impidió la inscripción de sus candidaturas. Luego fundaron el Partido Morado, siempre bajo el liderazgo de Guzmán, con la idea de ganar las elecciones del 2021.

Nunca fueron un partido grande, pero Guzmán, como líder nuevo en medio de la crisis de representación, recibió una enorme atención mediática. Fue exitosa su cosecha de militantes en las provincias, a quienes se capacitó para que intervinieran en la política. El énfasis en el tema educativo y en el apoyo a los talentos resultó de enorme atractivo entre los jóvenes y las capas emergentes. A comienzos de 2019, con unas ochocientas mil firmas de adherentes, logró su inscripción como organización política. Aquel año eran unos ocho mil militantes, que crecieron hasta dieciocho mil cuando se abrieron los padrones para las elecciones internas.

Huida fatal

En 2018, luego de que Martín Vizcarra sucediera al renunciante Pedro Pablo Kuczynski, el Partido Morado sintonizó rápidamente con las campañas del flamante mandatario, quien, enfrentado con la mayoría fujimorista del parlamento, planteaba reformas del sistema político y lideraba la anticorrupción. Estas banderas tenían enorme apoyo popular. Los morados vitorearon el cierre del Congreso y, en las elecciones subsiguientes, para rehacer la representación, llevaron como candidatos a políticos que habían acompañado a PPK: Alberto de Belaunde, Gino Costa y Daniel Olivares. Estos parlamentarios, manteniendo estrecho contacto con Guzmán, llevarían la voz cantante en la bancada de nueve miembros que juramentó el 2020, y que también integraban dos fundadores, Francisco Sagasti y Carolina Lizárraga.

El apoyo sin condiciones que el Partido Morado brindó a Vizcarra era estimulado por la abrumadora popularidad del presidente. Guzmán presumía que podía ganar las elecciones presentándose como el continuador de sus reformas. Sin embargo, a comienzos del 2020 fue difundida una filmación que destruyó su capital político. Se lo veía huyendo a buen trote de un departamento de Miraflores amenazado por el fuego, donde abandonó a una militante de su partido con quien sostenía una cita romántica.

El vizcarrismo

El efecto fue devastador. En la interna de los morados cayeron en saco roto las voces que advirtieron que la candidatura presidencial de Guzmán caminaba al fracaso. En el partido había un Comité Ejecutivo Nacional elegido a dedo por el líder, con dirigentes regionales también nombrados desde arriba. La rendición de cuentas nunca funcionó ni hacia adentro ni hacia afuera. Siempre ha sido un misterio la forma en que Guzmán financia sus gastos. En una ocasión dijo que lo hacía dando cursos. No existe evidencia suficiente.

En el Congreso, Lizárraga empezó a tener diferencias con los influyentes de su bancada, cuyo seguidismo a Vizcarra era extremo. Desde la Comisión de Fiscalización tenía informes de los desaciertos en el control de la pandemia y sobre supuestos actos de corrupción del presidente, cuya verosimilitud aconsejaban prudente distancia. Lizárraga comprobó que una campaña de ataques personales por las redes sociales en su contra provenía de un operador contratado por sus correligionarios. Persistió cuando la mayoría de bancadas, que la prefería a Francisco Sagasti, la propuso como presidenta del Congreso, sin obtener el beneplácito del Partido Morado. Más tarde, cuando hubo elecciones internas para que la organización eligiera candidato presidencial, Lizárraga perdió ante Guzmán. Es decir, ante el aparato que este manejaba.

¿Qué pasará?

La última campaña electoral fue dirigida por un grupo de operadores desde Lima, con una plataforma que es progresista (matrimonio gay, derechos LGBT) pero irritante para los militantes de provincias -más conservadores- que no fueron consultados. En privado, Guzmán atribuyó su exigua votación en las elecciones al desgaste de Sagasti en la presidencia, mas no dejó la conducción ni promovió una autocrítica. Por este motivo renunció al partido el abogado Carlo Magno Salcedo, una de las figuras importantes. Ya habían renunciado otros muchos, como Pedro Gamio y dirigentes regionales. Carolina Lizárraga lo hizo en una carta que describe una organización irreconocible respecto de la que contribuyó a fundar. ¿Qué pasará después? Julio Guzmán, quien es el dueño del logotipo, decidirá los próximos pasos.

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